A María Amparo Casar mi solidaridad
examinar la “idea del desarrollo” es fundamental. Repensar hoy enfoques y políticas, visiones y ambiciones que han buscado combinar el ejercicio de una racionalidad económica, impuesta por la penuria originaria y la competencia descarnada que acompaña la evolución del mundo moderno, con la acción colectiva, la política y la acción del Estado en torno a propósitos de reivindicación social, como ayer lo hicieron los pioneros del desarrollo así nombrados por el Banco Mundial, cuyos esfuerzos parecían arrollados por las muchas batallas que se libraron al desplomarse la bipolaridad global, vivirse la vuelta al capitalismo en Europa del Este y asistirse a la gran irrupción asiática encabezada por China, pero antecedida por Japón y seguida por Corea y Vietnam, Indonesia y Tailandia.
Nosotros hicimos nuestra propia renovación estructural, celebrada urbi et orbi como un “milagro”, que buscaba romper la fatalidad latinoamericana de altas inflaciones con muy bajos crecimientos. Presentada como “desarrollo estabilizador” llevó a presumir su versatilidad, resiliencia y solidez de sus grupos dirigentes; un camino que contemplaba apertura económica y liberalización comercial, por ello el ingreso, en 1986, al Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT), como bien me recuerda el colega Fernando de Mateo.
Así, el país buscaba ocupar un lugar en el sistema global que se abría paso al término de la guerra fría, signado por la implosión del comunismo soviético y el predominio del capitalismo. Una época en la que las sociedades encontrarían respuesta a sus empeños gracias al mercado global, la democracia representativa y la extensión de los derechos humanos, como dijera el presidente Bush el 11 de septiembre de 1990, en su discurso durante una sesión del Congreso de Estados Unidos. “(…) momento único y extraordinario. La crisis del golfo Pérsico (…) ofrece también una rara oportunidad de avanzar hacia un periodo histórico de cooperación. De estos tiempos difíciles puede surgir (…) un nuevo orden mundial: una nueva era, más libre (…)”
Se trató, hoy lo constatamos, más que de un nuevo orden, de una ilusoria hipótesis de trabajo incapaz de canalizar esfuerzos hacia un curso efectivo de evolución de las sociedades internacionales. Ahora el mundo vive circunstancias ominosas en las que las relaciones siempre conflictivas entre economía y política, democracia y desarrollo, más allá de encontrar mecanismos de modulación y entendimiento, más bien se encuentran no sólo con una cuestión social agravada en sus dimensiones básicas de distribución y protección sociales, sino con regímenes políticos en crisis.
Por ello, es preciso recuperar la idea del desarrollo; desarrollo como proceso de cambio integral, de restructuración profunda de valores y actitudes, como eje maestro de transformaciones productivas con equidad; de una “fantasía organizada” como la llamara el enorme pensador Celso Furtado. En suma, aspirar a renovadas formulaciones entre Estado y mercado; entre mercado y equidad, entre democracia y economía política.
Se trataría, parafraseando al economista catalán Antón Costas, de reconstruir los puentes entre el crecimiento económico y la prosperidad compartida, consensuar grandes acuerdos que hoy, como ayer, propicien crecimientos económicos sostenibles, teniendo en cuenta los contextos complejos e inciertos marcados por múltiples desafíos que van de lo local a lo global: desigualdades, pobrezas, migraciones, cambios climáticos y tecnológicos, violencias y guerras, retos que desafían permanentemente no sólo la estabilidad y gobernabilidad de nuestros países, sino la existencia misma de la especie humana.
Nota bene: Agradezco el comentario de Enrique del Val, lector atento quien me recuerda que lo de los “colmillos atómicos” fue reacción de Nikita Jruschov al dicho de Mao en relación con el imperialismo al que comparó con un tigre de papel, poderoso sólo en apariencia.











