a más reciente entrega de la revista The Atlantic está dedicada al proceso histórico que determinó la construcción de la bomba atómica, que posteriormente abrió la puerta a la era nuclear. Los artículos tienen en común una tarea: crear conciencia sobre el peligro que en nuestra era representa la proliferación de armamento nuclear, particularmente en dos países: Estados Unidos y Rusia.
Por añadidura, entender el peligro de que una sola persona sea capaz de crear una situación irreversible en todo el planeta si decide lo que figurativamente se conoce como oprimir “el botón rojo”, que no es otra cosa que activar un mecanismo que puede ocasionar la muerte de millones de seres, si no es que la desaparición de la humanidad. No hay que ser un genio para entender que la referencia corresponde a Donald Trump y a Vladimir Putin, lo que realza la importancia de la reunión de ambos mandatarios en territorio estadunidense.
En términos formales, el objetivo fue discutir la situación en Ucrania, pero también tuvo un significado especial. Rusia fue reconocida nuevamente como igual, y después de tres años Putin rompió su aislamiento diplomático (Joshka Fischer en Project Syndicate.org).
Una de las historias en The Atlantic revela la forma cómo en uno de los episodios más graves de la guerra fría, la prudencia de los primeros mandatarios de Estados Unidos y la Unión Soviética salvó a la humanidad de una catástrofe difícil de imaginar.
John F. Kennedy advirtió a Nikita Khrushchev el peligro que para la paz representaba el desembarco de varios cohetes en Cuba con el fin de atacar a Estados Unidos. La historia es de sobra conocida, pero no el contenido de la nota que Khrushchev envió a Fidel Castro para disuadirlo de atacar a Estados Unidos y convencerlo de la necesidad de regresar los cohetes a Rusia.
“Naturalmente, usted entenderá que las consecuencias del ataque no pararán ahí, sino que serán el principio de una guerra termonuclear. Estimado camarada Fidel Castro, no obstante entender sus razones, encuentro que su propuesta es errónea.” (Jeffrey Goldberg The Atlantic, agosto 2025 p. 24). La nota es un ejemplo del temple y la cordura que prevaleció y debe prevalecer en cualquiera que tenga su alcance la posibilidad de usar armas nucleares.
Un salto en el tiempo nos lleva a la reunión en Alaska y sus diferentes lecturas. Una de ellas es la indiferencia que Trump ha demostrado a la necesidad de imponer un límite a Putin para que cese las hostilidades y detenga sus ataques a Ucrania. El apoyo de los países europeos a esta última fue una enérgica llamada de atención a Putin, quien contratacó advirtiendo que la única forma de cesar las hostilidades es reconocer el derecho de Rusia a las regiones que ha ocupado desde la invasión, en 2022.
El impasse que se ha abierto en las discusiones podría derivar en un nuevo episodio de la guerra fría en momentos en que los protagonistas se multiplican, incluidos China, Taiwán y Corea del Norte, Irán, Israel, Palestina y un puñado más de naciones.
El peligro es latente por el hecho de que algún pirómano decida prender un cerillo al barril de pólvora sobre el que el planeta está sentado. En otras palabras, “oprimir el botón rojo”.
En el plano doméstico, con sus torpezas en materia de política exterior y su guiño a Putin, Trump ha renovado el recelo histórico que los estadunindenses tienen con Rusia. Además de sus yerros en materia de aranceles, política migratoria y militarización de diversas ciudades, su extraña fascinación por el ex agente de la KGB ha tenido un efecto negativo en su popularidad, según describe la revista The Economist en su edición más reciente.
Para Trump, el dilema en la cuestión doméstica lo resolverá, como en otras ocasiones, con litigios, persecución, venganzas, golpes publicitarios, y remplazos de quienes no le sean leales. Pero en el plano externo no le será fácil cuadrar el círculo cuando Putin exige que para cesar las hostilidades se reconozca la pertenencia a Rusia de los territorios invadidos, mientras Zelensky exige que sean devueltos a Ucrania. Los agravios y decenas de muertos son muchos. No está claro cómo uno u otro cederán.
La pregunta es cuál será la opción que Trump proponga en su azarosa carrera por ganar el Nobel de la Paz.