Opinión
Ver día anteriorMiércoles 19 de noviembre de 2025Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El eco del Rinoceronte
E

n el fondo de su taller, en el centro de Tlalpan, entre prensas, placas y el olor inconfundible de la tinta, Humberto Valdez levantó un territorio donde el arte se confunde con la vida. Allí –en ese espacio que respira comunidad y oficio– cada línea es una huella de memoria y cada impresión del Taller La Imagen del Rinoceronte es un gesto de resistencia.

La historia de Valdez comienza en el semidesierto de Jerez, Zacatecas –tierra de Ramón López Velarde– y continúa en los barrios antiguos de Tlalpan, en la Ciudad de México, adonde llegó cuando era niño. Su padre, maestro normalista, arqueólogo y docente del INBA, asistía con frecuencia a capacitaciones en el Taller de Gráfica Popular y Humberto lo acompañó más de una vez. Allí, entre el olor del papel entintado despertó en él la curiosidad por la estampa, un asombro que nunca lo abandonó.

Formado en la vieja Academia de San Carlos, Valdez (1972) hizo de la gráfica un espejo de su tiempo: un lenguaje que recoge voces ajenas y las devuelve amplificadas. Su historia es también la de un maestro y un sembrador. Desde el Taller La Imagen del Rinoceronte –espacio que fundó en 2005–, ha sostenido un trabajo de formación artística comunitaria en el que el aprendizaje se vuelve diálogo y, el arte, un punto de encuentro. En ese proceso lo acompaña Orieta Aguilar Santo, directora del taller casi desde sus inicios. Ambos mantienen un espacio que funciona a la vez como taller, refugio y territorio común, donde los jóvenes descubren que grabar no es reproducir una imagen, sino encontrar la forma de comunicar algo que no se puede decir de otra manera, una convicción interior que madura en cada impresión.

Con estudios en la ENAP y en la Universidad Politécnica de Valencia, en España, Valdez ha recorrido un camino discreto, ajeno a la búsqueda de reconocimiento. Sus más de 40 exposiciones individuales y los premios obtenidos en distintas bienales son consecuencia, no objetivo. La verdadera constancia está en su modo de trabajar, sostenido por una ética rigurosa que le exige seguir y persistir en silencio.

Valdez no imprime imágenes: graba presencias. En cada plancha palpita su origen jerezano y su memoria tlalpeña. Su obra va más allá de la técnica: experimenta sin pausa y se nutre de una mirada profunda hacia lo humano, a la fragilidad y a la pérdida. Sus figuras emergen de un claroscuro que parece contener el rumor inagotable de la ciudad. En su trabajo hay un equilibrio preciso entre introspección y denuncia, entre la raíz y el vuelo.

Humberto continúa abriendo caminos. En los últimos años ha impulsado proyectos que vinculan la gráfica con la educación y la gestión cultural. Entre ellos destaca A tiro de fuego, un encuentro nacional de 55 talleres de gráfica contemporánea, resultado de una década de investigación dedicada a tender un puente entre espacios de larga trayectoria y talleres emergentes. Presentado en 2013 en el Museo Nacional de la Estampa, A tiro de fuego no sólo registró voces y oficios dispersos por el país, sino que dejó la constancia de una comunidad que, pese a la distancia, comparte el compromiso y el interés por la gráfica.

Desde su labor como directora, Orieta Aguilar Santo coordina talleres, exposiciones y proyectos que acercan la gráfica a niños, jóvenes y adultos. Sabe que un lugar así se construye como una placa: capa tras capa, error tras error, hasta que la imagen aparece, por eso ha continuado con la paciencia de quien entiende un lugar que respira al ritmo de las manos que lo habitan. Hoy, el Taller La imagen del Rinoceronte es un laboratorio de pensamiento visual y una comunidad donde el trabajo se comparte como un acto de fe.

Que el eco del Rinoceronte continúe resonando en cada placa y en cada mano que encuentra en la gráfica un lugar para quedarse.