áximo y Bartola tenían siete y cuatro años cuando un tal Ramón Selva llegó a su pueblo en el departamento de San Miguel, en El Salvador, y se los llevó. Era 1851. Los niños fueron vendidos a J.M. Morris en Boston. A partir de ese año y durante cuatro décadas los hermanos serían presentados como fenómenos de circo bajo distintos nombres: Los ídolos aztecas
; los aztecas liliputienses
; Los aztecas de Barnum & Bailey
.
Tenían una condición llamada por la medicina microcefalia y que los gringos y británicos solían referir como cabeza de alfiler
por la forma en que el cráneo se hace estrecho en su cúspide. La palabra freak aparece en inglés unos años antes, en 1847, y se usa para designar la monstruosidad, la anomalía de un cuerpo humano comparado con la norma clínica elaborada por los ingleses. Una norma que, por cierto, consideró como anomalía monstruosa a los irlandeses.
Así que Máximo y Bartola fueron exhibidos como monstruos en un momento en que la medicina, la arqueología y la teoría de las razas humanas estaban siendo explotadas como justificación de Europa y Estados Unidos para colonizar y despojar al resto del mundo.
La idea de presentar a Bartola y a Máximo como aztecas
, aunque fueran mulatos y de El Salvador, tenía el objetivo de decir que los pueblos originarios de América Latina eran una raza infantil, incapaces de autogobernarse. Son como niños británicos de tres años
, sentencia la Reina Victoria cuando le son presentados en 1853.
Ella manda a hacer daguerrotipos de Bartola y Máximo vestidos como supuestos indios americanos, ordena a sus médicos medirles la cabeza, y a sus retratistas hacer copias en cera de los pequeños cuerpos desnudos para que todo el imperio los pueda observar.
Es por eso que no se trata sólo de una atracción de circo, sino que existe una intención política detrás de reproducir la idea de que los pueblos originarios de América son científicamente
inferiores y, por lo tanto, de que es moral y hasta necesario invadir sus tierras.
Esto se hace obvio cuando vemos que quien primero recibe a los aztecas
es Millard Fillmore, el presidente de los Estados Unidos. Son exhibidos en la Gran Exposición de Hyde Park de Londres en cuya guía para los espectadores encontramos estas frases del colonialismo seudo-científico: No todos los hombres avanzan al mismo ritmo ni llegan al mismo punto
(George Stocking) y La civilización no es un estado de progreso común a todos los hombres, sino el resultado del desarrollo de ciertas razas
(Joseph Barnard Davies).
Para presentar a los aztecas usaron lilipuriense
para generar la comprensión de un público que celebraba todavía Los Viajes de Gulliver de Jonathan Swift.
Pero también contaban con un panfleto que había sido escrito en Estados Unidos sobre la ciudad ancestral en la que estos niños habían sido encontrados. Se trataba, por supuesto, de un lugar inventado llamado Iximaya y su autor, un improbable Pedro Velázquez, cuenta su viaje en el que, convenientemente, sus dos acompañantes mueren a flechazos de los indígenas.
Algunos especulan que el panfleto fue escrito por Phineas Taylor Barnum, el empresario del circo. Según este relato, Iximaya era una ciudad creada por unos asirios perdidos en Centroamérica, fundada para adorar a una casta sacerdotal llamada Kaanas antes que Babilonia. Siendo de origen asirio, quién sabe qué hacían ahí unos aztecas en plena zona maya. La intención es crear un espacio anacrónico cuyos habitantes no viven dentro de la historia, que es propiedad de los imperios europeos y el naciente estadunidense.
La confusión entre aztecas, mayas, asirios es, entonces, deliberada. El viaje del estadunidense John Lloyd Stephens a la zona maya, en especial a Uxmal y Palenque, con los célebres dibujos de Catherwood, publicada una década antes, terminaba narrando que existía una ciudad con su pirámide que sólo pudo ver de lejos por estar al otro lado de una cañada.
Quien haya escrito el panfleto de los aztecas dice que esa es la idea original del viaje inventado: localizar esa ciudad que el propio Stephens no pudo ya visitar ni comprar. Recuédese que éste compra las pirámides de Copán, en Honduras, por 50 dólares para llevarlas en pedazos a Nueva York. Más tarde, será el más entusiasta desarollador del Canal de Panamá.
Que su viaje a las ciudades mayas haya acabado en un relato ficticio de una ciudad donde se adoraba a dos niños microcéfalos aztecas
es el intento por decir que las cabezas entablilladas de los mayas con fines rituales, en realidad, eran un sello de esa raza
.
En el momento en que los niños secuestrados y vendidos llegan a Estados Unidos y Gran Bretaña la nueva ciencia antropométrica establece que los cráneos más pequeños no pueden albergar cerebros que puedan pensar en conceptos abstractos como el bien y el mal.
La revista médica The Lancet de 1885 dice, a partir de los niños aztecas
: los centroamericanos tienen un cráneo que recuerda al de una cabeza idiota con la cara convexa, pequeña, y sin barbilla
.
De ahí, Bartola y Máximo pasaron a la corte de Napoleón III en París y ahí fueron nuevamente disfrazados, obligados a tocar el violín, como símbolo de que eran incapaces, y a meses de observación por parte de los nuevos etnólogos de las razas humanas. Salen de ahí hasta 1857, a escasos cuatro años de que el imperio francés invada México.
Como publicidad, casan a los hermanos el 7 de enero de 1867 en Saint Georges Hanover Square de Londres. Durante los siguientes 20 años, de 1870 a 1890, serán una atracción del Circo Barnum & Bailey. Nunca sabremos los nombres reales de Máximo y Bartola. Ni el pueblo del que fueron sacados. Sabemos que Máximo murió en 1913, supuestamente a los 69 años de edad. No hay noticia de Bartola.
En los años siguientes los microcéfalos fueron llamados aztecas
por los circos. Uno de ellos, que aparece en la película Freaks de Tod Browning (1932), Schlitzie, era presentado como originario de Mérida, Yucatán, y el último de los aztecas
, aunque fuera del Bronx. La era del racismo étnico se fue haciendo cultural sin dejar del todo su pasado supuestamente científico. Todavía lo escuchamos cuando alguien grita: naco
.