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Represión en Italia
L

a reciente ofensiva represiva del gobierno de Giorgia Meloni en Italia no es un exceso coyuntural ni una simple concesión al electorado más conservador. Es, por el contrario, una forma de gobierno coherente con la fase actual del capitalismo global y profundamente conectada con las derechas que hoy gobiernan en distintos puntos del mundo.

El desalojo de dos centros sociales históricos y simbólicos como Leoncavallo (Milán) y Askatasuna (Turín), la declaración de una ofensiva general contra los centros sociales, así como la ilegalización de la huelga general por Palestina del 3 de octubre de 2025 y la aprobación de nuevas leyes de seguridad y normativas contra los rave parties, no son hechos aislados. Estas medidas cumplen varias funciones simultáneas: cierran filas con la base social de la derecha, producen imaginarios de orden y de enemigo interno, atacan directamente las formas de reproducción material y simbólica del conflicto social y, al mismo tiempo, desvían la atención mediática de decisiones económicas y sociales que continúan protegiendo los mecanismos de extracción y acumulación de riqueza mediante la explotación, la guerra y la privatización del espacio público.

Nada de esto es excepcional. Es la misma lógica que opera cuando Trump declara “terroristas” a los movimientos antifascistas; cuando Milei convierte al feminismo y al ecologismo radical en enemigos discursivos y políticos; cuando Orbán criminaliza a quienes luchan activamente contra el fascismo en Hungría; o cuando, en Ecuador, Chile y Argentina, se persigue y reprimen las luchas de los pueblos originarios.

Se trata de derechas que se presentan como defensoras de la soberanía nacional, pero que en realidad actúan en red y, una vez en el gobierno, no hacen otra cosa que garantizar la continuidad del capitalismo y reforzar su paradigma financiero.

El nacionalismo y la identidad nacional son armas electorales que se utilizan para garantizar el sistema-mundo capitalista.

Muchas veces leemos sobre una “crisis” de la democracia liberal. No se trata de una crisis: la democracia liberal ha fracasado porque se ha transformado en garante de los intereses del capital y no de los pueblos, y en ese marco los fascismos, hoy como en otras épocas, resultan plenamente funcionales.

En un contexto de inestabilidad estructural, marcado por guerras, reconfiguraciones territoriales y una brecha cada vez mayor entre ricos y pobres, el capital necesita gobiernos dispuestos a aplastar resistencias, a neutralizar conflictos y a no dudar en aliarse con aparatos policiales y militares. La represión se convierte así en un recurso central para asegurar largos períodos de inacción política y desmovilización social.

Sin embargo, estas derechas gobiernan sobre un terreno preparado previamente. Lo hacen allí donde los progresismos, durante las fases expansivas de la economía, garantizaron la gobernabilidad del mismo sistema que hoy protege la derecha abiertamente fascista.

Más que un fracaso, el progresismo ha sido una de las caras plenamente compatibles con el capitalismo. La alternancia de gobierno, tan celebrada por la democracia liberal, funciona como una trampa: un mecanismo de palo y zanahoria que administra expectativas sin alterar las estructuras de poder.

La represión actual en Italia es constitutiva, pero también especular. Refuerza lo que ya se había debilitado antes, cuando gobiernos de centroizquierda atacaban –de forma más sutil, pero no menos eficaz– los centros sociales, el derecho a la huelga y las prácticas autónomas de organización.

Pero, al mismo tiempo, se lanza un ataque contra el arte, la cultura y el pensamiento crítico, que son los espacios donde circula el sueño de un mundo distinto.Pensar un mundo distinto hoy exige salir de esta falsa dicotomía.

Sólo una perspectiva claramente anticapitalista, capaz de habitar el conflicto sin caer en lógicas sectarias ni dogmáticas, puede abrir horizontes reales de transformación: una perspectiva que confronte el poder y en la que los movimientos, en las múltiples formas que pueden asumir, sepan cuestionarse y transformarse sin modificar el objetivo; que imagine un mundo sin Estados-nación y sin los privilegios que garantizan la reproducción del poder capitalista; y que, al mismo tiempo, rechace la lógica de la guerra y de la violencia sistémica que el propio sistema impone como único lenguaje posible.

* Periodista italiano