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El transporte y los cronistas
N

uevamente tendremos la oportunidad de acudir a Tlalpan, esa añeja localidad que me hace sentirme fuera de la ciudad con sus grandes árboles, casonas señoriales (muchas convertidas en centros culturales), los viejos conventos, el mercado de la Paz –una joya de ladrillo rojo– y su hermosa plaza central.

El motivo es que el próximo miércoles 24, inicia a las 16 horas, el XIX Encuentro de Cronistas del Sur, cuyo tema este año es El transporte terrestre en la Ciudad de México, según sus cronistas. Es admirable la perseverancia del presidente del Colegio de Cronistas de Tlalpan, Salvador Padilla, quien lleva más de 20 años organizándolos. El encuentro tendrá lugar en la hermosa Casa del Virrey de Mendoza, que está situada en Juárez 15, esquina Victoria, en el corazón de la demarcación.

El tema es de gran interés, ya que existe una unión indisoluble entre transporte y vías de comunicación, ambas son necesidades primarias del ser humano que a lo largo de los siglos ha adaptado a su medio geográfico.

Tenochtitlan, que se construyó en medio de cinco lagos, tenía un complejo sistema de acequias y calzadas, por medio de las cuales los mexicas lograron comunicarse internamente y con los pueblos aledaños. Por las calzadas llegaban a los pueblos de Tacuba, Iztapalapa, Tepeyac, Nonoalco y Vallejo. Para regular el nivel de las aguas construyeron diques y albarradones.

El transporte de personas y víveres se realizaba sobre los canales, en canoas ahuecadas por medio del fuego y bateas planas construidas con tablones. Por tierra movían la mercancía sobre sus espaldas ayudados por una caja tejida de caña y cubierta de cuero llamada petlacalli, que se sujetaba a la frente por medio de una correa conocida con el nombre de mecapalli. A estos cargadores se les denomina-ba tlameme, adjetivo que derivó en tameme.

Recordamos lo que nos platicaba la arquitecta Margarita Martínez, quien realizó una interesante investigación, en la que menciona la primitiva forma de comunicación por medio del humo de fogatas y de las percusiones que emitían los teponaxtles.

Alguna vez comentamos que en el México prehispánico ya habían elaborados sistemas de correo. En las culturas zapoteca, mixteca, tarasca, mexica y maya, se desarrollaban a través de postas, realizadas por grandes atletas que corrían largas distancias. Los mexicas construyeron albergues o postas llamadas techialoyan, que consistían en torrecillas ubicadas aproximadamente a cada 9.6 kilómetros para el descanso y relevo de los payanis o corredores ligeros y de los iciuchcatitlantis o mensajeros “que van de prisa”.

Los veloces mensajeros usaban insignias cuyas características dependían de la noticia que portaban; cuando se trataba de comunicar la victoria de alguna guerra, vestían un paño de algodón blanco en la mano izquierda con una rodela y en la derecha una espada que manejaba como si estuviera luchando, para demostrar su júbilo, los cabellos los llevaban atados con una cinta colorada e iba entonando los hechos gloriosos. El pueblo lo recibía y lo acompañaba hasta el palacio real. Cuando se trataba de comunicar una derrota en el campo de batalla, el correo se conducía en silencio, con la melena suelta y enmarañada llegaba ante el rey y semipostrado le relataba los hechos.

Todos ellos permanecían en los techialoyanes (postas) en espera de que arribara su antecesor para continuar el viaje, llegando a recorrer en un día hasta 482.8 kilómetros. Para desarrollar este oficio los ejercitaban desde pequeños en atletismo y la memorización de complicados y largos mensajes. Los sacerdotes que se encargaban de su formación los alentaban premiando a los vencedores, con el fin de fomentar en su espíritu el amor al desempeño de este trabajo. Esta formación se recibía en el calmécac (la escuela de los nobles que mencionamos en la crónica anterior).

Uno de los correos más famosos fue el de Moctezuma II, que le hacía llegar el pescado fresco de una distancia de por lo menos 321.8 kilómetros de la capital de Tenochtitlan. Por este medio se enteró el monarca de la llegada de los españoles a las costas del Golfo de México.

Antes del evento vamos a comer en la bonita casona decimonónica que alberga La Casa de Juan, que está en la Plaza de la Constitución 5. Con una grata terraza y decorada con obras de arte, ofrece muy buenas viandas. Le sugiero el salmón con salsa de vino blanco y como vamos de prisa, el pan de elote de postre con un cafecito y a disfrutar el encuentro.