Fahrenheit 451

n la novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, los “bomberos” son los encargados de quemar libros y documentos que han sido prohibidos –se les llamaba “hombres de fuego”, firemen. El título es la temperatura en que se quema el papel.
Más de 70 años después de que apareció esa novela, los firemen del régimen en Washington incendian todo lo que no aprueban –en sus palabras, todo lo no patriota– en la cultura e historia en las bibliotecas, museos, universidades, escuelas públicas. No sólo libros, sino dibujos, pinturas, exhibiciones del pasado, la programación de conciertos y obras de teatro en sedes del sector publico, entre otros.
A fines de la semana, el presidente, con una gorra roja que dice “Trump tenía la razón de todo”, se quejó que las narrativas históricas sobre el país en museos públicos y en la educación se han enfocado sólo en “división” y crítica sobre “que horrible es nuestro país”, sin ofrecer nada sobre “el éxito”; incluso criticó que hay demasiado énfasis de “que tan mala era la esclavitud”. Por lo tanto, reiteró que su gobierno revisará la museografía para reformular los textos y deshacerse de ciertas exhibiciones y obras con “ideología inapropiada”.
La Casa Blanca emitió un comunicado con una serie de ejemplos de obras que reprueba y aparentemente desea censurar en los museos de la institución Smithsonian, la organización pública que administra museos y centros de investigación nacionales incluidos los grandes centros culturales de la capital (https://www.whitehouse.gov/articles/2025/08/president-trump-is-right-about-the-smithsonian/). Entre las obras señaladas ahora exhibidas está una escultura de una mujer parecida a la Estatua de la Libertad que carga una canasta de jitomates cosechados y levanta un fruto en lugar de la linterna, obra donada al Smithsonian por la Coalición de Trabajadores de Immokalee –la escultura de la que llaman “nuestra niña” acompañó una marcha histórica en Florida de la agrupación a favor de derechos de los jornaleros. También está una caricatura del monero mexicano Feggo, en la que dos connacionales se asoman por una bandera estadunidense hacia el norte para ver los fuegos artificiales del otro lado en el Día de la Independencia, criticada por promover fronteras abiertas.
La ofensiva del nuevo régimen en Wa-shington contra la cultura y la historia arrancó desde el primer día en varios frentes, sin pausa.
A nivel estatal y local, esa ofensiva ofrece una luz verde para intensificar las constantes campañas conservadoras contra la cultura y la educación. El número de libros que se buscaron censurar o que fueron prohibidos en escuelas y bibliotecas en 2024 sumó 2 mil 452 títulos (https://www.ala.org/bbooks/book-ban-data). Entre otros ejemplos de esto sólo en días recientes: un mural de “resilencia palestina” en la Universidad de Carolina del Norte fue cubierto en el primer día de clases; en Oklahoma, todos los nuevos maestros serán sometidos a un “examen de América primero” para filtrar aquellos que son “adoctrinadores” de izquierda; y Rambo/Rocky –bueno, Sylvester Stallone– fue seleccionado por el mandatario como figura excelsa de la cultura estadunidense y lo condecorará en la próxima edición de los premios del Centro Kennedy (el mandatario se autonombró jefe de esa institución e indicó que desea cambiarle el nombre a Trump/Ke-nnedy Center).
Fahrenheit 451 ha estado en la lista de los libros que la derecha ha buscado prohibir a lo largo de los años. “Si no quieres que un hombre esté políticamente descontento, no le ofrezcas dos lados a una cuestión para preocuparlo; dale una. Mejor aún, no le des ninguna”, es una frase famosa del libro. También está la cita repetida por los bomberos: “fue un placer incendiar”.
En la novela los rebeldes se dedican clandestinamente a aprender de memoria libros enteros para poder salvarlos para el futuro, un acto de resistencia y esperanza que tal vez se tendrá que repetir ahora.
Talking Heads. Burning down the house. https://www.youtube.com/watch?v=Zfr3L0drhS8