os hitos para la historia en este diciembre de 2025, que sin estar directamente relacionados, se cruzan en el terreno geopolítico: el Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado y la nueva Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Está claro que María Corina Machado tiene la aprobación, el apoyo y la legitimidad política de cara a la comunidad internacional, al haber hecho frente desde hace años al chavismo, reducido hoy a la figura de Nicolás Maduro; el epítome del dictador bananero latinoamericano. Pero hay dos reservas importantes: ¿es la legitimidad de María Corina Machado y el respaldo de Europa y de Estados Unidos suficiente para tumbar al chavismo?, ¿es María Corina una versión más articulada e inspiradora que Juan Guaidó o Leopoldo López? Lo pongo sobre la mesa porque María Corina Machado ha levantado una ola de expectativas respecto al gobierno venezolano, que más que nunca se aferra al poder con todo lo que tiene.
De ahí que si la respuesta es que la sola popularidad y legitimidad de la Premio Nobel no alcanzan para un cambio de régimen en Venezuela, la conclusión es también el “elefante en el cuarto” de América Latina: el cambio de régimen en Venezuela ocurrirá si y sólo si, Estados Unidos lo prioriza. Y es ahí donde el Premio Nobel y la efervescencia política desatada por María Corina Machado se cruzan con la “política real” y la Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos. Este documento consiste en intereses nacionales vitales: El foco se sitúa en la protección directa del territorio, la población, la economía, la soberanía y la preservación del modo de vida estadunidense.
Seguridad económica es igual a seguridad nacional: se prioriza la reindustrialización de defensa, energía y alta tecnología, el control de cadenas de suministro críticas y la reducción de la dependencia de China. Se busca la superioridad económica, tecnológica y militar. Paz a través de la fuerza: se adopta un principio de “paz a través de la fuerza” y una predisposición al no intervencionismo directo, actuando sólo donde los intereses vitales estén en juego. Competencia global: Se busca evitar que potencias rivales dominen regiones claves e impedir que cualquier potencia alcance una posición hegemónica que amenace a Estados Unidos.
Mayor exigencia a aliados: se impone una mayor presión a los aliados para que asuman más responsabilidad en su propia defensa. Un documento claro, sin gran espacio para la retórica, que con total pragmatismo dice al mundo: “vamos a recuperar el terreno geopolítico perdido durante las pasadas décadas”. Y eso pasa necesariamente por América Latina, que desde la perspectiva de Trump, es el hub de sus enemigos rusos y chinos, y principal dolor de cabeza en materia de tráfico de drogas e inmigración. Por eso el Premio Nobel es indivisible del rol que Estados Unidos quiere jugar en América Latina: crear una presión externa al régimen de Maduro se combina con la presión interna con una figura, la de Machado, engrandecida y respaldada.
Esa causa legítima que la llevó a recibir el Nobel e incluso a forjar una historia digna de novela en su escape de Venezuela y travesía a Oslo es, sin embargo, sujeta al tiempo. Si la presión de Estados Unidos no tira a Maduro, Machado habrá pasado a la historia con el reconocimiento e incluso admiración del mundo, pero sin cambiar el régimen político venezolano que empezó con un militar disidente, y terminó –o en eso va– en una dictadura que no reconoce resultados electorales, y pauperiza cada vez más al que fue uno de los países más ricos del continente.
Para la reflexión más pro-funda: algo anda muy mal en los sistemas democráticos latinoamericanos para que las esperanzas de alternancia democrática dependan de la intervención estadunidense. Algo anda mal con las reglas, los partidos, las oposiciones, para que el cambio dependa del ánimo e intereses de Washington. Además, esa dinámica es gasolina para los gobiernos autoritarios que han dejado de ser de izquierda o de derecha, pero que abrazan la retórica del socialismo latinoamericano del siglo XXI adaptándolo, cada uno, como mejor le conviene.
A cualquier dictador le conviene situarse como defensor de su pueblo ante la amenaza yanqui. Y a cualquier pueblo le duele que el cambio social dependa de la agenda de los Estados Unidos; que le pregunten a México, que algo sabe de cuando la Doctrina Monroe es llevada a los hechos.












