Editorial
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China: una mano tendida
E

l gobierno de Xi Jinping presentó la actualización del Documento sobre la Política de China hacia América Latina y el Caribe, en el cual plantea cooperar en más de 40 áreas agrupadas en cinco programas: solidaridad, desarrollo, civilizaciones, paz y pueblos. La nueva versión de este plan integral, publicado por primera vez en 2008 y renovado en 2016, resalta por su carácter abarcador y su espíritu de hermandad al destacar la pertenencia común al Sur Global y referirse al conjunto de China y los países latinoamericanos y caribeños como una comunidad de futuro compartido; concepción con la que Pekín también enfoca a la humanidad entera.

Entre los múltiples ámbitos en los que China se dice dispuesta a colaborar o reforzar los vínculos ya existentes resaltan la apertura a la transferencia de tecnología, la formación tecnocientífica, el combate al cambio climático, las energías –tanto fósiles como renovables–, la integración latinoamericana, “acelerar la materialización de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la ONU”, el uso de monedas locales (no se expresa, pero se entiende que en sustitución del dólar) o el apoyo a la Proclama de América Latina y el Caribe (ALyC) como Zona de Paz. También cabe mencionar la disposición a “abordar adecuadamente las fricciones comerciales para el desarrollo sano y equilibrado y la diversificación estructural del comercio”, una de las principales preocupaciones de algunos países que temen verse abrumados por la capacidad productiva china.

El documento plantea un obvio e insoslayable contraste con las declaraciones del presidente estadunidense, Donald Trump, la política injerencista de Washington en toda la región, y la recién divulgada Estrategia Nacional de Seguridad de la Casa Blanca. Así, mientras el trumpismo ha decidido negar “a competidores no hemisféricos la habilidad de posicionar fuerzas u otras capacidades amenazantes, de adueñarse o estratégicamente controlar bienes vitales en nuestro hemisferio” sin reparar en la autonomía de ALyC para relacionarse con los actores estatales o no estatales que desee y determinar el uso de sus recursos naturales, Pekín reafirma que “las relaciones China-ALyC no apuntan contra, no excluyen a, ni están condicionadas por ninguna tercera parte”. Mientras la Casa Blanca anuncia la aplicación de la Doctrina Monroe “para restaurar la preminencia estadunidense en el hemisferio occidental” y proteger “nuestro acceso a sus geografías”, el gigante asiático se refiere a ALyC como “un conjunto con una gloriosa tradición de independencia y autofortalecimiento mediante la unidad”.

Pero no sólo Estados Unidos reprueba en esta comparación. Desde el estallido de la guerra de la OTAN contra Rusia en territorio de Ucrania, Europa ha ido renunciando a todos los pilares en los que sostenía su pretensión de faro civilizatorio y fortaleza del estado de derecho: para sostener el esfuerzo bélico y beneficiar a sus corporaciones ha convertido en papel mojado sus compromisos en materia ambiental y fiscal, al tiempo que despliega un peligroso armamentismo y alimenta una retórica de guerra permanente. Con el supuesto fin de apaciguar a las ultraderechas, los conservadores tradicionales han abrazado sus agendas xenófobas, y la complicidad activa con el genocidio contra el pueblo palestino les ha quitado el último resto de autoridad moral al que pudieran aferrarse.

En este contexto, China aparece como un socio comercial que propone cooperar sin intromisiones en la política interna de sus pares y que posee las capacidades tecnológicas y financieras para coadyuvar en el desarrollo sostenible de la región. Como el propio documento señala, los lazos deben adaptarse a la realidad y las necesidades de cada país, pero sin duda los gobernantes de América Latina y el Caribe han de tenerlo en cuenta como una herramienta de fortalecimiento simultáneo de la soberanía y el bienestar.