esde el origen de las civilizaciones, el ser humano ha dependido de las herramientas y de la tecnología, y no se puede negar que el beneficio de éstas ha servido para la supervivencia humana; sin embargo, no todo ha sido positivo.
Para entender mejor esta idea, recordemos que desde el dominio del fuego, el invento de la rueda o el descubrimiento de la potencia de las armas de todo tipo, la sociedad siempre ha sido cautivada por los beneficios que proporciona la tecnología. Aparentemente, ésta ha mejorado la calidad de vida, ha permitido un mayor y rápido acceso a las comodidades de proveerse de los recursos naturales necesarios, sobre todo, por medio de la industrialización. De esta forma, la subsistencia estaría garantizada. Nada más equivocado.
Pasaron siglos para lograr mejores opciones que estuvieran a la mano, más fáciles de adquirir y a menor costo. Aunque un principio social nos dice que la ciencia y la tecnología pertenecen a la población mundial, la verdad es que ambas han sido acaparadas por los grandes capitales.
La mayoría de la sociedad en la actualidad depende de lo que esas empresas le impongan. La tecnología pertenece a quienes la puedan comprar. Lo hemos visto en todos los rubros industriales y en todas las épocas. A lo largo de los siglos, pulir las diversas tecnologías ha sido una tarea imprescindible para las grandes empresas del mundo. Recordemos que todo es negocio.
En realidad, la ciencia y la tecnología son hitos en la historia sin los cuales no podría hablarse de calidad de vida y desarrollo de la sociedad. El crecimiento de las diferentes comunidades, hasta las más modestas, dependió de su tecnología local, en un principio, y con el tiempo la divulgación de las mejores técnicas y métodos se fue convirtiendo en el intercambio más importante entre la sociedad mundial.
Desde la revolución industrial, la producción de mercancías aumentó exponencialmente, lo cual influyó en el cambio del estilo de vida de la población y, en ocasiones, mejoraron los hábitos de salud, lo que se reflejó en el aumento en la esperanza de vida. Aunque podemos asegurar que no mejoró, en sí, la salud pública. Desde entonces, hemos sido testigos de una inmensa lista de inventos, de desarrollo y logros científicos. Pero, como toda innovación humana, o al menos en su mayoría, suele ser tema de polémica, ya que todo invento, supuestamente, ha sido creado buscando el bien en general, aunque también corre el riesgo de ser utilizado, involuntariamente o no, para la destrucción del medio ambiente y, en consecuencia, para nuestro perjuicio también.
Y aquí estamos de nueva cuenta en este espacio de opinión de La Jornada para hacer varias preguntas. Una de ellas es: ¿por qué la creación de técnicas como la inteligencia artificial (IA) tiende, en parte, a la deshumanización de la vida social, en lugar de representar un importante beneficio para todo el mundo, sin excepción, como argumentan sus creadores? En realidad, analizar la parte polémica de las innovaciones de cualquier época acerca del beneficio inicial, especialmente para quienes las crearon, no es tarea fácil, pues inevitablemente caemos en contradicciones.
Inicialmente, la curiosidad por las nuevas posibilidades de mejorar la vida en cualquier aspecto cautiva y obliga a la población a consumir esa nueva cosa inventada. No vemos las repercusiones, sólo el supuesto beneficio inmediato. Por ejemplo, la transformación de los recursos naturales para simplificar la vida fue y ha sido, hasta la actualidad, lo más importante en el consumo de tecnología novedosa. Los perjuicios a largo plazo nadie los enfrenta desde un principio; se cuestiona por voces críticas, pero no tienen éxito. Lo importante ha sido resolver necesidades reales o inventadas en el corto plazo y sin reparar en el precio monetario, social o cultural. Debido a la curiosidad masiva inducida por las empresas creadoras de innovaciones, desaparece el filtro del razonamiento ante los beneficios o peligros de la nueva mercancía. Así es la reacción humana en general.
Con la invención de la máquina de vapor creada por James Watt en 1769 dio inicio la era industrial, y con el paso del tiempo, las máquinas de vapor se fueron perfeccionando, al punto de ser lo suficientemente capaces de generar servicios y productos. Gracias a esta forma de producir, se desplazó en gran parte la energía física, tanto humana como de animales de carga.
Sin embargo, en el caso de los ferrocarriles, nació un gremio, y por otro lado, desapareció otro, el del viejo transporte. Gracias a la energía del vapor nacieron las fábricas. La producción de mercancía se multiplicó y a menor costo debido a su masividad. Es aquí donde nace un gremio muy importante: la clase obrera. La fuerza de trabajo artesanal desapareció y no existió ninguna organización que la defendiera. Fue una consecuencia natural entre comillas.
En los últimos años, las tecnologías y avances científicos han dado pasos gigantescos; un ejemplo de ello es la espectacular IA, tema que ya ha sido publicado ampliamente en este diario. Los beneficios pueden ser múltiples: en la práctica médica, en la industrialización de recursos naturales, en el conocimiento ambiental, en la preservación de especies, en la industrialización con menor contaminación, incluso en el arte y en otros rubros podría ser un gran beneficio. Sin embargo, los perjuicios, si no se resuelven conforme a las necesidades humanas, podrían ser incalculables, muy grandes y trascendentales en contra de la estabilidad social. Las protestas de hecho ya iniciaron y el problema, al parecer, es potencialmente devastador para la fuerza laboral, aun con toda su organización. Pero antes de especular, sigamos analizando a profundidad sobre este importante asunto.
(Colaboró Ruxi Mendieta)
Para Ximena Guzmán Cuevas y José Muñoz Vega, la justicia llegará.











