a anécdota –por didáctica me gusta repetirla– tiene absoluta vigencia. Lyndon B. Johnson, presidente de Estados Unidos, se entrevista con Gustavo Díaz Ordaz, que lo era entonces de México. La guerra de Vietnam ha disparado el consumo de la mariguana en territorio estadunidense, y los culpables somos los mexicanos por proporcionarla a su mercado.
Así lo asume Washington y por boca de Johnson se lo hace saber a Díaz Ordaz. Palabras más, palabras menos, el poblano le responde: “Señor presidente, México es el trampolín, pero ustedes son la alberca. Cierren su alberca y se acaba el trampolín”.
Hoy la alberca de la droga en Estados Unidos ha decuplicado su tamaño. Pero su gobierno no quiere verlo y prefiere combatir los efectos del narcotráfico (el trampolín) dejando a salvo las causas. Según el World Drug Report de 2023, “la cocaína es la cuarta droga más consumida del mundo”. Estados Unidos, con Australia, es la región de mayor consumo de esta droga. Y la localidad donde tal consumo puede calificarse de conspicuo es la avenida Pensilvania, que conecta al Capitolio con la Casa Blanca.
Ese último hecho no se registra en ninguno de los países latinoamericanos a cuyos gobernantes acusa ahora Trump de jefaturar el narcotráfico. Sólo aquellos ingenuos o perversos pueden coincidir con su gruesa manipulación en el sentido de que le interesa erradicar el consumo de la droga en su país.
Entre los principales protagonistas de esa perversidad se hallan las empresas noticiosas –estadunidenses y nacionales–, que hacen negocio justificando la postura de Washington de tener motivos legítimos para decretar como terroristas a las organizaciones criminales dedicadas al trasiego de la droga y, peor aún, el derecho de su gobierno a combatirlas en territorio ajeno.
En la figura de Trump se cumple, a la inversa, el síndrome de Estocolmo: el delincuente se declara víctima y a sus víctimas las acusa de victimarios. En los hechos no se trata de otra cosa sino de nutrir, administrar e instrumentar a los cárteles del narcotráfico para que le sirvan de condotieros cuyo cometido fundamental es atizar la violencia en países que no aceptan ser cómplices fáciles de su política filibustera. Y también, para servirles de pretexto a fin de concretar el capitalismo de guerra, que es el que mueve la economía de Estados Unidos y sus planes de control, apropiación territorial y despojo de las riquezas naturales de todo el planeta.
Usualmente, los líderes de los cárteles crean condiciones de complicidad con gobernantes y funcionarios corruptos de nuestros países. Las agencias estadunidenses, responsables de colaborar simuladamente con el gobierno de turno para combatir al narcotráfico, lo único que hacen es convertir bajo cuerda a tales líderes en informantes necesarios de su país para poder condicionar mejor, o bien para desestabilizar, a los gobiernos de las naciones donde el narcotráfico se halla enraizado –o dicen que así es, aunque no lo sea. Más aún si no cumplen cabalmente con las directrices del imperio.
Esa es la explicación de fondo de los arreos de guerra del Pentágono, en articulación con el Departamento de Estado, para lanzar un ataque contra Venezuela y México.
La propia CIA aprovecha la guerra de Vietnam para encubrir el narcotráfico en y desde algunos países asiáticos a través, incluso, de la empresa Air America, ya desaparecida. Pero de la causa del consumo estadunidense de mariguana y otras drogas se culpa a países como el nuestro. Falso. Misiles intercontinentales, invasión a Irak, captura y muerte de su gobernante por poseer armas de destrucción masiva. Falso. Bombardeo nuclear a Irán por estar a punto de concluir la fabricación de armamento atómico. Falso. Sindicación y persecución sin otra prueba que el dicho trumpiano del presidente de Venezuela por jefaturar un narcogrupo. Falso. Según el Reporte Mundial sobre Drogas 2025 de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Onudd), Venezuela es territorio libre de cultivos de hoja de coca, de mariguana y procesamiento de cocaína desde hace 15 años. (Una información más amplia y de primera mano se puede ver en “America’s Leaky Case Against Venezuela”, The American Conservative, 12.09.25).
El caso venezolano debe llamar la atención, pues el chantaje del imperio ha logrado que varios gobiernos de América Latina, incluso de divisa progresista, se distancien del suyo. Para no hablar de las grandes empresas noticiosas en todo el subcontinente (leer una es leer todas) o de la histeria de representantes de una derecha traidora como la protagonizada por la senadora panista Lilly Téllez y el senador priísta Alejandro Moreno (cuánto desfiguro e inverecundia). Y así ha resultado esa conducta pacata y lloricona de deslindarse con un no, no, nosotros somos virgencita que riega las flores democráticas y en nada nos queremos parecer a Venezuela. Como si Venezuela fuera nuestro enemigo y calzara botas imperiales.
En el caso de las amenazas de Estados Unidos contra la integridad de Venezuela y México, varios países y organismos han tomado una postura crítica frente a su belicismo agresor. De América Latina y el Caribe se han pronunciado Colombia, Cuba, Brasil, Nicaragua, México, así como la Celac, la Caricom, el ALBA-TCP, la Asamblea Internacional de los Pueblos, el Instituto Tricontinental de Investigación Social y otras organizaciones, y de fuera del continente, China y Rusia.