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La sede de la Fundación Elena Poniatowska fue escenario de una velada de amor y nostalgia
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▲ El jueves pasado la soprano Julieta González-Springer y el guitarrista Mateusz Lawniczak ofrecieron el recital Amor y canto del Renacimiento al Romanticismo de Chopin y Moniuszko.Foto Yazmín Ortega Cortés
 
Periódico La Jornada
Sábado 1º de noviembre de 2025, p. 5

La soprano Julieta González-Springer provocó éxtasis con el concierto que protagonizó la noche del jueves, en el que evocó amor, nostalgia, esperanza y pensamiento de la humanidad y el contacto con lo sagrado. Ahí dio muestras de cinco siglos de música, que tuvieron en Polonia una presencia importante.

En el recital Amor y canto del Renacimiento al Romanticismo de Chopin y Moniuszko, realizado en la Fundación Elena Poniatowska, la cantante y el músico Mateusz Lawniczak cautivaron al público con piezas renacentistas, la creación musical propia de las cortes francesa y polaca, salmos, temas de Chopin para guitarra y cerraron con una resplandeciente versión de La Llorona.

Con la presencia de la escritora y periodista Elena Poniatowska, al anochecer y mientras las hojas caían como señal del inicio de otoño, se creó un portal que comunicó tiempos y naciones, emociones y creencias, además de ámbitos musicales. Una estación de música, historia, poesía, pasiones y reflexión.

González-Springer y Lawniczak dijeron a La Jornada que se trata del final de sus actuaciones en el país, donde desarrollaron presentaciones en el Museo Casa de La Bola y en el Festival de Tepotzotlán. El guitarrista agregó que fue más especial por ser en la Fundación Elena Poniatowska y porque la autora tiene ascendencia polaca.

Añadió que tocar a Chopin con la guitarra es especial, “porque no es tan común; quiero decir, no hay mucha gente que lo haga, particularmente en México. Chopin así me parece algo muy bonito. Toco piezas renacentistas con vihuela, que es del siglo XVI, y es una especie de prototipo de la guitarra”.

La primera pieza, Claros y frescos ríos, es una creación del compositor y vihuelista español Alonso Mudarra, del siglo XVI. Con ella se concretaba el pacto con el público que se dejó conducir a ese momento y lugar en que González-Springer se refería a los montes desiertos con un emoción de marcada nostalgia, pero a la vez de potente seguridad.

La segunda canción, del renacentista Luis de Milán, fue Aquel caballero, madre en el que Mateusz Lawniczak atraía al escucha con el lucimiento de su pericia en la vihuela, a la que dotó de una voz entendible, amorosa, que llenaba los espacios y acompañaba como un fraterno toque de manos mientras la soprano se refería a la pena, al cariño. Una historia de amor de voz y cuerdas vibrantes.

Isabel perdiste tu faja fue la siguiente, tema en el que Alonso Mudarra hace una metáfora de la pérdida del poder de Isabel La Católica en un momento en el que no se podía interpelar a la monarca.

El barroco temprano fue el sino de la siguiente parte, con canciones que se interpretaban en las cortes francesas, aunque eran en español. Inició con la canción Río de Sevilla, en la que Lawniczak convirtió su instrumento en un personaje cuya voz respaldaba a la cantante.

Las composiciones anónimas de esta parte fueron reunidas por Gabriel Bataille. Las dos piezas a continuación abordaron el amor romántico en esa época. Versos sobre el ardor del enamoramiento, una; la otra, Vuestros ojos tienen d’amor no sé qué verbaliza: “me quieren, me hieren, me matan, me matan la fe”.

De Polonia provenían las siguientes obras, tres salmos de un Salterio de David traducido al polaco.

González-Springer refirió que cuando surgió la idea de venir a México, apoyados por el Instituto Adam Mickiewicz del Ministerio de Cultura polaco, incluyeron salmos renacentistas de Mikołaj Gomółka.

Seleccionaron los salmos 9, 25 y 70. El primero, una adoración entre alegre y solemne, vigorosa y agradablemente humana; el siguiente, una plegaria a un dios de justicia, equilibrado, y la confianza en lo sagrado, y el último, grave en su comunicación con lo divino, entre lo vulnerable frente a la potencia metafísica.

El contrapunto llegó con una canción profana, interpretada en las cortes polacas y situada en la terrenalidad de la seducción de una mujer. Su título se traduce como La muchacha amable.

Lawniczak cambió de instrumento y tomó una guitarra. También cambió al siglo XIX. La primera pieza abordó el amor juvenil, en un diálogo de una chica y su madre. Angelical e inocente, la joven perdió su corona de flores cuando vio a su novio. Vital y esperanzada, la mayor reconoce el sentimiento y lo abraza y entiende a su hija. “Los tiempos no han cambiado”, expresó la soprano.

Sombrío y trágico fue el tema de la siguiente pieza de Chopin. Una madre se lamenta: “crió a siete hijas y a siete enterró. Ahora riega sus tumbas cantando tristes canciones”, entonó la artista con una emoción que estrujó el corazón de los presentes, particularmente el de aquellos acompañados por sus hijos, que por un momento estrechaban su contacto con sus vástagos.

González-Springer relató que Chopin nació en Varsovia y luego se fue a Francia, “pero todo el tiempo añoraba; sentía nostalgia por la patria que habían perdido, por su país y su familia. ”.

La siguiente fue una serenata, que Julieta González-Springer dedicó a Poniatowska: “Ojalá pudiera convertirme en un sol”, dijo, y agregó que quizá como un pajarillo que prodiga su canto “en todo momento bajo tu ventana y sólo para ti. ¿Por qué no puedo convertirme en ese pajarito?”.

La velada cerró con la canción mexicana, por la que el dúo reconoció su amor: La Llorona.