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Tribuna libre
E

n la Macroplaza de Monterrey, en el extremo norte del corredor abierto hace más de 45 años por el capricho de un político del viejo ­sistema derrotado en 2018, está la Tribuna ­Libre de Méjico (así, con j), no muy lejos del palacio de gobierno y a unos 300 pasos, donde cierra el rectángulo el edificio del ayuntamiento. El paseo es bello y concurrido, lo adorna una fuente de ­Neptuno y otros personajes de la ­mitología griega, la Catedral se encuentra a un costado y varias esculturas están por ahí; durante un tiempo también la del Piporro, que ahora falta porque fue robada o retirada por algún cabildo despistado; hay césped, vendedores ­ambulantes y muchos árboles, entre ellos algunos ejemplares de ­anacahuita.

Menciono la Tribuna Libre y a su creador Herminio Gómez, encargado de que, en ella, cada domingo, haga calor, llueva, truene o relampaguee, de una a tres de la tarde, quien ande por ahí encuentre una tribuna, un micrófono y personas dispuestas a escuchar. A veces hay muchas personas, otras unas cuantas en las bancas de cemento que simulan troncos.

Por esa tribuna, hemos pasado muchos oradores y se han dicho buenos, malos y regulares discursos sobre política, sobre historia y sobre los interminables problemas cotidianos del pueblo de México y no pocas veces sobre temas de carácter internacional. Tanto Herminio, el fundador, como yo fuimos panistas y ahora simpatizamos con el grupo que preconiza no mentir, no robar y no traicionar al pueblo

El fundador ha rebasado 80 años y su historia está llena de anécdotas en las que siempre actuó con convicción y mucho valor civil, recuerdo algunas:

Cuando éramos del Partido Acción Nacional y se trataba de derrotar al partido oficial al que Nikito Nipongo denominaba la aplanadora porque nadie lo podía detener, Herminio con otros aguerridos panistas trepó en la noche a alguna de las lomas que rodean la ciudad, para mover algunas piedras con las siglas del PRI y él y sus amigos las pusieron al revés para que quedará RIP; una vez recibió en Madrid, España, a Miguel de la Madrid, portando un sombrero de charro que llamaba la atención de reporteros y fotógrafos y con su voz clara y enérgica, así como un cartel en la mano reclamó no sé qué tropelías al político entonces en la cúspide del poder.

Otra anécdota que en su momento causó expectación y asombro fue que Herminio y sus jóvenes amigos pintarrajearon una gran escultura que los regiomontanos despreciaban, del ex presidente Miguel Alemán y que se encontraba no recuerdo bien si en la salida a la carretera hacia el aeropuerto o rumbo a Cadereyta.

Esta Tribuna Libre ya es parte de la vida política de Nuevo León. Herminio afirma que la estableció pensando en otra de la que había sabido o conocido, la de Hyde Park, en una esquina del área verde que lleva ese nombre en la siempre nublada ciudad de Londres; en ella quienes pasan por ahí, tienen derecho a pedir la palabra y expresar lo que se les ocurra. Tanto Dickens como Chesterton en sus satíricas novelas y cuentos las citan con frecuencia.

La de la Macroplaza cuenta con un podio de cemento y una no muy grande protección del mismo material para que nadie esté detrás del orador; se dice que es una de las seis o siete tribunas abiertas y libres que existen en el mundo. Buscando información encontré que además de Hyde Park y Macroplaza, son conocidas las de Piazza Navona, en Roma; la de la Plaza de la Revolución, en La Habana, y la llamada Speakers’ Corner, de Melbourne, Australia. En todas existe la posibilidad para expresarse en voz alta y libremente.

En los países de gobiernos autoritarios no es posible encontrar tribunas como estás y sí las hay están abandonadas; hablar en público de viva voz y dirigiéndose a desconocidos que pasan por ahí y se detienen si les interesa, estén a favor o en contra de lo que dice el orador, es la característica de esta verdadera institución fundada en la palabra, la libertad y en el valor para expresar opiniones, aun a riesgo de ser reprimido o mal ­entendido.

En su novela El hombre que fue jueves, Chesterton relata la historia de dos poetas contrarios; el del orden y el de la anarquía. Argumentan uno en contra del otro, precisamente en la Tribuna Libre y que después corren innumerables aventuras al ingresar sin querer, a una sociedad secreta en la cual los afiliados son conocidos con el nombre de algún día de la semana.

La libertad, la palabra, la existencia de tribunas en las cuales podamos expresarnos, con riesgos o sin riesgos, nos llevan a muchas reflexiones a veces dispersas, como en este artículo, pero todas relacionadas con la base de una sociedad moderna independiente e integrada por personas que puedan opinar libremente, transitar sin trabas, organizarse en grupos familiares, religiosos, económicos o políticos.

Sin tribuna libre no hay ni ciudades ni ciudadanos libres, por eso la de la Macroplaza y su fundador deben ser mencionados y recordados.