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El Quinto Sol
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ay artistas que avanzan hacia el futuro inventando formas y otros que retroceden en el tiempo para escuchar el rumor de la piedra. Oscar Bachtold (Ciudad de México, 1962) pertenece a este segundo linaje: el de quienes buscan en el origen una explicación de lo que somos. Su obra nace del silencio milenario de las culturas prehispánicas, no como la de un arqueólogo que desentierra objetos, sino como la de un soñador que intenta descifrar el aliento del mundo.

Egresado de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, y formado en dibujo y pintura en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (1985-1990), Bachtold, discípulo de Gilberto Aceves Navarro, asumió que la pintura es riesgo. Su trazo, frenético y libre, conserva la energía del gesto aprendida de su maestro. Así se convirtió en un creador que pinta la esencia de las culturas originarias. Su trabajo es un reflejo de la infancia que persiste como un eco. En la confluencia entre historia, arqueología y antropología, encuentra un puente hacia los mitos que configuran nuestra cosmovisión. Sumergido en esas narrativas, desciende a las raíces del territorio mexicano y reflexiona sobre la identidad y su permanencia. El lenguaje plástico de las culturas antiguas nutre su obra y forja una simbiosis entre pasado y presente.

Desde niño sintió fascinación por la pintura, impulso que lo llevó a ese territorio donde mito y materia se confunden. No se limita a contemplar: penetra en los significados. Comprende que las civilizaciones antiguas no son vestigios inmóviles, sino presencias vivas que dialogan con quien sabe mirar. Esa mirada­–curiosa, ética, sensible– lo acompaña allí donde el pasado deja de ser ruina y se transforma en energía creadora.

Su exploración no nace de la nostalgia, sino de la necesidad de comprender el presente por medio de los símbolos primordiales. La piedra, el barro, el metal o la fibra no son simples materiales, son la memoria de una conciencia colectiva. Cada obra parece convocar fuerzas dormidas, como si sus manos repitieran un gesto aprendido hace siglos y el tiempo retornara a su origen.

En su pintura, la geometría respira. Los planos se abren como códices donde la luz escribe nuevos signos. A veces, las formas contienen un lenguaje olvidado, un alfabeto que sólo puede leerse desde la emoción.

Su trazo vehemente revela una constante búsqueda: la espontaneidad y la experimentación como motores del acto creativo. En esa libertad resuena una relectura del expresionismo, atravesada por influencias del arte primitivo e infantil. Bachtold trabaja desde el instinto, sin renunciar a la conciencia; su pintura es un puente entre el pensamiento antiguo y la sensibilidad contemporánea.

El mito, la cosmovisión, la raíz: en sus manos todo lo intangible adquiere forma, materia y presencia.

Bachtold no busca explicar, sino revelar. Su proceso es introspectivo, casi meditativo. En él confluyen la observación arqueológica y la conciencia del presente, el rigor del estudio y la espontaneidad del hallazgo. El artista observa el mundo como quien intenta recordar algo que no ha vivido: cada línea, cada textura, sostiene una pregunta sobre el sentido y la permanencia.

La exposición Quinto Sol, su proyecto más reciente, reunió alrededor de cien pinturas que partían de un mito antiguo: un relato que parecía dormir bajo la tierra y seguía respirando dentro de nosotros. Bachtold evocó los cinco soles, las cinco eras que se habían sucedido como capítulos de una historia interminable. Cuatro mundos se extinguieron antes del nuestro, cada uno con su propia luz y su propio derrumbe. El nuestro es el de Nahui Ollin, el sol del movimiento, el quinto intento del universo por sostenerse a sí mismo.

En este mito todo vibra y se renueva. Los antiguos decían que cada sol nacía del sacrificio y que el mundo sobrevivía sólo mientras el hombre recordara aquel acto primordial. Bachtold lo interpreta como una metáfora de la creación: destruir para volver a crear, perder la forma para encontrar otra.

Quinto Sol no es sólo una serie de pinturas sobre los dioses o los ciclos del tiempo: es una reflexión sobre el instante en que todo se transforma, sobre esa fuerza invisible que mantiene en marcha al mundo, aunque sepamos que, tarde o temprano, también ese quinto sol habrá de apagarse.

Mirar su obra es entablar una conversación con el tiempo. Su pintura es un pulso sereno que invita a la contemplación. En sus piezas, el espacio se vuelve sagrado y nos remite a lo más profundo de lo humano. Es ahí donde Bachtold se instala: en el umbral donde la materia recuerda lo que fuimos y anuncia lo que podríamos llegar a ser.