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La Venus negra
Ô t

oi que j’eusse aimé, ô toi qui le savais! (¡Oh, tú que yo hubiese amado; oh, tú que lo sabías!) Acaso la amada de Charles Baudelaire se esconde y se manifiesta en el enigmático subjuntivo del verso con que culmina su poema titulado “A una pasante”, parte del maravilloso e inolvidable volumen de Las flores del mal.

Jeanne Duval es, sin dudas, la maléfica flor que exhala el venenoso aroma que le hace daño respirar, pero sin cuyo efluvio no le es posible vivir. Fragancia letal y adictiva, Jeanne es al mismo tiempo una aparición y una desaparición. Después de todo, aparición y desaparición no pueden sino manifestarse una tras otra y otra tras una, al mismo tiempo. Jeanne aparece y desaparece en la vida de Baudelaire, es presencia y ausencia en los poemas de Las flores del mal.

La relación amorosa entre Charles Baudelaire y Jeanne Duval es una sucesión de rupturas y rencuentros, ascensiones al paraíso y descensos a los infiernos.

Pero, ¿quién es Jeanne Duval, la Venus negra, actriz mulata, cuyo verdadero nombre es Florine Jeanne Gabrielle Prosper? ¿Quién era, en realidad, esa mujer tan amada y detestada por el poeta, una diosa adorable y una arpía que se complacía haciendo sufrir a su amante torturando a los perros que inspiraban tanta ternura al autor de El spleen de París? ¿Quién es la hermosa mujer recostada en un diván, la amplia falda blanca de su vestido cayendo en cascada, que el autor de la pintura, Édouard Manet, tituló La maîtresse de Baudelaire?

¿Quién es la fantasmal ausente de L’Atelier du peintre, la gran tela pintada por Gustave Courbet, donde Baudelaire aparece al extremo derecho del cuadro ensimismado en la lectura de un libro o, tal vez, la corrección de poemas manuscritos en un cuaderno? Pintura doblemente enigmática: junto a Baudelaire, una presencia se desdibuja y flota el fantasma de Jeanne Duval, borrada de la tela; ¿por qué?, ¿a petición de quién? Queda, sin embargo, la huella de esa presencia de la cual el autor de Los paraísos artificiales no puede pasarse.

Las apariciones y desapariciones de Jeanne Duval pueden ser tan reales como imaginarias: Jeanne desaparece físicamente de su lado y es borrada asimismo de las páginas del volumen de Las flores del mal, a consecuencia de la pena a la que es condenado este libro, juzgado escandaloso, acusado de “faltar al sentido del pudor” y de “multiplicar las pinturas lascivas”. Los poemas condenados a desaparecer son aquellos donde se habla de la Venus negra. ¿Se trata de un estúpido puritanismo o de una muestra más de racismo? Curiosamente, el procurador es el mismo que unos meses antes hizo el requisitorio contra Madame Bovary, de Gustave Flaubert. Será necesario esperar más de un siglo para que la Corte de casación anule al fin, en 1949, la condena de Las flores del mal, 84 años después de la muerte de Baudelaire, y pueda editarse la obra original.

Jeanne Duval, nacida en Haití en 1818, murió en 1868. Durante mucho tiempo, su apellido no fue conocido con certeza pues, para escapar de sus acreedores, se hacía apellidar también Prosper o Lemer. Aunque existen retratos de ella pintados por Manet y otros artistas, así como por el mismo Baudelaire, su aspecto físico ha sido descrito de diversas maneras. Mulata, pómulos salientes, cabellos poco crespos, pecho plano, alta, tinte amarillento, labios rojos, ondulante como culebra; en fin, las descripciones se contradicen y los retratos la inventan. Del brazo de Baudelaire al pasearse, Jeanne cubre su rostro con un velo.

Entre 1838, tiene pequeños papeles en el teatro, con el nombre de escena de Berthe. Conoce a Nadar y deviene su amante. Según el novelista León Cladel, quien acompañaba a Baudelaire, éste interviene para salvar a Jeanne de unos borrachos. El poeta instala a Jeanne en l’Île Saint-Louis, cerca de su propia dirección.

La relación amorosa no terminará sino con la muerte de Baudelaire. Aunque el amor que se tuvieron sigue palpitante, eternizado en Las flores del mal.