El desmadre, cuando está bien hecho, es alta literatura; por eso volvió La biblia vaquera
En su libro, Carlos Velázquez busca demostrar que el norte es más que historias de capos
Martes 8 de julio de 2025, p. 5
Con olor a machaca recalentada, cerveza tibia, rezos a San Judas Tadeo y ecos de los Cadetes de Linares en un iPod, regresa La biblia vaquera, de Carlos Velázquez, ahora publicada por la editorial Océano.
Esta redición no es un gesto nostálgico, sino la confirmación de la vigencia de un texto que redefinió la narrativa del norte mexicano con humor corrosivo, imaginación delirante y una propuesta estética que convirtió la sátira en un acto de resistencia.
Mi intención era mostrar que esa región es mucho más que historias de capos
, señaló el autor, nacido en Torreón, Coahuila, en 1978, amante de los conciertos, los riffs de Los Ramones y las distorsiones del lenguaje.
“Detrás de la fascinación por la narcocultura se esconde un estrato de identidad muy rico, y este libro fue mi forma de explorarlo. También fue una respuesta a la literatura solemne, ésa que se toma demasiado en serio a sí misma y termina empolvándose en la academia.”
Velázquez trabajó 10 años en una tienda de discos antes de convertirse en cronista y narrador. Pero fue La biblia vaquera la obra que, en sus palabras, lo lanzó de escritor.
Antes había publicado otro libro, pero no me sentía autor. Con este proyecto supe que me dedicaría a escribir cuentos el resto de mi existencia.
La nueva publicación conserva el manifiesto explosivo que lo caracterizó desde su primera aparición en 2009: una colección de relatos interconectados que habitan un mapa imaginario poblado por luchadores, diyéis, traileros, cantineros, ex mojados, burritos, conectes de droga y sombras paradójicas de la historia patria
, como apunta su contraportada.
La idea de inventar un espacio geográfico propio viene de Burroughs. Él hablaba de zonas donde cunde el mal. Yo quise hacer algo similar, pero en clave norteña, donde todo cupiera: desde la cultura popular hasta las resonancias de Joyce o Cortázar
, añadió el autor en entrevista con La Jornada.
“Este ejemplar rehúye las formas convencionales de narrar. Es una construcción hecha con base en guiños, como si un mezclador de sonidos uniera pastiches literarios y vivencias callejeras para formar un nuevo ritmo: el del lenguaje como criatura viva, agazapada en la esquina de cada frase.

paradójicas de la historia patria, se apunta en la contraportada. Aquí, el autor coahuilense.Foto cortesía del escritor
“En aquel momento sentía que los escritores mexicanos intentaban matar la lengua. Yo no. Quise escuchar. A la calle, a los libros, al habla del norte. Con eso intenté crear un nuevo sonido, uno que respondiera a una necesidad de reinvención que muchos padecíamos.
El resultado es una prosa que oscila entre el balbuceo punk y la elocuencia de un predicador borracho en una cantina de estación abandonada.
En el texto, el humor no funciona como simple alivio: es una navaja afilada, una risa que corta hondo.
Para Carlos Velázquez, los que nos reímos nos tomamos más en serio la realidad. En una cena, ¿dónde prefieres estar? ¿Con gente tiesa como monos de cera o con personas que ríen hasta las lágrimas? Yo elegí hace tiempo. Eso quizá me haya costado lectores, pero no escribo para agradar a los guardianes del discurso predominante
.
Las influencias que laten en estas páginas son tan múltiples como contradictorias: desde Carretera perdida, de David Lynch, que inspiró la estructura de rencarnación narrativa, hasta Mantra, de Rodrigo Fresán; El perseguidor, de Cortázar, y la música como una verdadera ideología.
“No es sólo sonido. Es parte del ADN del libro. La música también escribe. A veces con riffs, otras con silencios”, enfatizó el autor.
Frente a la amenaza del lenguaje neutro, que tiende a homogeneizar voces y acentos, Velázquez se mantiene firme en su disidencia. La biblia vaquera no pide permiso: irrumpe como bicho raro en la fiesta solemne de las letras mexicanas y prende la consola con un ruido irreverente.
Hoy domina una sola corriente literaria. Me negué a subir a ese tren, y estoy bien con eso, porque el desmadre, cuando está bien hecho, también puede ser alta literatura. Aquí, sin duda, lo está
, concluyó.