érida, Yuc., En la céntrica Calle 58, a unos pasos de la catedral de la capital yucateca, se encuentran las instalaciones de un museo musical designado como Palacio de la Música-Centro Nacional de la Música Mexicana. Si bien en sus salas y colecciones no está todo lo que es, y no es todo lo que está, se trata de una institución que bien vale la pena de ser visitada, tanto por los locales como por los turistas y fuereños interesados en conocer algunos asuntos relativos a la música de México.
Es posible que el elemento más atractivo de la museografía del Palacio sea la abundante presencia de estaciones de escucha que permiten al visitante ponerse en contacto real con una buena variedad de manifestaciones melodiosas, prácticamente todas ellas del ámbito popular; las excepciones están, acaso, en algunos tracks elegidos del repertorio de la música virreinal de México. Un problema fundamental del Palacio es el hecho de que muchas de las muestras sonoras se emiten simultáneamente en diversos espacios por medio de de bocinas al aire, lo que provoca una cacofonía plurifocal que no es conducente a la atención y la concentración. Hay aquí algunas gavetas en las que se exhiben unos cuantos instrumentos, siendo lo más importante de esta parte de la colección una presentación de audio con demostraciones de las sonoridades de diversos instrumentos prehispánicos.
La continuidad curatorial del Palacio de la Música acierta en poner énfasis sobre el importante papel que han jugado las tecnologías y los medios, así como diversas industrias del entretenimiento, en la divulgación masiva de las piezas, sin omitir las referencias necesarias a diversos fenómenos de comercialización. Especialmente significativa aquí es la presencia de la carpa, el cabaret, el vodevil y el teatro de revista como instancias articuladoras importantes de la diseminación de la música. Interesante, también, la referencia a la mixtura de influencias mayas y cubanas en la conformación de una identidad propia de la música yucateca.
En la subterránea planta única del Palacio hay un pequeño espacio destinado a presentaciones en vivo y en un piso superior se encuentra una sala de conciertos que supongo de buen tamaño, porque me fue negado el acceso para mirarla; se habla bien de sus espacios y su acústica. Consulté la programación de la sala y encontré una mayoría de presentaciones de músicas populares, pero también un par de ensambles de cámara y, de modo importante, la Orquesta Sinfónica de Yucatán, aunque no había detalles de las programaciones. Además de los conciertos y tocadas que se realizan en estos espacios, el Palacio de la Música ofrece un programa de cursos y talleres sobre diversas materias sonoras.
Hacia el final de mi visita me acerqué al personal del Palacio y pregunté, no sin cierta jiribilla en la intención, por la sección dedicada a la música mexicana moderna y contemporánea de concierto. Miradas en blanco. Académica, pues. Miradas en blanco. ¿Clásica? Ahora sí, los rostros se iluminaron y recibí la contundente respuesta: “no, de eso no tenemos nada en el Palacio”. Esta respuesta puede ser complementada con el dato duro de que lo más moderno que hay sobre este rubro en el Palacio de la Música está en un par de referencias a Manuel M. Ponce, incluido más por sus ligas claras y evidentes con las expresiones populares de su tiempo que por otras consideraciones. En una de las estaciones de escucha hay una playlist que incluye breves piezas de Morales, Villanueva, Castro, Alcalá y Peralta, y nada más reciente que eso. Así como no ahondé sobre el tema con mis interlocutores, tampoco ahondaré aquí: esa ausencia se cuenta sola, sobre todo a partir de que la vocación del museo tiene como centro la música vernácula y tradicional. ¿Quizá cabrían ahí algunos de nuestros compositores nacionalistas de concierto? Es decir, que este Centro Nacional de la Música Mexicana no lo es de toda nuestra música.
Lo último que aprendí en el Palacio de la Música antes de salir en busca de una candente sopa de lima y una guayabera negra fue que el personal ha adoptado a una simpática perrita, ahora cuidada por todos, a la que han bautizado, muy apropiadamente, con el nombre de “Trova”.











