omo señalé el lunes pasado, los conquistadores y las autoridades coloniales destruyeron México-Tenochtitlan, la metrópoli que los deslumbró. También el sabio manejo que sus pobladores hacían del agua. La consideraron un enemigo y para vencerlo construyeron obras para sacarlo de la cuenca. Y sobre el antiguo sistema lacustre del valle, edificaron la nueva ciudad, que se extendió caóticamente a partir del siglo pasado.
Así, fraccionaron lo que eran grandes haciendas y edificar asentamientos humanos para los favorecidos económicamente por la Revolución y para la clase media. Y como fruto de la reforma agraria y el proceso de industrialización, miles de habitantes del campo migraron a la ciudad en busca de empleo y mejor calidad de vida. Fincaron sus nuevos hogares en tierras ejidales, comunales y de reserva natural de la capital y el vecino estado de México.
Fue una ocupación caótica vía diversos agentes: acaparadores y promotores de vivienda, líderes de invasiones, dirigentes agrarios. Parcelaron y vendieron lotes a miles de necesitados y en connivencia con el partido gobernante, el PRI. Gracias a esa mancuerna, se regularizaron los nuevos asentamientos y los dotaron de servicios básicos a cambio del voto por los candidatos oficiales. Así, de un enorme terregal que limita con el lago de Texcoco, surge a partir de 1960 Ciudad Neza. Posteriormente otras más en una antigua zona lacustre: Chalco Solidaridad, Los Reyes La Paz, Culhuacán…
La ciudad crece igual sin planeación hacia el sur y oriente, con fraccionamientos para diversos niveles económicos. Predominan los de bajos ingresos en cerros y cañadas. En el norte, la mancha de asfalto se extiende más de 50 kilómetros, hasta Tepotzotlán. No se salvan ni los cerros, como en Ecatepec. En 75 años se forma una megaurbe de más de 20 millones de habitantes que por el peso de su infraestructura física y estar en zonas lacustres, se hunde lentamente. Hasta hoy, más de 10 metros, lo que afecta el sistema de abastecimiento de agua y el drenaje. Y la expone más a los temblores.
Ahora la megaurbe muestra sus carencias por los efectos del cambio climático. Uno de ellos, lluvias cada vez más intensas que descubren la realidad de la infraestructura urbana: drenaje obsoleto, insuficiente, mal atendido, invadido por basura; un manto freático sobrexplotado y a más profundidad para obtener 60 por ciento del agua que consume la ciudad. Si se extraen 100 litros, apenas se recarga con 10 provenientes de las lluvias. Hoy que abundan e inundan la urbe, no hay algún programa importante para aprovecharlas y enriquecer el acuífero. Se trae líquido de otras cuencas hidráulicas a un alto costo. Especialmente del sistema Cutzamala. Transporte público pésimo, comenzando por el Metro.
No olvidar que la ciudad tenía otras fuentes muy importantes de abastecimiento de agua. Pero con el pretexto de evitar inundaciones y garantizar la creciente movilidad del transporte público y particular, entubaron sus ríos de agua cristalina y que brindaban humedad y belleza. Los taparon con avenidas y viaductos: La Piedad, Tacubaya, San Ángel, Churubusco, San Francisco, Consulado, San Juan de Dios, Los Remedios. Terminaron como destino de todo tipo de desechos. Apenas dos sobreviven: el río Magdalena y el Santo Desierto, contaminados.
De la necesidad de ordenar el crecimiento de la mancha urbana de la Ciudad de México y las otras que la rodean; de cuidar al máximo las áreas naturales que todavía no eliminan el asfalto y nuevos asentamientos humanos, escribieron numerosos especialistas. Uno de ellos, Jorge Legorreta, enlistó en varios de sus libros editados por el Centro de Ecodesarrollo y la UAM-Azcapotzalco, los problemas que con más urgencia debían resolverse. Y la mejor manera de hacerlo. Sus propuestas, todas viables, ignoradas por las instancias oficiales.
Una adquiere hoy mucha vigencia: considerar la Cuenca de México como una megaurbe. Y como tal, coordinar los esfuerzos de las ciudades que la conforman para identificar los problemas más urgentes y poner en marcha las soluciones adecuadas con el apoyo de los expertos del sector público, la academia y las poblaciones. Hoy el partido Morena gobierna los estados que conforman la Cuenca. Razón de más para marcar la diferencia y hacer realidad lo que tanto pregonan sus funcionarios: el crecimiento sostenible.