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Las muertas de Ibargüengoitia
A

lguna vez en una de sus largas conversaciones telefónicas, en las que acostumbraba socratizar a sus interlocutores jóvenes, Octavio Paz me preguntó qué leía.

–Una bibliografía anotada sobre Jorge Ibargüengoitia en Excélsior, de Peter Lang. Es muy divertida porque está llena de citas. Creo que no hemos valorado el humor en la literatura. Ocurre lo mismo con el poeta Renato Leduc.

–Y con su amigo Carlos Monsiváis, aunque él sí tiene mucho más reconocimiento. Los tres son grandes escritores. No se preocupe por la crítica, con frecuencia es miope y casi siempre se equivoca.

Paz consideraba a Leduc el poeta del erotismo y el arrabal, donde el humor y el sentimentalismo se dan la mano; en Monsiváis, en cambio, el humor, la ironía y el sarcasmo son recursos para su ejercicio crítico, y en Ibargüengoitia, la risa “es una defensa ante lo intolerable”.

–Ibargüengoitia es uno de los mejores novelistas hispanoamericanos, y Las muertas, una de sus mejores novelas.

En un texto de 1974, Paz apunta que esa novela es “el relato de un crimen y el retrato de un México, uno entre los muchos, que componen nuestro país”.

En la década de los 60 el periódico Alarma!, dedicado a la nota roja, dio a conocer la historia de Las Poquianchis, unas hermanas proxenetas que tenían varios prostíbulos en El Bajío. Llegaron a matar a ocho prostitutas, según algunos reportes, y otros, como Alarma!, dieron cuenta de más de 90. Las actividades criminales de estas hermanas contaban con la protección de la policía y varias instancias de autoridades civiles y militares.

El interés de Ibargüengoitia por el caso tomó fuerza cuando en unos cursos de verano que impartió en la Universidad de Guanajuato hizo “La ruta de las Poquianchis”. En esos días también consiguió tener acceso al voluminoso expediente del caso, donde los nombres cuádruples y los triples pares de apellidos dieron cuenta del desaseo de los mismos. Esa serie de elementos dejaba claro que lo que había pasado “no tenía nada qué ver con las informaciones de los periódicos, o muy poco”.

Decidió entonces reconstruir la historia con los datos que tenía y con las actas del proceso. Esa novela nos muestra –parafraseando a Ibargüengoitia– que después de todo nuestras autoridades, funcionarios, fuerzas armadas y policías no son tan incompetentes: cuando no agarran a los culpables es porque tienen órdenes de no agarrarlos.

Las muertas es una novela de la corrupción y la impunidad, la miseria y la ignorancia; de policías, soldados y funcionarios cuyos valores se resumen y limitan en el dinero hasta sus últimas consecuencias. Es la novela del uso político de la tragedia y de la tragedia de la política que, con otros actores, continúan esa oscura y sangrienta narrativa de la vida nacional.

Ibargüengoitia señala con sugerentes nombres y símbolos la historia que nos presenta. Inauguran un burdel el 15 de septiembre en el que dan el Grito las matronas frente a una concentración de clientes de los burdeles, autoridades civiles y religiosas, funcionarios, empresarios y cuerpos de seguridad. Todos se dan la mano para echar a andar esa máquina que devora mujeres y genera dinero y calaveras. Además, dos de las matronas no podrían tener mejores nombres: Serafina y Arcángela. Las muertas es parte del México profundo y bárbaro que no pocas veces asoma el rostro entre las sombras.

Según la crítica literaria Laura Navarrete Maya, las obras de este autor “responden a la necesidad de mirar al pasado con ojos nuevos” y, “al introducir en ellas el humor, la ironía y la parodia, se vuelven desmitificadoras de la historia de México”.

Según Karim Benmiloud, el tema de la prostitución, cuyo tratamiento revela el sistema machista, violento y misógino que permea a la sociedad mexicana, desde las élites políticas y las autoridades judiciales hasta los policías, es notorio.

Recientemente, el cineasta Luis Estrada puso a circular en una serie de Netflix la adaptación que hizo de Las muertas. Todo un reto que resolvió con la misma estructura de la novela: ofreciéndonos pequeños capítulos de historias personales que se explican y complementan unas a otras hasta mostrarnos en el episodio final los últimos elementos que nos permiten comprender el porqué y el cómo de la tragedia desde las historias personales.

Después de hojear la novela y ver la serie, imposible no preguntarse cómo habría contado Ibargüengoitia la historia de La Barredora, el decomiso de los 15 millones de litros de combustible robado en los municipio de Saltillo y Arizpe, o de la captura y liberación del general Cienfuegos, o la del emblemático Genaro García Luna o el ex fiscal de Nayarit Édgar Veytia, condenado por narcotráfico en Estado Unidos.

El estilo escéptico de Jorge Ibargüengoitia para mirar la vida del país “era saludable en un medio carcomido por las ideologías”, a decir de Octavio Paz. Hace falta.