a historia del vidrio se remonta a varias centurias antes de nuestra era, se calcula alrededor del siglo IX aC. Se afirma que procede del desierto, pero hay distintas versiones sobre sus descubridores. Existe una teoría que sostiene la probabilidad de que los fenicios, tras encender una hoguera con piedras de carbonato de calcio en la arena, observaron que se había formado un líquido traslúcido. Lo que sí se sabe con certeza es que fue en el continente asiático donde se desarrolló su fabricación.
Ahora es uno de los materiales más utilizados en todo el orbe y en todos los ámbitos, entre otros, en la vida cotidiana, la industria y el arte. En este último campo, México ha tenido grandes artistas y artesanos creadores de obras que podemos disfrutar, tanto en el mundo doméstico y de trabajo como en vitrales que adornan muchos edificios relevantes en la Ciudad de México. Hoy vamos a hablar de algunos.
Comencemos con el que considero el más importante, que es el telón de cristal del Palacio de Bellas Artes. Es una impresionante obra de arte que no sería posible realizar en la actualidad, ya que contiene metales preciosos incosteables.
Adamo Boari, el arquitecto italiano constructor del recinto, lo mandó hacer a comienzos del siglo XX a la afamada casa Tiffany de Nueva York. Ésta envió al artista Harry Stoner para que viera el paisaje de los volcanes y pudiera plasmar fielmente la idea. El telón se conformó con 206 tableros recubiertos con cerca de un millón de piezas de cristal opalescente y pesa alrededor de 27 toneladas.
En la esquina de Niños Héroes y Arcos de Belén se encuentra el Centro Escolar Revolución, imponente construcción que buscaba plasmar los ideales de la educación socialista y los principios nacionalistas de la Revolución Mexicana.
Lo diseñó a principios de la década de los 30 del siglo pasado el arquitecto Antonio Muñoz y aún funciona. Destaca su gran vestíbulo, decorado con murales, y el interior, con un carácter de escuela soviética de la era stalinista: construcciones macizas de concreto gris, áreas muy amplias y abundancia de enormes patios para que los estudiantes corran, jueguen, hagan deporte y naden en la piscina, que también da servicio a la gente del barrio.
Lo decoraron con murales de distintos artistas y vitrales que diseñó Fermín Revueltas. Estos últimos hace unos años los restauró el especialista Carlos Chavira Rodríguez. Se trata de 70 piezas que conforman los seis ventanales del teatro y el área de gala del plantel.
Entre los encantos que guarda Azcapotzalco está el hermoso edificio porfirista que fue el palacio municipal y actualmente alberga la Casa de Cultura. En el cubo de la escalera se encuentra el mural La herencia tepaneca en el umbral del tercer milenio, de Arturo García Bustos, quien fue parte del grupo de pintores conocido como Los Fridos.
El techo luce un gran domo de cristales de colores, que es uno de los ocho vitrales de la señorial construcción con diversos temas históricos. Los realizó el artista plástico David Hernández y tienen un notable colorido y excelente factura.
Dese una vuelta por el edificio y sus jardines adornados con una bonita fuente y un busto de Manuel Gamio, considerado padre de la antropología en nuestro país. En Azcapotzalco realizó las primeras excavaciones estratigráficas que se hicieron en el continente americano.
Otro favorito es el del antiguo Centro Mercantil, que hoy alberga el Gran Hotel de la Ciudad de México, que luce en el techo uno de los más bellos vitrales de estilo Art Nouveau. Lo realizó el francés Jacques Grüber en 1906 y está conformado por tres cúpulas vítreas, articuladas por medio de un plafón de hierro. Está compuesto por 20 mil piezas de coloridos vidrios.
El Palacio de Hierro, que se construyó por la misma época, fue la primera tienda departamental con los avances de la modernidad europea y no quiso quedarse atrás, aunque colocó los dos enormes plafones hasta 1914, después del incendio que sufrió el edificio.
Los vitrales se trajeron desarmados desde Francia y se ensamblaron en el edificio, también en estilo Art Nouveau; tienen muchos colores, por lo que, particularmente en los días soleados, brindan un vistoso espectáculo que se puede ver de manera privilegiada desde el restaurante del establecimiento que está en el último piso. Así es que hoy vamos a comer aquí, que no está nada mal, ni de sabor ni de precio.