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Valores y emociones
A

lisdair MacIntyre, reconocido por sus contribuciones al estudio de la filosofía moral, nacido en Glasgow en 1929, falleció en mayo de este año. Sostenía que la moderna filosofía moral se ha fragmentado en una serie de puntos de vista que compiten entre ellos, lo que provoca dificultades para que los individuos planteen y resuelvan los desacuerdos éticos esenciales.

Uno de sus principales estudios sobre el tema es el libro titulado Tras la virtud, publicado en 1984 y de una relevante influencia en este campo del pensamiento.

Como se desprende del título, se centra en la ética que pone el énfasis en las virtudes, o bien, el carácter moral. Esta perspectiva aparece en la filosofía de Platón y Aristóteles –también en Confucio– y en contraposición a aquella que pone de relieve los deberes o las reglas, es decir, la deontología, sin que estos enfoques sean necesariamente excluyentes.

MacIntyre sostuvo que la Ilustración no consiguió establecer una base sólida en la filosofía moral erigida en los criterios de la razón, en la autonomía del individuo y en los principios morales universales. De tal manera, señaló que esto tendió a forjar las posturas éticas denominadas como emotivismo, enfoque considerado como la creencia de que los juicios morales expresan sentimientos en lugar de verdades objetivas.

La cuestión entraña un giro en el tratamiento clásico de las virtudes, tendiente hacia el enfoque abstracto e individualista propuesto por la filosofía moderna, con lo que se erosiona la posibilidad de recrear el sentido del propósito moral. Conforme los planteamientos del filósofo A. J. Ayer, las afirmaciones morales expresan emociones, actitudes o sentimientos en lugar de información. De tal manera que el lenguaje moral se utiliza para influir en las actitudes y las acciones de otros mediante la evocación de ciertos sentimientos y el impulso de determinadas reacciones.

En Tras la virtud señala textualmente: El rasgo más chocante del lenguaje moral contemporáneo es que gran parte de él se usa para expresar desacuerdos, y el rasgo más sorprendente de los debates en que esos desacuerdos se expresan es su carácter interminable. Aclara que eso ocurre no sólo por su duración, sino porque no parecen tener fin.

Esta condición, como sabemos, es hoy cada vez más apreciable en una larga serie de cuestiones que se enfrentan a diario, expresadas en el quehacer político y en asuntos como las guerras, las condiciones sociales, la violencia, la crisis del medio ambiente, la inseguridad económica, los derechos de las personas y de los ciudadanos, la discriminación, los espacios de la libertad y de la convivencia y un largo etcétera.

MacIntyre lo expresa de manera clara en una sucinta frase: Parece que no hay un modo racional de afianzar un acuerdo moral en nuestra cultura. Esto acarrea serias consecuencias adversas para establecer pautas de convivencia que sean razonables y hasta funcionales. Afirma que el emotivismo es la doctrina que establece que los juicios de valor, particularmente los juicios morales, se convierten en expresiones de preferencias, actitudes o sentimientos.

Reconoce que algunos juicios en particular pueden contener elementos morales y, al mismo tiempo, consideraciones de hechos concretos, que son verdaderos o falsos conforme a criterios racionales. No obstante, los juicios morales, al ser expresiones de sentimientos o actitudes, no son verdaderos ni falsos. Así pues, concluye que el acuerdo en un juicio de tipo moral no se asegura por ningún método racional, puesto que no lo hay. Se consigue, en todo caso, por ciertos efectos no racionales producidos en las emociones o actitudes que plantean desacuerdos con los de otros.

De tal manera, asienta: Usamos los juicios morales no sólo para expresar nuestros propios sentimientos o actitudes, sino precisamente para producir tales efectos en otros. Esa contraposición es clave en el tratamiento de los sentimientos morales.

El problema es que decir o incluso implicar: Desapruebo esto; desapruébalo tú también, o en su forma positiva: Apruebo esto, apruébalo tú también, no equivale a aseverar esto es malo o esto es bueno. Esta cuestión aparece constantemente, por ejemplo, en el campo de la política, y sobre todo en contextos en que el control y la afirmación de la autoridad apuntan a la descalificación del otro. El asunto es que el ejercicio del poder no necesariamente se manifiesta en lo correcto.