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La tocada de los Just for men

La banda de rock Orificio renació para interpretar sus rolas clásicas

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▲ Francisco y Diego Noreña, la bajista Elizabeth Cruz, José Gil y el baterista José Alberto Vignon el sábado pasado en una presentación en San Ángel. La fundación oficial de Orificio (abajo) fue el 28 de agosto de 1984 en el Café D’Morc.Foto Luis Hernández y cortesía de la agrupación
 
Periódico La Jornada
Lunes 29 de diciembre de 2025, p. 9

En sintonía con el célebre tango Volver, “el pasado volvió” este fin de año para el grupo de rock Orificio. Y, como si sonara la voz de Carlos Gardel de música de fondo, sus integrantes, “poblados de recuerdos, con un soplo de vida y el alma aferrada”, mostraron a un público multigeneracional no sólo que “20 años no es nada”, sino que 36 tampoco lo son.

Hace unos pocos días, a 36 años de su desaparición de la escena musical, en una especie de renacimiento de la tocada de una nostalgia digna del Ave Fénix, Orificio –reforzado con un par de jóvenes, Diego Noreña y la bajista Elizabeth Cruz– se juntó a interpretar sus rolas clásicas para remembrar viejas glorias. Fue, por el inocultable pelo cano de tres de los músicos, una jornada artística digna de bautizarse como “El regreso de los Just for men”, en el que estuvieron acompañados de la banda Leds, que les abrió el concierto.

Añoranza sobre añoranza, la nostalgia fue la eterna compañera de Orificio desde que nació en un parto tardío, luego de que, a lo largo de 10 años, los dos integrantes fijos de su alineación –el físico Francisco Noreña y José Luis Gil, músico que estudió en el Conservatorio clarinete y composición– soñaron con darle vida.

Su fundación oficial fue el 28 de agosto de 1984, en una tocada en el Café D’Morc, durante la exposición de obra pictórica de Antonio Gritón, su escenógrafo y, en mucho, responsable de su formación. Interpretaron entonces, como lo hicieron hace una semana, una pieza instrumental llena de lirismo, titulada Nescatxu (muchacha joven en euskera). Eran veteranos con tres décadas rodando el camino. Encarrerados, montaron a continuación un concierto en el Café el Nigromante de Bellas Artes, en San Miguel de Allende.

Creyentes en que el rock es un modo de ver el mundo y una forma de vida, efectuaron la tocada de su renacimiento sin excesiva liturgia, en el local de un restaurante de San Ángel en la Ciudad de México.

Como si fuera un curso de introducción, el toquín comenzó con la proyección de un video, dedicado especialmente a los chavos, en el que se narró la historia de la banda. Imágenes y voz fueron recuperadas de dos entrevistas que les hizo la televisión comercial en la última mitad de los años 80, conservados en formato Beta y VHS. En una, que se difundió a través del difunto Canal Eco, de Televisa, en una madrugada de 1989, aparece el muy joven (16 o 17 años) Enrique Montes de Oca, el último baterista del grupo, haciendo la broma de que cada uno de los otros integrantes le doblaban la edad. Era verdad. En la segunda, difundida en un noticiero de TV Azteca, se coló a tirar rollo el mismísimo Antonio Gritón, irreconocible con el pelo corto. Cuando su rostro apareció en la pared, la ovación no se hizo esperar.

Paco y Pepe tenían en aquel entonces 30 años de edad, la misma del rock. Eran rucos aterrizando el proyecto imaginado a lo largo de una década de hacer música juntos. A ellos se les sumaron, en una primera alineación, el baterista e historiador Pepe Paredes, que había sido parte del grupo Coyote y lo sería después de La maldita vecindad, y el bajista y veterinario César Eguiluz, que había tocado en Snoopy.

Trabajo de reconstrucción

Reconstruir el grupo para su reaparición pública fue un trabajo arqueológico. Tuvieron que ubicar, juntar y pegar muchos tepalcates sueltos. Pepe Gil vive desde hace muchos años en los suburbios madrileños y se requirió que viajara a Chilangolandia y se quedara aquí durante un rato. Luego localizaron y obtuvieron grabaciones de las canciones. Diego Noreña, músico integrante de Orificio por adopción e hijo de Francisco, fue clave en esta labor. Entre otras, lograron recuperar unas pistas de sus rolas guardadas en Radio Mexiquense y otras más que conservaba José Alberto Vignon RIP, el baterista más estable en los casi cinco años de vida de Orificio, que regresó a tocar con su vieja banda como parte de los Just for men.

Transcribieron entonces las canciones de los audios. Y con más ánimo que recursos, “entrenaron –según cuenta Pepe– casi todos los días con mucho entusiasmo, muy contentos de hacerlo, para llegar en forma a la tocada”. Durante meses, Julio Muñoz se volvió una implacable voz de su conciencia que los acicateaba, no fuera a ser que la empresa no llegara a buen fin.

Para los integrantes de Orificio, el rock era (es) un modo de ver el mundo, una forma de vida. Sus líneas generales de composición son varias, que fueron cambiando según las épocas. Al principio eran muy instrumentales. Luego ya no tanto. Y terminaron mezclando todo para crear algo nuevo. Había influencias de Robert Fripp y Jeff Beck, y una relación nostálgica con Velvet Underground. Y luego rocanrol y bluesecitos.

Tocaron en escuelas y facultades de la UNAM, en la librería Gandhi, el Ágora, Rockotitlán, el Hijo del Cuervo, Radio Mexiquense, el IMER. Fueron parte del elenco del Festival en memoria de Rockdrigo González en la ENAH. Le abrieron a Botellita de Jerez, a Caifanes, a Real del Catorce.

Estuvieron en los dos festivales del CEU en 1987, el del 25 de junio y el del 10 de noviembre de 1987. En el primero, interpretaron sus rolas con una tribuna de pasto, entre los edificios de Arquitectura y Derecho, con la torre de Rectoría al fondo. Remataron el segundo en un día lluvioso, entre exhortaciones a la unidad Poli-Uni, en el que cerró Nina Galindo con su grupo Escape. Fueron aclamados –como sucedió este fin de año– canción por canción.

En alguna ocasión, inesperadamente, en un toquín en los barrios de la periferia del Monstruo, cuando habían anunciado que era la última rola, se subió un cuate al escenario, le puso la pistola en el cuello al baterista y los amenazó: “ni madres de aquí no se van hasta que les digamos”. Fue como si recibieran un diploma.

Comenzaban sus conciertos diciendo: “Somos un grupo nuevo con muchas broncas. Pero no tenemos lana para ir al sicoanalista. Es por eso que les cantamos nuestros problemas…” No interpretaron covers. Todas las piezas eran suyas. No había fusiles.

Sus letras son escépticas. Unas narran sin palabras el dolor del desamor. Otras hablan de fracasos amorosos, aderezadas con fino humor. Una de las más celebradas la noche de su reaparición fue “Vas caminando”. Pepe la cantó con voz adolorida: “Vas caminando por las sombras/De ese pasado irreal/Son los recuerdos y otras cosas/Las que te llevan al final”.

Igual, en sus melodías se cuela la crítica social. En “Mi país”, dicen: “Son chicleros, boleros, paleteros/tragafuegos, papeleros, limpiavidrios./Son reflejos de colores/ de la Bolsa de Valores/Oh, oh, mi país/Oh, oh, qué feliz”. Y en “País automotriz” mezclan ambas: “En un país automotriz/hay más asfalto y sueños de árbol/que la ocasión de hablar de amor”.

¿Cómo valorar la obra de Orificio? Según la pianista clásica y doctora Margarita Muñoz Rubio, Orificio “interpreta rock progresivo de estilo propio. Sus obras están llenas de lirismo y expresividad. Son unos músicos muy buenos, con una gran cultura musical y un trabajo creativo de mucha calidad”.

Así lo reconoció el público asistente al concierto de la resurrección de fin de año, que cuando sonó el último ovacionó intensamente a unos músicos conmovidos hasta el tuétano.