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Detrás del Paquete Económico 2026
E

l Paquete Económico 2026, más que un simple ejercicio presupuestal, es un documento que refleja las profundas tensiones y realidades que definen el momento actual de la economía mexicana. Lejos de ser un plan de lo deseable, es el reflejo documentado de lo posible: este paquete es un espejo del estrecho margen de maniobra fiscal con el que cuenta el Estado. Las presiones sobre las finanzas públicas son evidentes, impulsadas, por un lado, por la limitada capacidad de inversión en infraestructura y, por el otro, por el crecimiento de las transferencias económicas directas que, elevadas a rango constitucional, se han convertido en un pilar de la política social. Este enfoque, aunque políticamente consolidado, crea un desafío estructural: la rigidez del gasto se acentúa, dejando poco espacio para la inversión productiva que podría impulsar el crecimiento a largo plazo.

Los mercados internacionales han sabido leer entre líneas el escenario mexicano. Han reconocido la capacidad de la administración para navegar una externalidad de la magnitud de Donald Trump, una figura impredecible que ha puesto a prueba las estructuras diplomáticas y comerciales de la región. De igual forma, han validado la priorización de la viabilidad financiera de Pemex, una empresa estratégica y de gran peso simbólico y económico. Si bien estas dos acciones han brindado cierta estabilidad y confianza, la gran prueba de fuego para la economía mexicana está en el horizonte: la revisión de las reglas que sustentan la economía nacional. Nos referimos, por supuesto, a la renegociación del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC).

Este es el gran reto que definirá la trayectoria económica de México en los próximos años. El T-MEC no es sólo un acuerdo comercial; es el marco de reglas bajo el cual operan industrias clave, se mueve el capital y se inserta el país en las cadenas de valor más importantes del mundo. El futuro de nuestra economía depende, en gran medida, de cómo se maneje esta renegociación.

En el México de nuestro tiempo, caracterizado por una profunda polarización política y por la consolidación de la 4T ante la precariedadde la oferta opositora, es di-fícil encontrar puntos de acuerdo. Hay dogmas, posi-ciones encontradas y argu-mentos irreconciliables en casi todos los temas. Sin embargo, existe un consenso fundamental que, de manera singular, une a las fuerzas po-líticas: la defensa de la lógica del libre comercio con Amé-rica del Norte. Eso une a “cua-troteístas” y “neoliberales”.

Desde la firma del NAFTA y ahora con el T-MEC, todas las facciones políticas reconocen que México es un engrane fundamental de una región que compite directamente con el mundo en general, y con China en particular. Este acuerdo, que se ha mantenido inmune a las disputas ideológicas internas, debería ser el punto de partida para alinear los esfuerzos de un país con más de 130 millones de habitantes en un objetivo común: ser más competitivo a nivel global. Aprovechar esta unidad de propósito es clave para fortalecer la posición de México en la mesa de negociación.

Pero la relación con Donald Trump no se mide en términos de lo que podemos “ganar”, sino en cómo administramos el terreno que debemos ceder en las áreas que él considere prioritarias. No es una lógica seductora ni triunfalista, sino una estrategia anclada en el pragmatismo de una relación desigual, asimétrica.

El Paquete Económico 2026, al igual que los anteriores, proyecta un optimismo notable en el consumo interno. La apuesta es que el gasto de los hogares sostendrá el crecimiento, a pesar de las limitaciones en inversión y las presiones externas. Sin embargo, esta visión enfrenta retos significativos. El empleo formal se encuentra bajo la presión de la automatización y la necesidad de una reconversión de la mano de obra. Las expectativas de largo plazo se ven nubladas por la incertidumbre económica y la volatilidad global.

El 2026 no es un año más. Es la materialización de la renegociación de las reglas del juego con Estados Unidos. Como hemos visto, la redefinición ya ha comenzado en el ámbito de la seguridad y, ahora, el enfoque se trasladará al campo económico. La forma en que México se posicione y negocie en este momento crucial determinará no sólo el crecimiento del próximo año, sino las bases sobre las que se construirá la economía del futuro.