l secretario de Economía, Marcelo Ebrard, aseguró que existe un avance de alrededor de 90 por ciento en las negociaciones comerciales que se llevan a cabo con la administración del presidente Donald Trump, y se han puesto sobre la mesa prácticamente todos los temas que le preocupan tanto a México como a Estados Unidos.
Por lo tanto, el funcionario se dijo optimista, dentro de lo razonable, con respecto a alcanzar un acuerdo antes de que expire el plazo de 90 días fijado por la Casa Blanca para la entrada en vigor de aranceles del 30 por ciento a las importaciones mexicanas no cubiertas por el T-MEC, así como en despejar todos los temas pendientes antes de la revisión del tratado trilateral, pactada para tener lugar en 2026.
Ante el anuncio, cabe saludar –si bien con cautela– el éxito de la fórmula mexicana en las nada fáciles negociaciones con el trumpismo. La ruta trazada por la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, y operada por miembros de su equipo dotados de pericia y experiencia, ha permitido postergar hasta el momento las tarifas arbitrarias del magnate y hacer de México uno de los países menos golpeados por la guerra comercial. Si en los próximos días se cierra el 10 por ciento de los diferendos restantes, el acuerdo será un ejemplo del acierto de combinar la firmeza y exigencia de respeto a la soberanía con la apuesta por el diálogo como vía privilegiada para la solución de conflictos.
Sin embargo, no hay espacio para la ingenuidad: ni siquiera la conclusión de las negociaciones y la firma de entendimientos permitiría relajarse, pues ya se sabe que Trump puede echar abajo cualquier acuerdo en el momento más inesperado, ya sea por cálculos políticos internos, porque encontró una nueva ventaja que no se le había ocurrido explotar o por lo que se presenta con claridad creciente como un deterioro de sus facultades intelectuales, lo que le hace criticar la designación de funcionarios a quienes él mismo nombró y enunciar discursos incoherentes frente a las cámaras. Con el magnate, la formalidad y el carácter legalmente vinculante de los acuerdos es papel mojado frente a su arbitrariedad y sus cambios de humor.
Pese a esta realidad, no ha de minimizarse la importancia y el logro que significa mantener abierto el diálogo con el país vecino del norte ya que, con o sin Trump, está en juego es la estabilidad económica de México, el cual tiene allende el río Bravo el destino de la mayor parte de sus exportaciones. Dicha estabilidad no es un fetiche ni una abstracción, sino la condición para sostener y crear empleos, garantizar el flujo de divisas y avanzar en los objetivos de justicia social.
Además de los principios de política exterior, en el diálogo se juegan los intereses del país y el bienestar de millones de mexicanos, por lo que es necesario continuarlo incluso con una contraparte tan veleidosa como el mandatario republicano.