elgada, avispada, encantadora, Julieta Fierro corría por el escenario con su voz agudizada por una cauda de estrellas. Sacaba de una bolsa de mandado (de las que ahora son de plástico y antes eran de yute) los elementos indispensables a su conferencia: una naranja, una toronja, un plátano y varios tejocotes y así creía yo aprender algo de astronomía, aunque sólo fuera una leguleya ansiosa de saber. Su nombre resonaba en el Instituto de Astronomía de la Universidad Nacional Autónoma de México, pero me consta que el observatorio en Tonantzintla la querían porque se daba mucho a querer. Los doctores en astronomía la escuchaban sonriendo. Julieta Fierro se aparecía de vez en cuando en Tonantzintla, y más tarde viajó también al observatorio de Baja California. Siempre la vi como una estrella fugaz, y siempre la escuché con ganas de retenerla en mis brazos.
Julieta Fierro daba su conferencia totalmente quitada de la pena y encandilaba con varios aditamentos que iba sacando de una bolsa del mandado. El Sol era una toronja. Llenaba el cielo nocturno de nuestros sesos con informaciones de alegría casi musical y ponía a nuestro alcance algunas verdades o creencias como si fueran recetas de cocina. “Aunque los cometas pasan con gran rapidez por el cielo, se fríen a fuego lento”, explicaba. Sin pretenderlo, nos regalaba conocimientos accesibles del Santo Señor Cielo Nocturno, merecedor de todos los respetos. Podía yo retener y digerir lo que Julieta decía y convertirlo en un flan de huevos, leche y caramelo listo para coronar a alguna constelación.
–Miren –nos decía–, la estrella más cercana a la Tierra es el Sol, es la única cuyo diámetro podemos medir tranquilamente, así como aprendernos otras muchas de sus propiedades. El Sol, a esta escala (Julieta sacaba una pelota de ping pong) sería una bolita más o menos de este tamaño y cabrían en ella más o menos un millón de Tierras. Así es de que dense ustedes cuenta de su magnitud. Miren bien esta toronja. El Sol es una estrella bastante medianita, y nuestro planeta es muy poquita cosa. Nacen muy pocas estrellas gigantes azules y muchísimas estrellas llamadas “enanas blancas” que pasan por el tapiz del cielo nocturno, pero todas pasan la mayor parte de su vida igual como nacen, no cambian, no crecen. Como que a la naturaleza le gusta más hacer objetos pequeños que grandes, hay muchas estrellas enanas blancas y rojas.
–¿Pero lo rojo tiene que ver con el tamaño?
–Con la temperatura.
–¿La temperatura tiene que ver con la edad?
–Cuando nacen, no.
–¿Primero son rojas y luego pasan a ser azules?
–No, no, casi todas las estrellas azules son gigantes. Las enanas son rojas.
–¿Y cómo se puede saber su tamaño?
–Se puede medir. El diámetro de las estrellas se puede medir con los eclipses. Ahora, sí, efectivamente, hay evolución de las estrellas y depende de cuánta materia tengan. Por un lado, todas las estrellas nacen de cierta manera y viven la mayor parte de su tiempo sin cambiar, las que crecen rojas, casi siempre son enanas rojas, pero todas las estrellas nacen dentro de nubes de gas, sean chicas, medianas o grandes. El gas y el polvo están regados o dispersos entre las estrellas. Orión, por ejemplo, puede verse a simple vista. Esta es una fotografía que muestra exactamente dónde nacen las estrellas. Cuando hay polvo, la nube se contrae y en la parte del centro nace la estrella.
–¿Por qué no la podemos ver?
–Porque su evolución dura 10 mil años y porque está rodeado por este capullo de materia que impide que veamos su interior. Miren la bóveda nocturna y verán el lugar donde acaba de nacer una estrella con su aureola. Si yo pongo a girar un objeto cualquiera, verán que tiene una forma cuadrada; entonces, cuando hay una nube de materia interestelar que se contrae para volverse una esfera, si está girando empieza a contraerse y a aplanarse, es cuando se contrae una nube para dar nacimiento a una estrella. Casi toda la materia se va al centro de la nube y nace la estrella. La materia que sobra sigue girando en torno a ella y forma un disco.
–¿Hay vientos estelares?
–Sí, porque las estrellas, cuando nacen, son sumamente activas y producen no sólo mucha luz, sino vientos estelares muy poderosos. Una estrella es una esfera de gas incandescente que arroja luz al espacio. Si la estrella produce un viento va a empujar todo lo que está cerca, y va a producir un chorro perpendicular al disco. Eso es justamente lo que sucede en los lugares donde nace una estrella. Aquí estaría un disco de materia girando en torno a la estrella recién nacida con su viento de luz que sale de uno o de los dos lados de este disco recién formado. Justamente, aquí tenemos un disco de una estrella recién nacida y solamente el gas y la luz pueden salir perpendiculares al disco, y se observan los objetos en su torno, como esta nubecita que ilumina los objetos Herbing-Haro en estos discos…
Oía yo a Julieta sin entenderla, pero me sentía volar en el cielo nocturno, y esperaba que el viento de las estrellas se llevara mi ignorancia. Me gustaba mucho que Julieta hablara de los sitios de formación estelar, pero yo no los veía, a pesar de que ella sabía todo. Espero que alguna noche se asome la estrella Julieta Fierro y me guíe por el espacio estelar, así como en las múltiples conferencias que voy a extrañar en las noches más oscuras.