Una ceremonia wixárika y rezos tzeltales dieron cierre a las actividades alrededor de la ofrenda Una flor para cada alma
en el pueblo todos lo vieron y se sintieron muy orgullosos de que pudimos presentar nuestras costumbres en un lugar tan importante. Ojalá no sea la única vez.Foto gobierno de México
Martes 3 de noviembre de 2020, p. 3
Con la realización de una ceremonia tradicional wixárika y rezos tzeltales dedicados a los difuntos en el patio central del Palacio Nacional concluyeron este lunes las actividades de la ofrenda-homenaje Una flor para cada alma: 20 pueblos, 4 rumbos, en el contexto de los tres días de luto nacional decretados por el presidente Andrés Manuel López Obrador para recordar a los mexicanos fallecidos por Covid-19.
Por primera vez en la historia, las puertas de ese recinto, ahora convertido en residencia presidencial, se abrieron a representantes de varios pueblos originarios, cuyos ritos de Día de Muertos pudieron ser apreciados por poco más de 3 millones de personas a través de los canales del Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano (Canal 14 y Canal 11, a escala nacional; Capital 21 y Canal 22 en el área metropolitana de la Ciudad de México), así como en redes sociales y páginas oficiales del gobierno federal.
Unidos en un mismo culto
Los participantes se mostraron orgullosos de poder compartir a espectadores de todo el país y el mundo, desde ese lugar (durante mucho tiempo sólo ocupado por las élites políticas), una de las celebraciones más importantes del año, herencia cultural de personas sabias: nuestros ancestros
, dijo Fortunato González Ríos, indígena mazateco de Oaxaca, frente al altar de su comunidad, presidido por una foto de María Sabina (1894-1985), la legendaria chamana de Huamantla de Jiménez.
Sobre todo, destacaron la oportunidad de convivir y hacer comunidad, pues entre todos conforman el mosaico pluricultural vivo de México, señalaron.
Ahí estuvieron, apreciando sus diferencias, pero unidos en un mismo culto a los muertos, los yoeme (yaquis), los rarámuris (tarahumaras), o’dam (tepehuanos del sur), úza’ (chichimecas jonaz), me’phaa (tlapanecas), ñuu savi (mixtecos), ben’zaa (zapotecos de los Valles Centrales de Oaxaca), nnancue ñomndaa (amuzgos), ayuujk (mixes), tojolwinik’otik (tojolabales), yokot’an (chontales), purépechas (tarascos), tzeltales, nahuas de la Sierra Norte de Puebla, mayas de Yucatán, mazatecos, ñäñús (otomíes), tének (huastecos), nahuas de la Ciudad de México y tu’tunakú (totonacos).
El objetivo común fue recibir a las ánimas de los difuntos, sobre todo, reconfortarlas, comentó a La Jornada el rezador nahua Domingo Garrido Lechuga, proveniente de Huauchinango, Puebla, encargado de la ceremonia de encendido de luces la tarde del domingo. Agregó que le parecía increíble haber podido presentarse “en un sitio tan importante como el Palacio Nacional. En el pueblo todos lo vieron y se sintieron muy orgullosos de que pudimos presentar nuestras costumbres. Ojalá no sea la única vez.
Me tocó invocar, en náhuatl, a las almas de los muertos por Covid-19 y decirles que los recibimos con gusto, con el corazón, porque es su día, que ahí estaba la fruta, la comida y la bebida para ellos. Me gustó ver los altares de otros compañeros, muy diferentes, pero también muy bonitos. Nosotros ponemos frutas silvestres que les gustaban a nuestros abuelos, como lima y caña, además de mole, calabaza, pan, café, atole, cacahuates, cerveza, agua bendita y un machete.
El primero de noviembre, la ceremonia nahua estuvo acompañada por la música de la banda Brígido Santa María de Tlayacapan, la cual interpretó, entre otras piezas, Dios nunca muere, del compositor oaxaqueño Macedonio Alcalá.
Por televisión fue posible apreciar tomas aéreas del patio, en el que destacó la fuente central cubierta con flores de cempasúchil y los tapetes de aserrín elaborados por artesanos de Huamantla, Tlaxcala.
Ellos vienen cada año, nuestros muertos
, expresó Elodia Garrido Lechuga, también de Huauchinango, Puebla, frente a su ofrenda. Las fotografías del historiador Miguel León-Portilla, imágenes del poeta Nezahualcóyotl, de Benito Juárez y un altar dedicado a Lázaro Cárdenas, hecho por los tarascos originarios de las riberas del lago de Pátzcuaro, pudieron apreciarse en la transmisión televisiva.
Ayer, la ceremonia comenzó con una oración tradicional tzeltal para pedir por el bienestar y la protección de los participantes, al repartirles tabaco bendecido. La música estuvo a cargo de la banda Donají, de la comunidad zapoteca de Villa Hidalgo Yalalag, Oaxaca, que interpretó melodías de luto.
Después, la ceremonia wixárika de limpia, de Mexquitic, Jalisco, fue encabezada por el marakame (intermediario entre el mundo de los hombres y el de los espíritus) Lino López de la Cruz, quien de nuevo agradeció que nos tomen en cuenta; nunca antes un presidente lo había hecho
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