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Los santos inocentes
M

añana será 28 de diciembre, un día en verdad especial en el que deberemos estar listos a defendernos de todos. Se dice que el engaño, la estafa, la transa y demás trapacerías deben ser soportadas. Se supone que es un día en el que debemos tolerar toda suerte de timos relacionadas con la falta de confianza que debe prevalecer entre unos y otros.

Por fortuna, es un hábito que está menguando, pero lo cierto es que todavía no falta quien hace valer que ese día debe profesarse por la trapaza ajena.

Desde temprana hora conviene estar al tanto, pues resulta que las víctimas pueden caer en la trampa ante la general falta de conciencia que da lugar a beneficiarse por el descuido de los semejantes.

Claro está: en la medida que van avanzando las horas la gente va cobrando conciencia del “día que es” y acaba siendo imposible o mucho más difícil encontrar a alguien que puede ser sorprendido y engañado.

Por fortuna, pienso yo, pues me parece un hábito detestable, todo parece indicar que es una costumbre que está menguando, pero cada año tenemos noticias de gente que ha caído…

Cierto es que muchas costumbres antiguas merecen preservarse, pero hay otras, como ésta, que resultan deleznables, no obstante lo cual no falta quienes insisten en defenderlas. En este caso, quienes ante el descuido de otros con frecuencia logran medrar.

El famoso 28 de diciembre, cubierto por una aureola de supuesto buen humor viene en realidad siendo una legitimización de una suerte de trapacerías que benefician a los más pillastres. Es decir, se le da por esa única ocasión, legitimidad a una pequeña trapacería que solamente por la tolerancia que se le tiene por su pequeñez, no lo convierte en un delito, pero no puede dudarse que el hecho es inconveniente.

Es, en realidad, una excepción de reglas establecidas por la decencia que, supuestamente, se preconizan el resto del año, aunque, bien sabido es, aunque adquieran carácter de delitos, no de-saparecen ni mucho menos.

Desde un punto de vista pedagógico, la tolerancia del día de los “santos inocentes” constituye un verdadero sacrilegio: que el monto de la trapacería resulte chico no debería restarle la inocencia al acto, en vez de que se deje bien establecido que el pequeño volumen del delito y la fecha en que se comete no debería eximirlo de su ilegalidad.

¿O es que hay una diferencia esencial entre un robo con valor de un millón de pesos y otro de cinco? No cabe duda de que se exagera al establecer una tan marcada diferencia entre una acción que no constituye un delito punible solamente un determinado día del año.

No puedo dejar de pensar en el galimatías que armó el cura aquel de mi barrio cuando unos jóvenes malintencionados le preguntaron por qué “enajenar” (no usaron, claro, la palabra robar) un 28 de diciembre, no era también considerado un pecado. Asimismo, nos costó mucho entender, cuando éramos niños, por qué aquellos ladrones que se metieron en el domicilio más rico de mi barrio, –que en general era más bien de hogares modestos–, a efecto de “enajenar” una vajilla de plata, habían sido llevados a la cárcel al ser sorprendidos en la faena, precisamente la madrugada de aquel 28 de diciembre.

En aquel tradicional barrio tapatío, todavía hoy de cierta prosapia, aunque alberga uno de los principales mercados, la influencia del cura en la niñez era muy grande, aunque el hombre era suficientemente torpe como para que los niños nos diéramos cuenta de ello antes que en otras parroquias.

Según se decía en el seno de las familias, el cura aquel aseguraba que los niños se “salían del guacal” antes de tiempo por culpa de los padres…

Excuso lo difícil que le resultaba también al hombre explicar por qué el día 28 de diciembre podía pedirse dinero prestado y no pagar la deuda, aunque fuera poquita.