Domingo 14 de diciembre de 2025, p. 3
Máscaras, serpientes, objetos rituales y aves aparecen junto a figuras humanas, en las más de 200 fotografías de la artista Graciela Iturbide, reunidas en su libro más reciente publicado por la Fundación Mapfre y RM.
Rodeada por el cariño de sus seguidores y amigos, Iturbide presentó el volumen en la librería Gandhi Mauricio Achar, donde recordó sus primeros proyectos, su cercanía con los pueblos originarios del país y su relación con Manuel Álvarez Bravo, Francisco Toledo y André Breton.
El libro Graciela Iturbide abarca cinco décadas de las imágenes en blanco y negro de la fotógrafa mexicana, Premio Princesa de Asturias.
El editor y director de la editorial RM, Ramón Reverté, explicó que el volumen es una nueva edición del estudio más completo hasta la fecha de la obra de la artista y se reditó con motivo de tres importantes exposiciones del trabajo de Iturbide en Estados Unidos, entre ellas en el Centro Internacional de Fotografía, el Museo de Arte Moderno de San Francisco y el Museo de Arte de San Diego.
En la charla con Reverté, Iturbide habló sobre la complicidad que debe tener con la gente al momento de hacer una fotografía. “Me gusta mucho tener complicidad con la gente, yo no tomo fotos a escondidas, debo tener la complicidad con la gente y que me sientan parte de ella”.
La maestra, quien ha visitado los pueblos originarios del país, mencionó que se siente parte de su cultura. “Cuando voy a Juchitán duermo en casa de mis amigas y no sé si estoy equivocada, pero me siento parte de ellos; estoy aprendiendo, por supuesto, de la cultura de ellas; lo mismo me ha sucedido con los seris”.
Para la artista, cada pueblo tiene su encanto y tradiciones: “Me gusta fotografiar en México, porque a través de mi cámara conozco la cultura de mi país”.
Una de las imágenes más destacadas de su carrera es la fotografía en la que aparece pintada por los seris, que es la portada de su libro. Sobre esta imagen la artista recordó que fue tomada en 1979, cuando estaba trabajando con ese grupo originario en Sonora. “Ellos pintan de acuerdo al estado de ánimo de cada persona, y me dijeron que querían pintarme, y me encantó, porque tuvieron toda la confianza de hacerlo como ellos se pintan y de ser mis amigos”.
Iturbide también habló sobre su interés por las aves y cómo empezó a fotografiarlas después de la muerte de su hija. “Para mí era una terapia fotografiar a los bebés muertos colocados en sus cajitas con papel de china, pero después de ver a los pájaros de la muerte en un cementerio, terminé con eso y empezaron a salir las aves de la vida”, relató la fotógrafa.
Se refirió a su gran maestro, Manuel Álvarez Bravo, quien le dijo que al tomar una foto no se apresurara, porque “hay tiempo”. Asimismo recordó a Francisco Toledo, quien la invitó a Juchitán: “Fue un gran pintor y un gran benefactor. Hizo todos los museos que hay en Oaxaca, dio una biblioteca a todos los pueblos de esa ciudad y de Juchitán”.
Iturbide destacó la importancia de la fotografía como ritual y un momento decisivo, y reiteró que ha aprendido mucho de los pueblos originarios. “Mi cámara me ha dado el pretexto de conocer, de ver, de conocer el mundo”.
