a Universidad Nacional Autónoma de México ha sido, a lo largo de sus más de 100 años de historia, un espacio de generación y transmisión de saberes, así como un actor público que acompaña expresiones y transformaciones culturales; que promueve la imaginación, la creatividad, el pensamiento divergente y la construcción de identidades, así como sentidos colectivos.
Por ello, la conmemoración del cincuentenario del Museo Universitario del Chopo es una coyuntura oportuna que nos invita a reflexionar ampliamente sobre la manera en que la Universidad de la Nación ha concebido y ejercido su papel frente a la sociedad.
El origen de este espacio respondió a la necesidad de abrir una esfera de encuentro libre, capaz de acoger expresiones culturales y artísticas –en especial, aquellas emergentes o marginales–, otorgándoles no sólo reconocimiento social, sino las condiciones para explorar y desarrollarse plenamente.
La estructura de hierro de este edificio, diseñada en Alemania a inicios del siglo XX y trasladada al México porfiriano, no siempre fue un recinto universitario. En un principio, cumplió funciones como pabellón de arte industrial, posteriormente fue sede del Museo Nacional de Historia Natural y, durante años, un recinto silente.
Pero en 1975, con su reapertura como parte del patrimonio universitario, definió una nueva vocación para ir más allá de resguardar objetos, dispositivos y discursos, para dejarse interpelar y transformar por los paradigmas de cada época.
Desde entonces, el Chopo se ha consolidado como un campo de experimentación, innovación e intercambio que se ha resignificado como una plataforma fundamental para la libertad cultural, política y social de México.
Nada de todo esto ocurrió de manera fortuita: fue fruto de la voluntad institucional y de una comprensión consciente de que la cultura no puede permanecer confinada al canon, sino abrirse, ser porosa y asumir nuevos paradigmas.
A lo largo de su trayectoria, el Chopo ha vivido etapas de crecimiento y de resistencia, sostenido siempre por las comunidades que lo han nutrido con lucidez y generosidad. Quienes lo han coordinado han sabido construir un modelo propio que acoge cuerpos, voces y estéticas fuera de los moldes dominantes.
Sin duda, su remodelación en 2010 marcó un punto de inflexión. El museo fue renovado, ampliado y equipado con infraestructura tecnológica para fortalecer su producción curatorial, escénica y documental.
Por estos motivos, el Chopo no persigue la neutralidad ni se somete a las lógicas del espectáculo. Su propósito ha sido, y seguirá siendo, acompañar manifestaciones culturales surgidas en escenarios emergentes, reconocer estéticas disidentes y sostener un diálogo –a veces incómodo, pero siempre fecundo– con las contradicciones de nuestro presente.
Aunado a esto, ha tejido una relación profunda con su territorio. No sólo se entrelaza con el corazón de la colonia Santa María la Ribera, de la Ciudad de México, sino con las dinámicas urbanas que lo rodean.
El Chopo es un actor que reconoce y cohabita en la dimensión barrial, asumiendo las tensiones entre reconfiguración social y arraigo comunitario, entre lo patrimonial y lo cotidiano. No se impone: reconoce e interviene desde una mirada situada y respetuosa.
En ese sentido, destaca que en este 50 aniversario, tres de sus salas adopten el nombre de figuras claves en su devenir, como fueron Elena Urrutia, Jorge Pantoja y Chema Covarrubias. Esta denominación y reconocimiento nos recuerda que las instituciones culturales se construyen desde la cercanía, el trabajo constante y el cuidado.
A lo largo de cinco décadas, el Museo Universitario del Chopo ha sido un vínculo entre la UNAM y sectores históricamente excluidos de la conversación cultural.
Su relevancia no es únicamente patrimonial o simbólica, es pedagógica. Nos ha demostrado que otro modelo de museo es viable: uno donde el archivo es la herramienta crítica, la programación no es vertical y las juventudes no son un público pasivo, sino interlocutoras activas.
Hoy, el Chopo persiste como un crisol donde convergen memorias. Cada proyecto, exposición y propuesta se articula con la trama de comunidades que se lo han apropiado y le han dado vida. En esa dinámica radica su mayor enseñanza: la cultura no es ornamento, sino sustancia; no es simple ceremonia, sino campo de disputa; no es privilegio, sino derecho; y no debe estar destinada a imponer consensos, sino a estimular la pluralidad.
Desde la Universidad de la Nación reafirmamos nuestro compromiso con éste y con todos los recintos culturales de nuestra casa de estudios. Reconocemos su valor simbólico y material, y confiamos en su capacidad para seguir imaginando y creando horizontes posibles.
En esa convicción, nuestro deber es garantizar el porvenir de el Chopo con una visión estratégica y consolidar su vigencia como un espacio vivo y abierto a las posibilidades que nos plantee el futuro. Enhorabuena por estos primeros cincuenta años.
* Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México