os síntomas de la persona que acaba de sufrir un trauma pueden ser manifestaciones de inquietud e incluso una franca conducta hiperactiva con tendencia al grito y/o al llanto. En parte, estas reacciones son específicas y pueden ser explicadas por la situación motora y sensorial en el momento del trauma, o bien por la historia pretraumática del sujeto.
El estudio de la ansiedad demuestra que todos los accesos posteriores son repeticiones de situaciones traumáticas de una etapa más temprana. Los estados ulteriores de rabia tienen también sus raíces en situaciones de frustración; es decir, en los que el objeto satisfactor que debería proporcionar la posibilidad de descarga y de satisfacción de la necesidad no se encuentra disponible, con lo que se genera insatisfacción. Por tanto, en las neurosis traumáticas, la ansiedad y la rabia representan descargas del monto de excitación doloroso provocado por la situación traumática, la cual no pudo ser descargada en forma adecuada y suficiente.
Bowlby (el maestro en la conceptualización de los duelos tempranos), en sus conceptos acerca de la desorganización en las neurosis traumáticas, y en especial en el duelo y en la relación de éste con la angustia de separación, plantea la hipótesis de que el desarrollo desfavorable de la personalidad debe atribuirse al hecho de haber sufrido durante la infancia una o varias pérdidas de tal intensidad o frecuencia, y con respuestas no satisfactorias, que establecen una tendencia a responder a toda pérdida subsiguiente en forma similar. Recordemos también aquí el “duelo blanco”, la madre como muerta, descrita por Green, y el narcisismo negativo en su articulación con la pulsión de muerte.
La libido y la agresión, libres de su descarga exterior por la falta de un objeto que estimule y permita su vehiculización –acompañadas por las fantasías propias del momento del crecimiento en el que sucede el trauma, o del momento específico del trauma–, entran en conflicto con cargas remanentes de las huellas mnémicas y de los recuerdos de percepciones relacionadas con los objetos recién perdidos.
Es decir, con el objeto perdido que tenía múltiples relaciones. Aquellas van a hallarse relacionadas con otra infinidad de objetos que se van a fijar dentro del aparato mnémico (de las funciones de la memoria), las cuales entran en conflicto con las mismas cargas y constituyen una de las causas de desorganización del “yo”.
Las personas que padecen una neurosis traumática están fijadas –fuera del “yo”, fuera del trauma– en un duelo patológico, a pérdidas que no han podido ser elaboradas. En las neurosis traumáticas hay importantes perturbaciones cuantitativas y quizá cualitativas en la identificación y en las relaciones objetales. Con base en las pérdidas que, sobre todo el niño, son de un “yo” en proceso de maduración, éste estará obligado a realizar ajustes económico defensivos –de enfocación, negación, idealización– de emergencia. Puesto que el niño no puede rectificar sus fantasías cargadas de manera ambivalente por la pérdida del objeto.
Resulta importante para las ulteriores relaciones de objeto la facilitación positiva que se brinde al paciente en relación terapéutica, de una rectificación lo más compensadora posible, favorecedora de la reinvestidura del objeto. Dicho de otra manera, el niño con una secuela traumática tratará de expresar su rabia y desesperación por medio de la actuación de la agresión y daño hacia los nuevos objetos, como manera de constatar y asegurarse de que no volverá a perderlos, que no será rechazado y abandonado una vez más que no será alejado por su propia regresión.











