n los años 80, un grupo de padres de familia de alumnos de bachillerato me acusaron de fomentar la cultura gay por incluir entre los materiales de lectura El beso de la mujer araña, una tontería que han replicado lectores precarios a lo largo del tiempo con ese y otros libros de distintos autores.
De la novela me interesaba mostrarles su forma narrativa. Diálogos muy coloquiales que al contar películas daban cuenta de las vidas de dos presos. Dos muy buenos alicientes para invitar a los jóvenes a leer.
Manuel Puig publicó El beso de la mujer araña en 1976, hace casi medio siglo, y no deja de sorprenderme la estructura narrativa con la que hace confluir la política, la homosexualidad y el cine como pasión.
Tuvo que publicarse en Barcelona la novela porque Argentina tenía una tiranía militar comandada por el dictador Rafael Videla. El militar ejercía un poder muy similar al que ahora ejerce Javier Milei, quien ha prohibido estupendos libros, como Come tierra, de Dolores Reyes, que, para mala fortuna del actual presidente argentino, este año Prime Video convirtió en serie.
Manuel Puig tenía 44 años cuando apareció la novela. Ya había publicado La traición de Rita Hayworth, en Buenos Aires, en 1968. En esa novela, a través de las fantasías de un joven provinciano, nos había acercado al desarraigo que viven los hijos de los inmigrantes, que sustituyen las tradiciones de sus padres por el glamur inalcanzable de las estrellas de Hollywood y la cultura del tango y el bolero. La traición a la realidad es a la que alude el libro.
Dice la leyenda que Puig trabajó en una aerolínea en Nueva York de vendedor de boletos. Se supone que en el mostrador conoció a Juan Goytisolo, le dijo que también escribía novelas y terminó mandándole el manuscrito de La traición de Rita Hayworth.
Si La traición de Rita Hayworth lo había puesto en el candelero literario, Boquitas pintadas y Buenos Aires affair consolidaron su prestigio. Dice José Emilio Pacheco que sin los ejercicios estilísticos de Puig novelas como Pantaleón y las visitadoras o La tía Julia y el escribidor no se explicarían.
Puig vivió dos periodos en México. En 1973-1974 por huir de la dictadura argentina. Después regresó luego de su estancia en Nueva York para establecerse en los años 80. Posteriormente a una breve temporada en la Ciudad de México se mudó a la casa marcada con el número 10 de la calle de Orquídea, en Cuernavaca.
En su primera estancia escribió El beso de la mujer araña. La editora de Gallimard y pareja de Julio Cortázar, Ugné Karvelis, había rechazado la publicación por su carga política.
Como la trama se desarrolla en la cárcel, y los protagonistas son un revolucionario marxista y un homosexual, algunos oportunistas quisieron atribuir la inspiración de la novela a Luis González de Alba, quien estuvo preso en Lecumberri. La lógica parecía confirmarlo: González de Alba era homosexual, había estado en la cárcel y había tenido contacto con Puig. Nada más falso. La estupenda y hoy extinta colección Archivos publicó en la edición crítica de la obra los manuscritos que Puig tomó durante la escritura de su novela cuando entrevistó a varios presos políticos en Argentina.
José Emilio Pacheco escribió en una crónica de 1990 que Manuel Puig “expresó algo que sin él hubiera permanecido inexpresado”. Razón suficiente de un gran lector que ojalá anime a los jóvenes lectores a acercarse a esta novela más viva que muchas de las que inundan las mesas de novedades en las librerías y que no deja de sorprenderme.











