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Un juego peligroso
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a legislatura española acaba oficialmente en 2027, pero lo cierto es que cada vez se hace más difícil pensar en que Pedro Sánchez vaya a aguantar otros 18 meses tras el escaso balance con el que cerrará el año de aquí a cuatro días. Entre tanto golpe encajado, al presidente del gobierno se le empieza a poner cara de Rocky Balboa clamando por su novia tras el combate final. Donde Stallone gritaba “¡Adrian!”, Sánchez exclama “¡Votantes!”. No los ve, pero como Talia Shire en la película, es probable que ellos también estén gritando “¡Presidente!”. “¿Dónde está? ¡Haga algo!”, añadirían.

Lo cierto es que el descalabro en las elecciones del pasado domingo al Parlamento de Extremadura, comunidad autónoma del suroeste español históricamente afín al PSOE, no deja margen para paños calientes. El PSOE ha perdido 10 de sus 28 escaños –en un Parlamento de 60 asientos– y ha pasado de 40 por ciento de los votos a 26 por ciento. Catapum. Ha perdido más de 100 mil votos en un censo que no llega a los 900 mil votantes. No hay tiritas para tamaña sangría.

El PP, que ganó un escaño pese a perder 8 mil votos, podrá gobernar con holgura Extremadura con sus 29 escaños, aunque está por ver si se apoya en una abstención del PSOE o buscará de nuevo la alianza con Vox, la auténtica vencedora de los comicios. La extrema derecha dobló sus resultados tanto en escaños como en votos y aguó la fiesta, relativamente, a un PP que aspiraba a la mayoría absoluta. El ascenso de la coalición de Podemos e Izquierda Unida, que pasó de cuatro a siete escaños, puso una nota de color del todo insuficiente.

¿Cómo se explica semejante debacle en un territorio que el PSOE gobernó durante décadas? Entre las mentes más perezosas del panorama mediático español se impone una respuesta categórica: La ola conservadora no tiene freno, ni en el mundo ni en España. El pescado está vendido, según la fatalista lectura. No vamos a descubrir aquí que sí, efectivamente, hay una corriente de fondo que empuja muy fuerte a la derecha en todo el globo. Irradia desde Washington, pero va mucho más allá, y en el caso español, entronca con fuerza con ese franquismo latente que tan sigilosa y eficazmente está representando actualmente el monarca español. Ni corto ni perezoso, en su tradicional mensaje navideño, Felipe VI acaba de asegurar que “los extremismos, los radicalismos y populismos se nutren de esta falta de confianza, de la desinformación, de las desigualdades, del desencanto con el presente”. Lo ha dicho pocos meses después de recibir en audiencia al equipo de OKDiario, uno de los digitales que con más fervor difunde bulos y desinformación en el panorama mediático español.

Por lo tanto, sí, claro que hay una corriente de fondo favorable a posiciones autoritarias y retrógradas. Ya empieza a expresarse con violencia en la calle, síntoma de un auge fascista. En Badalona, un pogromo en toda regla ha impedido estos días que una parroquia diese cobijo a varios migrantes sin hogar recién expulsados de un colegio abandonado. Pero contentarse con esta constatación como explicación de la posible derrota de la izquierda supone poco más que ponerse a hacer fila ante el matadero. Porque el calendario viene cargado.

La jugada del PP tiene sus riesgos, pero hay que reconocerle audacia. Evitando una moción de censura de éxito improbable, los conservadores españoles han planteado una partida de ajedrez para llegar al jaque en cuatro movimientos. Las elecciones de Extremadura han sido el primer paso. El segundo llegará el 8 de febrero en Aragón, el tercero el 15 de marzo en Castilla y León, y el último en junio en Andalucía. Las cuatro son comunidades gobernadas actualmente por el PP, en las que el partido de Alberto Núñez Feijóo ha convocado elecciones confiando en reforzar sus mayorías y, sobre todo, hundir al PSOE, al que esperan cocer a fuego lento sin que a la rana Sánchez le dé tiempo de saltar.

Tras la debacle socialista en las elecciones municipales de mayo 2024, Feijóo ya confío en asar a baja temperatura al gobierno hasta las generales previstas para otoño, pero el adelanto electoral maniobrado por Sánchez entonces le permitió salvar la papeleta en un movimiento audaz. No está nada claro que ahora mismo un avance de los comicios tuviese el mismo efecto.

La estrategia actual de Sánchez, experto en resistir, parece que pasa por cerrar los ojos muy fuerte y fiarlo todo a que sea Vox quien eche al traste la partida planteada por el PP. Feijóo sueña con hundir al PSOE y reducir a Vox, erigiéndose en triunfador electoral en unas futuras generales con unos 150 diputados (de 350). Una atalaya desde la que atraer a los nacionalistas conservadores vascos y presionar a favor de una abstención del PSOE, lo que le permitiría marginar a Vox. Pero la tendencia no es precisamente esta. La extrema derecha puede ser la gran triunfadora de los movimientos diseñados por el PP, dejando en bandeja a Sánchez la enésima campaña de activación popular antifascista. Pero el juego empieza a ser demasiado peligroso, porque Feijóo ya ha demostrado que se aliará con Vox siempre que sea posible y necesario.