a agresiva movilización militar emprendida por órdenes del presidente estadunidense, Donald Trump, en aguas del mar Caribe, con el explícito propósito de amedrentar y provocar al gobierno del mandatario Nicolás Maduro –por cuya cabeza Washington ha ofrecido una recompensa de 50 millones de dólares, argumentando que es el jefe máximo del supuesto cártel Tren de Aragua–, ha recibido como respuesta en la nación sudamericana una intensa movilización de repudio popular y una adhesión masiva a la campaña de reclutamiento a la Milicia Nacional Bolivariana, que según cifras de Caracas cuenta con unos 4 millones de integrantes y que es, junto con el ejército, la Armada, la Aviación Militar y la Guardia Nacional, una de las cinco ramas de las fuerzas armadas del país sudamericano.
Asimismo, el gobierno optó por fortalecer la organización popular para la seguridad en los llamados Cuadrantes de Paz, en los que se vinculan policías, militares y población en los más de 5 mil circuitos comunales.
En forma paralela, los sectores mayoritarios de la población han hecho el vacío a los llamados de la oposición más recalcitrante, encabezada por María Corina Machado, a boicotear tales esfuerzos organizativos necesarios para disuadir a Washington de que emprenda una agresión armada en contra de Venezuela. Por el contrario, tales exhortos, que en forma desembozada apoyan las hostiles acciones intervencionistas del trumpismo, pueden representar para sus autores la clase de reacción social que suscitan en todas las latitudes quienes, independientemente de ideologías, traicionan a su país.
En cuanto a Trump, no es fácil dilucidar si el aparatoso despliegue de buques de guerra y unidades militares en torno a Venezuela es una más de sus carísimas bravuconadas, o si es en cambio la preparación de una agresión militar en forma para intentar el derrocamiento de un gobierno al que Estados Unidos no ha logrado someter en décadas y que constituye un obstáculo infranqueable para que las empresas petroleras de la superpotencia puedan saquear a voluntad los hidrocarburos, de los que la república bolivariana posee las mayores reservas del mundo.
Pero, sea por las razones que sea, y llegue al grado que llegue, la hostilidad bélica podría ser para la administración trumpista un tiro por la culata. De tratarse de una más de las espectaculares amenazas del magnate neoyorquino que despacha en la Casa Blanca, lo cierto es que ha provocado ya una masiva afiliación en las movilización social de respaldo a Maduro que es, a fin de cuentas, un triunfo político para el chavismo y una nueva derrota de la oposición. Y en el más descabellado de los escenarios, si Washington decidiera ir más allá de los gestos hostiles, más valdría que sus estrategas consideraran las consecuencias de involucrar a Estados Unidos en una nueva guerra colonialista de esas que se cobran enormes cuotas de destrucción, sufrimiento y muerte para los locales, pero que la superpotencia termina perdiendo, como ocurrió en Vietnam y en Afganistán.
La obligación moral de los países latinoamericanos y de los organismos internacionales es evitar que se llegue a tal punto y para ello resulta fundamental que, al margen de lo que se piense sobre el gobierno venezolano, unos y otros se manifiesten de manera enérgica e inequívoca en contra de la agresividad militar trumpiana y de cualquier intento de llevar a cabo una sola agresión injerencista contra el territorio, la población, las instancias militares, la infraestructura y los recursos naturales de Venezuela.