Opinión
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¿Se sabe adónde ir?
E

sta pregunta, tratándose del modelo político de éste y el pasado gobierno de la República aparece, a veces, como pregunta ociosa. No lo es. Por el contrario, la interrogante se debe repetir de manera constante para asegurar su cumplimiento y futuro. Hacia dónde se va no es una cuestión únicamente retórica, sino otra llena de contenidos, deseos, acuerdos, seguridades y problemas. Bien se puede hablar ahora de una conjunción entre gobierno y pueblo –gobernante– que se afirma en la medida de su ajuste continuo. A esa parte del modelo se le ha llamado ensanchamiento de la conciencia colectiva Tal entendimiento y aceptación ciudadana, de sentir y confiar de tener un gobierno propio. Es decir, aquel que trabaja para ellos como prioridad ineludible y para su completo bienestar.

La oposición, sin embargo, recae una y otra vez en su visión harto negativa, cuando se hace la pregunta: ¿hacia dónde? Cuestión a la que responde diciendo que sólo encuentra violencia institucionalizada. Tampoco encuentra, por más que repita sus mismas posturas, la guía de un liderazgo efectivo. Para lo cual debe negar, en vista de las opiniones y apoyos masivos, que ambos gobiernos reciben, el origen de tal soporte. Lo reducen, sin otra o ninguna consideración valedera, al pedestre pago de pichicatos favores. Te acerco ayudas sociales y tú me das votos y aquiescencia. Y ahí terminan para los acerbos críticos los intercambios entre pueblo y sus guías. Para robustecer la argumentación, siempre vacía de prácticas realidades observadas, recurren a las comparaciones con lo que sucede, según ellos de manera exitosa, en otros países. Unos donde, ante la promesa de crecimiento económico e ingreso aceptan merma de libertades. Aquí, en cambio, sólo ven transacciones poquiteras. Unas cuantas ayudas, precariamente financiadas, logran engatusar, momentáneamente, a la masa poco informada. Tienen que reconocer que esas ayudas –que rebajan a migajas– ocasionen lealtades, achicadas por su inevitable temporalidad. Nunca han salido a preguntar a la gente, su opinión y acuerdos. Los incrementos salariales, base de un mejor reparto del ingreso y empuje al mercado interno, pasa desapercibido para ellos.

No se detienen tampoco ante lo que se critica como falta de guía o finalidades sistémicas efectivas. Algunos van mucho más allá de manera hasta compulsiva. Pronostican eso que desean ver: una tendencia marcadamente autoritaria como final de todos y cada uno de los cambios implementados por el gobierno.

Llegan al extremo de asegurar que se han concitado los requisitos para instaurar desde ya una real dictadura. Eso y nada menos que eso, sin mostrar rubor predicante alguno. Lo hacen incluso con arrogante suficiencia de capaces observadores y críticos avezados. Saben que pueden ser vistos como exagerados o fuera de foco actual. Pero confían en sus análisis a tal grado que pueden verse como pioneros en pos de curar en salud a los mexicanos. Esperan que en el futuro reconozcan el mérito de sus advertencias.

Así, cuando la dictadura se imponga como realidad, podrán decir: ¡se los advertí! Mientras tal extrema situación se formalice, otros se conforman con decir que el nuestro es un régimen saturado de extorsiones e impunidades, reglas del juego cambiantes y partido único (Luis Rubio, Reforma, 3/8/25). Termina, este predicador semanal diciendo que hay que agregar a la nociva actualidad la persecución de periodistas, censura a ciudadanos y descalificaciones a quien piense diferente. Al proseguir su perorata, Rubio termina por augurar que, tal vez, las cuentas fiscales no den para lo poco que se hace y, todo, se convierta en una bomba de tiempo. ¡Sácale!

La oposición, que se expresa en letras y voces de la opinocracia, vuelve reiterativamente a concitar el extravío del balance de poderes. Añora tiempos pasados en que, según su consagrada visión, los había y permitían mejorar la vida ciudadana. Aunque un breve análisis serio pueda desmentirlos de manera por demás rotunda. La destrucción del Poder Judicial les causa tal conmoción ideológica como la ocasionada por la clausura del magnífico “ hub aeroportuario” texcocano. La retratada inundación secular simplemente la soslayan. Nada se diga de los dolores y penalidades ocasionadas por la desaparición de los entes autónomos del panorama burocrático. Desaparecidos remansos técnico-políticos ante la terrorífica acumulación de poder en curso.

Por lo demás, ahí quedan certificados los 11 millones de pobres que dejaron de serlo en estos cinco años pasados. Un cumplimiento cabal de lo apuntado como horizonte a perseguir de manera continua. La desigualdad, combatida exitosamente (Inegi) como objetivo final de la justicia social. Sin olvidar el equipamiento del atrasado sur del país para su despegue efectivo. Una integración regional balanceada que fuera tan sesgada y maltrecha en tiempos pasados. A esto se llama saber adónde ir y trabajar para ello.