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¿La fiesta en paz?

Vigencia de la vergüenza torera en un planeta siempre desquiciado

“A

los toros se va a gozar sufriendo”, experimentó y dejó dicho García Lorca. Claro que el poeta se refería al enrazado toro de la preguerra civil española, cuya fiereza, si no se sabía dominar, podía matar al torero o éste salir gravemente herido. En 1934, por decir, el mundo era otro, igual de idiota pero más cabal en su ceguera. Así, mientras Hitler y Mussolini se encontraban en Venecia y no precisamente para platicar de la basílica de San Marcos, en otro rincón del globo emigrantes italianos componían música decepcionada y lúcida.

Tangos como Cambalache, tan premonitorio como exitoso, compuesto en ese 1934 por Enrique Santos Discépolo ya hablaban de una sociedad urbana en creciente descomposición, precisamente porque los “valores” con que las élites pretendían sostenerla eran demasiado frágiles, por no decir artificiales, lo que no impidió que el genio de Gardel lo difundiera por doquier. Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé… Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor… Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor... ¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón! ¡Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón!.. Pero en estos 90 años la inepcia ha refinado sus taras.

Si la sensiblería demagoga –¿o son sinónimos?– ha prohibido la sangre en algunas plazas de toros, no así en los rastros ni en las calles, quesque para proteger a las reses de lidia de toda forma de sufrimiento, como si fueran personas afligidas por una existencia consciente, mejor comparto la emoción de haber presenciado por CanalSur, de Andalucía, la VII Corrida Magallánica celebrada el domingo pasado en la plaza de Sanlúcar de Barrameda, provincia de Cádiz, en honor del navegante portugués Fernando de Magallanes quien, junto con el español Sebastián Elcano, fueron los primeros en circunnavegar la Tierra luego de tres años de azaroso recorrido. Coso del Pino (6 mil localidades) de Sanlúcar de Barrameda (unos 70 mil habitantes) con una señora corrida de Miura, con edad e inusual trapío, para El Fandi, Pepe Moral y Esaú Fernández.

Matadores y cuadrillas salieron vestidos con indumentaria marinera del siglo XVI –el traje no hace al torero–, con una actitud insólita en esta época en que vivimos revolcados en un merengue, y con una vergüenza inspirada en la hazaña de David de Miranda, otro marginado, y su sobrecogedora actuación en la reciente feria de Málaga ante un exigente lote de Victoriano del Río –no sólo un arrimón, sino más importante: ¡un dramático arrimón con verdad!– para desde el fondo de su alma gritar: ¡me juego la vida en serio e impongo mi voluntad sobre toros que buscan herirme! Por eso la patológica ceguera del sistema taurino mantiene a David de Miranda marginado. Ello explica y a la vez resume todo: la tauromaquia la degradan los taurinos, no los antis ni autoridades negligentes, que en vez de vigilar, prohíben.

Una bien decorada y repleta plaza “de tercera” se volvió de primera por la seriedad de unos toros que podían haberse lidiado en cualquier coso de primera, y una categoría en la que el maestro Paco Ojeda que, siendo quien ha sido en la tauromaquia, solicitó permiso a la autoridad para salir al ruedo a recibir el brindis. Algún toro con recorrido y hasta cierta claridad y los demás en general con sentido, orientándose rápidamente. Los alternantes hicieron lucir a los toros poniéndolos más allá de los medios para el segundo puyazo, y hubo alguno que de tercio a tercio. La afición agradeciendo y valorando la suerte de varas. El Fandi, Pepe Moral y Esaú, sobrados de vergüenza y facultades, mostraron su poder y valor sin que ninguno pretextara lo “poco propicio” del encierro para el lucimiento convencional, sino con la emoción que suele faltarles a plazas de primera. Otro nivel, seudotaurinos y prohibicionistas.