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Reinventa Stewart Copeland a The Police en la sala Nezahualcóyotl
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▲ El baterista de The Police, Stewart Copeland, de 73 años, fue un torbellino en el escenario, donde agitó su baqueta como una batuta en una actuación frenética.Foto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Domingo 14 de diciembre de 2025, p. 7

Nada de nostalgia ramplona. La Sala Nezahualcóyotl fue testigo y partícipe la noche del viernes de una reinvención. Stewart Copeland, el caballero de la alegre figura, proyectó una energía desconcertante. A sus 73 años, transformó los éxitos de The Police –la legendaria banda que integró junto a Sting y Andy Summers– en un ágape sonoro, renovado y potente, con su versión sinfónica.

Fue un ritual laico con casi una veintena de temas. Una celebración donde la música académica y el rock se fundieron en una potente y disfrutable nueva entidad sonora. Copeland, con su batería, y secundado por una orquesta de cámara de 25 músicos, una guitarrista, una bajista y tres cantantes mujeres, dio cátedra de fusión. Lo llamó, entre bromas, su banda de “heavy metal”.

Su conexión con la audiencia que copó poco más de la mitad del recinto universitario fue inmediata. “El mexicano es el mejor público del mundo que sabe cantar”, aseguró, estableciendo una complicidad que duró toda la velada. Ante una inicial falla técnica con el micrófono, optó por cumplir su encomienda: “Esta noche vamos a hacer música”. Y la hicieron.

Desde el primer acorde de King of Pain, el pacto quedó claro. Las cuerdas no suavizaron, sino que amplificaron la tensión original. Luego, una Roxanne jazzeada demostró que un clásico puede vestir nuevos ropajes sin perder su alma ni espectacularidad.El ensamble sonaba natural, orgánico, como si siempre hubiera sido así.

Copeland fue un torbellino en el escenario. Detrás de la batería, sus extremidades parecían multiplicarse: era un octópodo de un virtuosismo inmarcesible. Pero también fue director, usando una baqueta como batuta en una actuación apasionada y frenética, con saltitos y bailes sobre el podio y pegando pequeñas carreras de un lado a otro del escenario. Además, mostró su pericia con la guitarra, arrancando un riff atronador en The Bed’s Too Big Without You. “Esta es una noche de rocanrol”, recordó.

Los momentos de comunión fueron claves. El grito de “¡eres un chingón!” desde el público mereció un “OK” animado de su parte, como lo hizo respondiendo “I love so much too” a los reiterados gritos de te amo.

Pequeña galaxia

Message In A Bottle elevó la emoción colectiva, con Copeland abrazándose a sí mismo y meciéndose de un lado a otro, acaso algo avergonzado por los coros masivos y las muestras de cariño. El clímax llegó con Every Breath You Take, transformando la sala en una pequeña galaxia de centenas de estrellas originadas por las luces encendidas de los teléfonos celulares.

Tras hora y media, llegó el fin del concierto. La audiencia, extasiada-embelesada, con palmoteos y gritos ensordecedores exigía más. El baterista reapareció con una máscara de luchador y guitarra en mano. Tocó una pieza de puro rock puro. “Una más”, anunció después, en español. Every Little Thing She Does Is Magic detonó el paroxismo final. Las butacas vacías, el público de pie, bailando, un coro multitudinario y decenas de manos extendidas hacia el escenario.

El caballero de la alegre figura se despidió entre ovaciones, estrechando esas manos, para despedirse de un concierto memorable. La noche no fue un viaje al pasado, sino una prueba de vigor. Stewart Copeland demostró que el legado no es una pieza de museo, sino una constante reinvención.