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El clivaje de la despoblación
E

s raro observar que un libro de sociología devenga un best seller. Paul y Anne Ehrlich lo lograron en 1968. The Population Bomb ( La explosión demográfica) vendió 3 millones de ejemplares en cinco años de circulación. El texto comienza con una advertencia que, en la época, fijó percepciones sociales, climas intelectuales y científicos y políticas de Estado: “La batalla por alimentar a la humanidad está perdida. En los años setenta, el mundo atravesará por hambrunas devastadoras; millones de gentes morirán por falta de alimentos”. Los Ehrlich llegaban a conclusiones severas: India colapsará, Inglaterra desaparecerá en el año 2000, la esperanza de vida en Estados Unidos descenderá a 42 años. En 1972, el Club de Roma predecía –en el informe sobre Los límites del crecimiento– que, si la explosión poblacional mantenía su crecimiento, se agotarían en un par de décadas las reservas mundiales de oro, cobre, plata, mercurio y petróleo. De las cifras demográficas derivaba explicaciones (hoy inverosímiles) sobre el origen de la pobreza, la naturaleza de las guerras y las dictaduras políticas. Robert McNamara, antiguo secretario de Defensa de los presidentes Kennedy y Johnson, podía afirmar, desde el Banco Mundial: “En múltiples formas, el crecimiento desaforado de la población representa un peligro mayor que las armas nucleares”. Fue también él quien dispuso de cientos de millones de dólares para implementar políticas de control de natalidad alrededor del mundo. A medio siglo de distancia, todas estas predicciones fantásticas se multiplican como imágenes pasadas y ruinas de una tentación apocalíptica. La explosión demográfica de la segunda mitad de siglo XX no sólo no acabó con la humanidad, sino que la llevó a encontrar caminos insospechados para perseverar.

Hoy, la impresión que dan las grandes metrópolis es que el crecimiento de la población continúa. Las muchedumbres se agolpan, la gente se hacina. Cierto, pero en términos estadísticos es sólo una impresión. Y, además, está equivocada. En los últimos dos años, los demógrafos han detectado un fenómeno extraño e inesperado: por donde se le vea, el planeta está en vías de su despoblamiento. Nicholas Eberstadt estima que es un viraje tan global y severo que el mundo está ingresando en un nuevo periodo de la humanidad: la era de la despoblación. Nadie lo vio venir, llegó de manera silenciosa y está progresando a pasos acelerados. Afecta a los países más ricos y también a los más desfavorecidos. Más que una tendencia general es una realidad generalizada. Según las estadísticas de la ONU, en 2015 la fertilidad femenina disminuyó a nivel global a la mitad de la cifra de tres décadas antes. Y la mayor parte de la población actual vive hoy en áreas donde las tasas de mortalidad son mayores que las de la natalidad.

Acaso Eberstadt se equivoca cuando afirma que la humanidad no tiene memoria de un acontecimiento similar. La conquista española liquidó a más de 60 por ciento de la población indígena en la región del Anáhuac. La peste del siglo XIV redujo a menos de la mitad de sus habitantes a los pueblos de Europa central. El holocausto exterminó, por lo menos, a 45 por ciento de las comunidades judías, una cifra que aún no se ha recuperado. La diferencia es que hoy son las mujeres mismas las que han decidido reducir su deseo de procrear.

Las cifras son asombrosas. Para mantener el equilibrio poblacional, se requiere que cada mujer de una sociedad tenga, por lo menos, 2.1 hijos. En el Lejano Oriente, Japón está 40 por ciento por debajo de esa tasa; China 50 por ciento; Taiwán, 60 por ciento y Corea del Sur, ¡65 por ciento! Esto significa que su número absoluto de habitantes ya está disminuyendo. En el Sudeste Asiático, las cifras son similares. El caso mas impactante es el de India, con una tasa de reemplazo ya negativa. En la cultura en la que menos se esperaría, el Islam, las noticias no son distintas. Irán e Irak están perdiendo población. En el Cercano Oriente sólo dos pequeñas naciones muestran tasas de natalidad ascendentes: Palestina e Israel. La muerte y la guerra no parecen inhibir a las parejas. En Europa, esta tendencia comenzó hacia los años ochentas. En Francia, el año pasado nacieron el mismo número de bebés que en 1806. Su tasa de natalidad es, junto con la de Rusia, la más baja del Viejo Continente.

En América Latina, la tendencia es más acentuada. En Bogotá y la Ciudad de México, las mujeres tienen menos de un hijo en promedio. Eso significa que muchas de las jóvenes actuales ya no conocerán la experiencia de los nietos. En México, la tasa nacional promedio en 2024 es menor a 1.5 hijos. Por tercer año consecutivo el número absoluto de recién nacidos ha descendido. La única región en el mundo que muestra un crecimiento sostenido son los países de la región subsahariana. En un futuro próximo, la humanidad será cada día más africana.

¿Cuáles son las posibles explicaciones de este súbito cambio global? ¿Qué teorías dan cuenta de ello? ¿Cuáles serán sus consecuencias sociales, políticas y psicológicas?