reud y Cervantes ponen en evidencia a lo largo de sus obras que justamente en lo no dicho radica lo esencial. La multiplicidad de las significaciones es infinita. Al someter la realidad a lo ideal requieren usar un lenguaje que no puede ser interpretado literalmente, porque cada uno de los términos está encajado dentro del otro en una sucesión infinita, interminable, sin origen.
Esto evoca la manera de funcionamiento del inconsciente y el mecanismo de la figurabilidad en la formación del trabajo del sueño. El miramiento por la figura o el cuidado por la representación es una función que lleva a cabo el cambio de los pensamientos en imágenes, fundamentalmente visuales (pero no las únicas), permutación de la expresividad lingüística por medio de un desplazamiento a lo largo de la cadena asociativa. El desplazamiento se consuma, por regla general, siguiendo esta dirección: “una expresión incolora o abstracta es trocada por otra figural y concreta”.
Si bien el descubrimiento del inconsciente y la monumental obra de La interpretación de los sueños fueron las genialidades de Freud, la de Cervantes en El Quijote fue la de ser capaz de fraguar una novela en imágenes, lo cual, al igual que el sueño, da paso a múltiples lecturas. Lecturas donde lo trágico se devela como única verdad universal y necesaria, capaz de deslizarse y sortear cualquier vano y equívoco intento de racionalización; lecturas que llevarán inevitablemente el estigma del drama de la realidad, de la totalidad escindida, magistralmente captada, asimismo, por la mirada de Francisco de Goya en el contraste entre luz y sombra, vida y muerte, comicidad y tragedia.
Asimismo, don Quijote muestra huellas cartesianas. Sin embargo, no se resigna a su destino y se inventa, se escribe y se sueña a sí mismo. Por tanto, la máxima ambigüedad humana se encuentra recogida en la novela y oculta para la filosofía; la equívoca acción de inventarse a sí mismo. En ella, el hombre se confunde con su sueño, con un delirio. Exquisitez cervantina para plasmar la ambigüedad. Traspaso del tiempo, permutación de espacios. Así, en Cervantes, mientras en el mundo de la fábula y la fantasía el hombre interviene en un tiempo que traspasa, don Quijote juega a inventarse a sí mismo, a identificarse con su ensueño y se vislumbra como enajenado por querer ser él mismo, para adueñarse de su propia ambigüedad. A decir de María Zambrano, su esperanza se resuelve en el delirio, y, ¿no es el momento analítico, un instante fugaz, un delirio compartido?
(Fragmentos tomados de Entre el delirio y el sueño: Cervantes y Freud, y de El Quijote torero, de José Cueli, Ediciones La Jornada.)











