stados Unidos parece envuelto en una ola de violencia que si bien no es ajena a la vida política, social y cultural en la historia de ese país, en este segundo gobierno de Trump parece adquirir contornos muy graves y complejos que conforman un contexto de violencia que se ha venido exacerbando desde la época de los magnicidios y asesinatos del liderato político en los años 60, entre ellos John F. Kennedy, su hermano Robert, Martin Luther King, Malcolm X, o la explosión social de 1992 por el asesinato de Rodney King, que convirtió a Los Ángeles en tierra de nadie durante tres días, “después de la explosión iracunda de una frustración amasada por las minorías étnicas en Estados Unidos durante años de miseria, demagogia y una obvia segregación racial que detonó con la absolución de los policías que golpearon al joven negro Rodney King” (Ángeles Vázquez, “La explosión social de Los Ángeles, Página uno, 10/5/1992) o el caso de George Floyd cuya muerte por brutalidad policiaca el 25 de mayo de 2020, en plena pandemia, detonó una de las protestas más grandes contra el racismo institucional no sólo en Estados Unidos, sino a nivel mundial .
Dice Keeanga-YamahttaTaylor en su libro De #BlackLives Matter a la liberación negra (Ed. Traficantes de Sueños, 2017) que aunque se dice “la raza no importa”, lo cierto es que el espectáculo de la brutalidad y los asesinatos policiales desenfrenados derivan fácilmente en crisis políticas que se ven desde el poder como el actuar de hordas con banderas de izquierda para abrir espacios fascistas.
El ataque político del bipartidismo contra el estado de bienestar con políticas que esconden un ataque mucho más amplio contra los trabajadores, incluyendo blancos y latinos que si bien los afroamericanos sufren desproporcionadamente “en un país con desigualdad económica creciente entre los más ricos y los más pobres, los presupuestos austeros ponen en peligro a toda la gente común”. p 28.
Llegamos así al punto en que la política exterior agresiva e injerencista que ahora amenaza con un ataque militar a Venezuela se traslada al plano interno como una forma de guerra interna con una política de cacería a los inmigrantes, de militarización de ciudades de los propios Estados Unidos como si fuesen potencias enemigas, por tener gobiernos de mayoría demócrata, y desde el gobierno de Joe Biden, hay que decirlo, reprimiendo, arrestando y deportando a todos aquellos que protesten por el genocidio en Gaza, sean estudiantes, docentes, funcionarios públicos, militares e inmigrantes, como lo documentan David Brooks y Jim Cason en La Jornada.
El hecho coyuntural que desata la reflexión sobre la violencia estructural es el asesinato con un balazo en el cuello frente a una audiencia estudiantil muy nutrida en la Universidad de Utah el pasado 10 de septiembre de Charlie Kirk, un joven líder de opinión ultraconservador, quien fue el creador de una organización con donaciones millonarias por parte de élites y grupos de interés llamada Turning Point USA, con la pretensión de ser núcleo de un movimiento político y cultural de jóvenes y estudiantes para la batalla cultural.
Como dice Danny Haiphong: “vivimos en un país que genera violencia no sólo en el extranjero, sino también en casa. La sociedad estadunidense está militarizada, alienada y polarizada hasta el punto de la explosión, con una creciente desigualdad y ruptura de la cohesión social. La policía y las agencias de inteligencia están fuera de control. Los medios corporativos fingen que este evento surge de la nada, pero décadas de guerras bipartidistas, desigualdad y censura han creado un entorno político inestable”.
Muchos congresistas del Partido Demócrata advierten que Donald Trump utilizará el asesinato del activista conservador como pretexto para aplastar a su oposición política y anular a la disidencia por medios violentos. Stephen Miller, encargado de la cruel política antimigración señaló: “tenemos que desmantelar y enfrentar a las organizaciones de izquierda radical en este país que están fomentando la violencia”.
Cuando se supo que el presunto asesino –hay muchas dudas al respecto– es un joven de 22 años, Tyler Robinson, quien creció en una familia mormona, conservadora y republicana, una familia normal que defiende con fuerza el derecho a tener armas según la Segunda Enmienda constitucional, la narrativa no cambió, reforzando la idea de que las redes, la universidad como centro de adoctrinamiento de izquierda ( sic) o su novia trans lo desviaron del camino.
Fácil de incriminar, fácil también buscar excusas para intensificar la represión interna, ahora contra quienes toman las calles para las protestas masivas que hacen frente a las políticas de este gobierno que confunde la batalla cultural, como confrontación de ideas, con una verdadera guerra, deslegitimando a las instituciones y utilizando toda la fuerza del Estado, por medio de la intimidación.
No es lo mismo “ganar la cultura para después ganar el poder” (Gramsci) a usar el poder para controlar (aplastar) la cultura (Trump).