a hospedería en México tiene añeja historia que se remonta antes de la llegada de los españoles. Tenochtitlan llegó a ser una ciudad cosmopolita con una rica vida comercial, cultural y militar; lugar de encuentro de personas provenientes de lugares remotos, de costumbres y lenguas diversas. Para alojarlos se sabe que los mexicas ya contaban con coacallis, que eran unas casas comunitarias que funcionaban como los actuales hostales.
Después de la conquista, una vez restablecida la ciudad sobre los vestigios de la gran Tenochtitlan, la urbe hispana continuó siendo un centro político y comercial al que permanentemente acudían comerciantes, enviados de otras tierras que venían a negociar, misiones religiosas y al paso del tiempo arribaron diplomáticos, científicos y aventureros ávidos de conocer el nuevo mundo.
Esto llevó a que recién establecida la nueva urbe, se destinaran lugares para hospedaje –los primeros fueron los mesones en el siglo XVI, tan temprano como 1525–. El español Pedro Hernández Paniagua estableció el primero, “donde pueda acoger a los que a él vinieren e vender pan, é vino, é carne, é todas las otras cosas necesarias”. La mayoría contaba con instalaciones para resguardar las bestias y la carga de los viajeros, que en el caso de los comerciantes podía ser voluminosa.
Proliferaron de tal manera que bautizaron la calle del barrio de la Merced, que hasta la fecha lleva el nombre de Mesones. Los paseantes curiosos que se asomen a los patios de las viejas casonas descubrirán varias que conservan el carácter de los antiguas hospederías.
A orillas de los caminos se levantaron las ventas, que brindaban cobijo y alimentos a los viajeros, sus animales y mercancías. Solían contar con abastecimientos para las travesías. En los pueblos y villas se contaba con las posadas, que atendían a huéspedes que no viajaban con grandes cargas y les ofrecían cama y comida.
En el siglo XIX comenzaron a aparecer los hoteles, novedad europea que tuvo mucho éxito entre los viajeros de recursos holgados, ya que además de habitaciones individuales y confortables, a menudo lujosas, ofrecían buena comida y contaban con caballerizas y cocheras para los carruajes.
Increíblemente algunos de ellos todavía existen; en 1833 se estableció el primer Hotel Washington, que sobrevivió hasta 1846, cuando los muebles y otros efectos de la instalación fueron rematados públicamente. Cinco décadas más tarde, en 1891, renació en la calle 5 de Mayo número 54, donde había funcionado una casa de huéspedes. Se le agregó un piso, se “modernizó” y ofrecía “habitaciones amplias, cómodas y bien ventiladas, además de English spoken”. Todo eso sigue vigente a sus 134 años de antigüedad y con precios muy económicos.
Otro centenario que sigue en plena actividad es el Hotel Gillow; en 1869, tras la aplicación de las Leyes de Reforma, el empresario joyero británico, Thomas Gillow, compró una de las propiedades de la orden de San Felipe Neri –originalmente de los jesuitas– junto al templo de La Profesa, en la esquina de Isabel la Católica con 5 de mayo, y construyó un hotel que abrió sus puertas en 1872. Se anunciaba en la prensa como “un edificio diseñado con inteligencia y buen gusto donde los huéspedes se sorprenderán con el aseo, cuidado y moralidad de la atención”.
Hasta la fecha, en el Centro Histórico siguen surgiendo muchos, en antiguos edificios que se adaptan a las necesidades actuales sin perder su esencia original, lo que les brinda un atractivo especial.
Uno de ellos es el Hotel Bellas Artes, antiguo edificio de oficinas de postín, recién inaugurado en la calle 5 de mayo número 10, que ahora fusiona la distinción clásica con la comodidad de la tecnología contemporánea en una ubicación privilegiada. Se anuncia como “el destino perfecto para aquellos que buscan historia, refinamiento y exclusividad en cada aspecto”. Conserva amplios pasillos con las antiguas puertas de maderas finas, tiene biblioteca y fitness center.
A un lado está el restaurante Patio Bellas Artes, que entre otros, ofrece sus desayunos “Delicias...”, inspiradas en disciplinas artísticas: pintura, literatura, danza, música y demás, convertidas en sabrosos platillos, para comenzar la mañana fortalecido e ir a disfrutar todas las maravillas que nos ofrece el corazón de la Ciudad de México.












