n fracaso recorre las Américas: el de la democracia. De tanto apostar por las urnas, los sueños electorales criaron monstruos de larvas que nunca se fueron. Malos tiempos cuando resulta fácil precisar a las derechas y ultraderechas, y en cambio confuso, difuso y controvertible identificar a las izquierdas y su “progresismo”, tan vapuleado en el bloque pro yanqui de reciente consolidación: Ecuador, Perú, Chile, Argentina, Bolivia, Paraguay, Panamá, El Salvador. En su pequeñez, Trinidad y Tobago, y Guyana, son útiles para las invasiones en ciernes. Las bases en Puerto Rico de por sí pertenecen al imperio. Costa Rica y Dominicana, como de costumbre, nadan de muertito. Uruguay flota entre dos aguas. Otra nación caribeña, Haití, está rota y depende de la tacañería internacional. La reapropiación yanqui del Canal de Panamá se consolidará si se desata una invasión regional.
Aceptando que existe un bloque de gobiernos de izquierda, digo, es un decir, tenemos a Cuba y Venezuela, gravemente acosadas y autoritarias (dispensen si omito Nicaragua, ¿dónde poner un país que “quita” la nacionalidad a ciudadanos críticos y es gobernado por un matrimonio de enfermos mentales?). Honduras, habitual colonia gringa fugaz y milagrosamente del lado progre, vuelve al redil. A orillas del fuego, Colombia peligra, con Ecuador como patio trasero del Pentágono. Acotada, Guatemala sufre los efectos de las concesiones neoliberales que dieron al traste con otros gobiernos reformistas de la región.
México y Brasil, los hermanos “fuertes”, las “potencias medias”, parecen aguantar el vendaval de Washington que intoxica al mundo occidental, sin dejar de resentir amenazas, chantajes, acusaciones arbitrarias y aranceles del imperio en abierta conspiración con las derechas locales. La América boreal, que Canadá y Groenlandia comparten con Alaska, está contra las cuerdas, en antesala para la apropiación yanqui del Ártico derretido. Al primero lo difama y maltrata su vecino. La segunda, ya dijo la Casa Blanca, podría ser su nuevo Hawái.
Es como si los fardos de todo el colonialismo histórico se hubieran dejado caer de golpe. Las izquierdas partidarias, alguna vez consideradas un contrapeso, son descalificadas desde sus propias filas por sus fracasos, debilidades y traiciones. En el sur perdieron todas las batallas, además de las que nunca dieron.
Formidable cómplice del imperio, vicioso y viciado de suyo, una plaga recorre el continente: la corrupción violenta, insensata y sin límites que ya no administran los gobiernos sino el “crimen organizado” dentro y fuera del Estado. Domina el tráfico ilegal de sustancias, personas y mercancías. Esta criminalidad regala al imperio la oportunidad de etiquetar a las pandillas más poderosas como “terroristas” (una falsedad semántica, pero ya quién se fija entre tantas mentiras materializadas por la maquinaria imperialista). En regiones de México, la inseguridad desnuda situaciones alarmantes que no son sólo “alucines” de la pobre opo.
El conjunto establece terreno fértil para el espionaje, el despojo, la contrainsurgencia, la ingeniería de conflictos, el chantaje económico, la deuda pública en capilla, la descalificación de la protesta, las guerras comerciales, migratorias, mediáticas. Y La Guerra.
La población latinoamericana se comunica e informa mediante redes, plataformas y recursos tecnológicos (como la llamada inteligencia artificial), monopolizados por el poder imperial y al servicio de Estados Unidos, la Unión Europea, el sionismo y el Reino Unido. Las embajadas estadunidenses, convertidas en agencias de intervencionismo directo y conspiración antinacional, asociadas a los servicios de inteligencia locales e israelíes (un temible cáncer mundial), fingen ir a la caza de cualquier asociación con Rusia, China o Irán, pero en realidad buscan llevar la falaz Doctrina Monroe hasta sus últimas consecuencias. La mayor parte de América Latina está de rodillas en el contexto de una “comunidad” internacional éticamente en ruinas. La Organización de Naciones Unidas, el Premio Nobel de la Paz, el Vaticano, la patética Organización de los Estados Americanos y otras instancias que se suponían contrapeso humanitario para los débiles están hoy sometidas al régimen washingtoniano.
El trumpismo sólo vino a precipitar la demolición del derecho internacional y los criterios de justicia humanitaria. El genocidio impune en Palestina hecha girones y la ambición colonial de un “Gran Israel” ya recibían el respaldo de una Europa atrapada en la guerra subrogada contra Rusia a costa de destruir Ucrania.
En tanto, el mundo islámico, que sólo en sus instancias más fanáticas practica abiertamente el terrorismo (a diferencia del Occidente blanco, cuyo terrorismo es peor y más hipócrita), se frota las manos ante los aires bélicos que soplan en tierras de infieles enemigos (y como quiera socios comerciales, pues el capitalismo es uno).
Nuestra re-existencia se vuelve imperativa para la resistencia y la existencia misma. Mientras el perfil soberano se borra en América Latina, y la debacle del imperio arrastra al continente, los pueblos, trabajadores y trabajadoras del hemisferio, enfrentan desafíos de alta gravedad.











