Opinión
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Ciudad perdida

México-Canadá, a defender principios

L

a prudencia es uno de los factores menos usados en la política, aunque a veces resulte de la mayor importancia. En el caso del tratado de libre comercio entre Estados Unidos, Canadá y México se camina por un muy delgado filo de la navaja sobre la que se gestiona la renovación del acuerdo comercial.

En Estados Unidos, o mejor dicho entre los habitantes de la Casa Blanca se ha tendido una línea muy clara que responde a los intereses más que nacionalistas de los negocios de un grupo que busca crear una hegemonía que trascienda los tiempos de la Presidencia y se mantenga en el poder.

Para que eso suceda, uno de los factores requeridos es dividir, cuando menos, a los bloques que pudieran representar un bloque poderoso que se niegue a cumplir con las imposiciones, seguramente muy injustas, que requiere la construcción de esa hegemonía.

Es decir: en la Casa Blanca prefieren los tratados bilaterales, que los acuerdos que pudieran impedir, por la vía legal, el proyecto de dominación que se proponen y que ya es más que evidente. Es muy probable que esta idea no se haya comunicado, de esa forma a los gobiernos de Canadá y México, pero aquí y allá, al norte gringo, se piensa en que sí, tratarán de cualquier forma de imponer eso, acuerdos bilaterales que rompan con el tratado que debería renovarse y que según la misma Casa Blanca, les es desfavorable, además.

De esa forma, la visita del primer ministro de aquel país está inscrita en la urgencia de hallar argumentos suficientes para impedir la desaparición del tratado. Ninguno de los dos países quiere caer en los chantajes que utiliza la administración Trump para conseguir beneficios hacia su grupo y que no son para su país.

Por eso fue tan importante la visita de Mark Carney. Empatar ideas rumbo a las muy predecibles acciones gringas es más que una acción defensiva, se trata de mantener una postura que fortalezca los principios de soberanía y libertad de las dos naciones. Eso también lo saben los de las barras y la estrellas, que no se nos olvide.

De pasadita

Por fin, la tierra estaba quieta, mi hija Ixim a buen resguardo y la casualidad, que siempre aparece en estos episodios de la vida, esperaba en una cabina de teléfono público. Marqué a la redacción de Canal Once y la voz de uno de los camarógrafos que estaba a punto de salir a cubrir un evento respondió no muy alterado: “estuvo fuerte, verdad”. Ninguno imaginaba en ese momento la dimensión de la desgracia. Nos pusimos de acuerdo y salió por las primeras imágenes que se transmitirían minutos después por el canal del IPN.

Televisa se había caído, el Canal 13, al que hoy se conoce como Azteca, no reaccionaba –ojalá un día ellos cuenten su verdadera historia– y mientras, Jorge Velasco, en aquellos momentos director de Canal Once, con el permiso del secretario de Educación, Miguel González Avelar, según dijo, se comunicó desde el teléfono de su automóvil –hace 40 años no había celulares– con Emilio Azcárraga, dueño de Televisa, para ofrecerle las instalaciones del canal del Politécnico. Los comentaristas de la televisión privada relatarían, con la visión de Televisa, lo sucedido a la Ciudad de México, principalmente. Azcárraga agradeció y rechazó, afortunadamente, la oferta, pero no fue todo.

El Once abrió transmisiones, era el único que estaba al aire, aún no daban las 9 de la mañana. Un sujeto, Jesús Hernández Torres, en ese momento director de Radio Televisión y Cinematografía –los medios no escritos dependían de él–, llamó a la dirección de la emisora del Poli para ordenar que saliera del aire. Sus argumentos eran que el Once quería ganar raiting, pero peor, quería, lo hizo saber a algunos de sus cercanos, que el terremoto del 19 de septiembre de 1985 se trasmitiera en exclusiva por el Canal 13.

El Once salió del aire y horas después se le otorgó el permiso para trasmitir, pero sólo asuntos de servicio a la comunidad. La prohibición para poner en pantalla cualquier noticia seguía en pie. Entonces, el Once se puso a las órdenes de la comunidad y ahí se dieron las primeras listas de heridos y desaparecidos, pero además se escuchó la voz de auxilio de los damnificados que relataban la historia de aquel septiembre a las 7:19 de la mañana.

El silencio al que se condenó al canal, se escuchó por todas partes. Así sucedió.