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¿La fiesta en paz?

“Cuando vivía, ya que se muera; hoy que se murió, qué bueno era”, cantaba Chava Flores

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▲ Entre otros muchos errores, los promotores taurinos cayeron en la trampa de trivializar lo trágico, en vez de intensificar el drama en el ruedo mediante una bravura sobrecogedora.Foto Archivo
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o mejor del falso éxito es que encubre sus desaciertos hasta que salen a la luz. En la época actual de “excesiva tecnología, demasiada manipulación y colosal ignorancia”, una de sus características es maquillar la realidad, entre otras formas mediante el ocultamiento de la muerte y el encubrimiento de la tragedia, hasta convertirla incluso en diversión.

Los metidos a promotores de la tradición taurina de México, con especialistas y operadores probadamente ignorantes, teniendo en sus manos una de las expresiones humanas más originales y perturbadoras del planeta cometieron, entre otros muchos errores, el de caer en la trampa de trivializar lo trágico, y en vez de intensificar el drama en el ruedo mediante una bravura sobrecogedora, prefirieron reducir la tauromaquia a una estética correcta ante embestidas dóciles y predecibles. Lo que antes fue emoción colectiva devino diversión sanguinolenta. Fue el principio del fin.

Como los matrimonios rutinizados, la fiesta en México precisaba con urgencia de respiraderos, de rendijas que permitieran la entrada de aires menos viciados, de toros y toreros más apasionantes, de sensaciones fuertes que se volvieran adictivas mediante empresarios mejor asesorados, toros y toreros con otros niveles de expresión y rivalidad y, desde luego, con la vigilancia puntual de unas autoridades menos obtusas y mejor informadas de la importancia de la tauromaquia en la idiosincrasia popular, más allá de terapias ocupacionales y mitotes animalistas.

Quienes se ostentaban como conocedores del negocio pretendieron aplicar la fórmula que durante dos décadas había atraído públicos y dinero con Manolo, Eloy y Curro, tres estilos verdaderamente diferentes con un claro sentido de la competencia… ante reses anovilladas, actuando indistintamente en las ciudades y en los pueblos, cerrando el paso a nuevos valores y eludiendo ganaderías exigentes.

A su retirada, la fórmula ya no dio los mismos resultados, pero los empresarios no modificaron criterios: toro chico y más importación de diestros que medio atrajeran a los públicos con Ponces, Hermosos y Julis que sudamericanizaron el espectáculo y redujeron la baraja de toreros nacionales con imán de taquilla, en tanto el neoliberalismo taurino, autorregulado e irresponsable, continuó haciendo su agosto con un multimillonario duopolio cuya imaginación apenas compartía ases extranjeros mientras la autoridá miraba para otro lado.

Esa negligencia o franca complicidad durante años de la hoy alcaldía Benito Juárez, de la jefatura de la Ciudad de México y del gobierno federal fue el caldo de cultivo para que, tras la indiferente administración obradorista, el actual gobierno de la capital se animara, en marzo pasado, a prohibir en la capital las corridas “con violencia”, autorizando sólo el uso de capote y muleta para que los toros “no sufran”, excepto en el traslado de ida y vuelta a la ganadería y el día de su muerte, que es ley de vida. El falso humanismo no vigila tradiciones, las prohíbe o modifica a su antojo mientras los otrora beneficiados guardan silencio.

En su composición Cerró sus ojitos Cleto, el genial Salvador Chava Flores refiriéndose al difunto y no a la fiesta prohibida, cantaba: “Cuando vivía el infeliz, ya que se muera; hoy que ya está en el velís, qué bueno era…” La relegada tradición taurina de la capital mexicana, con 500 años de antigüedad el año entrante, dejará espacio para que los hampones del futbol (FIFA y FMF) nos distraigan unas semanas. No habrá sufrimiento, sólo renovada frustración colectiva y confirmación de complicidades “sin violencia”.