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David Magaña traza un fresco de la cruda realidad urbana en De espíritu justiciero

La novela surgió de más de 10 años de notas periodísticas cuyo eje son varios jóvenes que buscan revertir la impunidad

 
Periódico La Jornada
Martes 2 de septiembre de 2025, p. 4

David Magaña Figueroa (Ciudad de México, 1955) recorre con la memoria de sus pasos la urbe que habita desde siempre, un territorio complejo donde la violencia cotidiana y la corrupción institucional han marcado sucesivas generaciones.

Su novela De espíritu justiciero, publicada por Editorial Ariadna, surgió de más de 10 años de notas que encontraron un hilo conductor: jóvenes de clase media que buscan imponer su justicia en los barrios de la capital, atrapados entre la ilusión de mejorar su entorno y la fuerza de la realidad urbana.

“Soy capitalino. Amo la ciudad. La he recorrido a pie, desde el Zócalo hasta Chapultepec, como un turista en mi propia urbe”, señaló el editor, escritor y periodista en entrevista con La Jornada.

Esa fascinación se refleja en una metrópoli que observa a sus habitantes con indiferencia y crueldad, donde Tranquilino Aranda Barajas y sus amigos enfrentan la marginalidad provocada por la desigualdad, la represión y la impunidad.

“La ciudad es la capital de los payasos”, añadió el autor. En esa metáfora condensa la ironía permanente de la vida urbana, donde los espacios públicos se vuelven terrenos de disputa y resistencia.

El antihéroe Aranda Barajas encarna contradicciones profundas: egoísta y solidario, ingenuo y astuto, moralista y corrupto. Su creador lo describe como “un ser humano que refleja la descomposición social y el desencanto de una generación que creció con la esperanza de mejorar su entorno, pero que enfrenta una urbe que siempre lo supera.

“Él aprovecha las oportunidades, no estudia formalmente, es autodidacta y su educación es completamente informal. Esa formación heterogénea da impulso a la narración y permite examinar la violencia que se oculta en los hogares, en las instituciones y en los vecindarios donde la hipocresía y la burla erosionan los vínculos familiares.”

En la obra, la violencia se manifiesta en todos los niveles: la madre atrapada en su locura y resignación; el hermano mayor burlón y distante; la figura paterna ausente o indiferente.

“El respeto a la familia se ha perdido; muchas generaciones niegan lo que son, se burlan del abuelo, del obrero que trabajó toda su vida. Estamos rodeados de sarcasmo constante”, afirmó el autor.

Esa pérdida de referentes y la necesidad de establecer códigos propios originan la Liga de la Justicia Barrial, un intento de los personajes por enfrentar la injusticia a su manera, inspirados por la ingenuidad del cómic y la crudeza del entorno real.

La narrativa dialoga con la tradición literaria urbana y contracultural, heredera de José Agustín y Gustavo Sainz, aunque Magaña Figueroa se considera “aprendiz de esa generación de escritores” y lector atento de quienes marcaron la narrativa mexicana de su tiempo.

“No me considero agustinista; por edad y formación pertenezco a esa generación, pero trato de hacer algo propio”, aclaró. “El periodismo me enseñó a observar, a escuchar y a trasladar la realidad a la ficción sin perder la intensidad de lo cotidiano”.

Esa influencia se refleja en un estilo detallado y conciso, atento a aspectos que otros pasarían por alto.

En la novela, la crítica social no se impone; se exhibe. La corrupción rodea a los protagonistas y atraviesa cada esfera de la vida urbana, mientras las instituciones fallan en cumplir su función de justicia.

“Muestro lo que veo y lo traslado a la ficción. La realidad siempre nos rebasa”, subrayó el escritor.

“El lector se enfrenta a un espejo incómodo: una metrópoli que presume modernidad, pero oculta desigualdad, violencia y negligencia institucional. Ser justiciero en la novela no es un gesto heroico tradicional; es un intento de equilibrar lo que la sociedad ha roto y hallar sentido en un entorno que a menudo parece indiferente.”

Para David Magaña Figueroa, “la justicia debería cumplirse a diario, pero la corrupción la rodea y la desfigura. Mis personajes actúan donde las instituciones fallan.

“La narrativa recorre la observación y la experiencia, con la ciudad como escenario y protagonista, y propone un fresco urbano poblado de antihéroes, contradicciones, frustraciones y pequeñas resoluciones.”