pesar del accidentado semestre en nuestra UNAM, ya es momento de cerrar cursos. Así, preparo una síntesis preliminar para mi curso de Economía Política de los Energéticos y Desastre Climático.
Lo disfruto mucho con estudiantes del último año de licenciatura y también –por fortuna– de otras facultades, como Ciencias y Ciencias Políticas y Sociales, y de otras universidades como la Universidad Autónoma Metropolitana, unidades Xochimilco e Iztapalapa.
Sí, muchos estudiantes se acercan a nuestra facultad ansiosos de profundizar en “los energéticos” desde una perspectiva global y crítica. A ellos propongo la visión integral de la polis aristotélica, en el horizonte de larga duración de Fernando Braudel, en continuidad con la perspectiva teórica presente en el Tableau Économique de Quesnay, en el realismo pesimista de Malthus, en el optimismo desencarnado de Adam Smith y en el realismo brillante de Ricardo. Esto a pesar de no haber resuelto –lo hace Marx, por fortuna– el severo problema del origen del excedente, en particular del que no proviene del trabajo de explotación de los recursos naturales y su diferencia con el transferido vía renta del suelo por menores costos de producción, pero sí la heterogeneidad propia de la fertilidad y la ubicación de los recursos naturales. Entre ellos –sin duda– los energéticos derivados de tierras, aguas, sol, viento, vapor endógeno, mareas, corrientes marinas y biomasa.
Aquí no puedo menos que recordar a los brillantes maestros –presenciales y a distancia– con quienes trabajé esto: Morris Albert Adelman, Ferdinand Banks, Carlo Benetti, Jean Cartelier, Juan Castaingts, Ángel de la Vega, Ben Fine, Dominque Finon, Duncan Foley, Edith Klimovsky, Robert Mabro, Ruy Mauro Marini, Jean Marie Martin, Pedro López, Jacques Percebois, Jaime Puyana, Piero Sraffa y Christian Topalov, entre otros.
Así, propongo a mis estudiantes un sencillo trabajo final en el que muestren su manejo teórico, metodológico y operativo del balance de energía y, en segundo término, un primer señalamiento de las tendencias de larga duración que debiéramos impulsar para garantizar una transición energética con justicia energética y en lucha contra la desigualdad.
¿Una primera tendencia a impulsar? El descenso gradual, continuo e irreversible de la intensidad energética, lo que es posible –justo hay que demostrarlo– en todos los órdenes en los que se manifiesta. Señalo uno: el volumen de energía primaria requerido para la producción de bienes y servicios. En México –por ejemplo– para este 2025 se estima un consumo de energía primaria del orden de 8.07 exajoules para una producción anual del orden de 35 billones (millones de millones) de pesos de este año.
Así, el primer indicador de la intensidad energética a observar es el de la relación de los 8.07 exajoules con los 35 billones de pesos, equivale a 0.231 exajoules por billón de pesos, también a 111 barriles de petróleo equivalente al día por cada mil pesos de producto.
Pues bien, la primera tendencia de larga duración a proponer es la disminución absoluta y relativa de este indicador, y esto –en buen romance– significa bajar los requerimientos de energía hasta el año meta, que en este caso propongo sea 2055, es decir, 30 años más, con metas específicas a 2030, 2035, 2040, 2045, 2050, 2055, pero justificadas y deducidas, no supuestas, lo que exige saber en qué fuente, en qué fase, en qué sector, en qué uso final y bajo qué condiciones se logrará ese abatimiento.
Esto –justamente esto– además del ahorro de energía –absoluto o relativo– permitirá abatimiento de emisiones, menores costos de producción, incluso con precios de los insumos al alza.
Sólo una reflexión de larga duración –aquí propongo al menos 30 años– permitirá descubrir no sólo lo que hay que hacer, sino cómo y cuándo hacerlo. Siempre abiertos, por lo demás, a las novedades tecnológicas, a la mayor calificación de la fuerza laboral y la óptima reorganización de los procesos energéticos, así como a los nuevos hábitos sociales y nuevas políticas que ello exige.
¡Un orgullo reflexionar esto desde la UNAM! De veras.
NB Un honor haber sido profesor de Isabel Osorio y de Saul Basurto, premios jóvenes de la UNAM en docencia e investigación 2025. Y compañero de Martin Puchet, premio UNAM en docencia 2025. Frutos brillantes de una Facultad de Economía viva, valiente e inteligentemente dirigida por Lorena Rodríguez León. Me honra mi pertenencia a ella desde 1977.











