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Ciudad perdida

Mezquindad, negar lo innegable

S

ea como cada quien quiera, pero la vigencia de la 4T en nuestro país ni es ocurrencia ni pertenece a ninguna receta de algún organismo internacional dedicado a fortalecer hegemonías explotadoras. Que quede claro: la Cuarta Transformación, como las anteriores, derivó de un esquema de gobierno insoportable para las mayorías.

Quien pretenda negar eso caerá en un error imperdonable. El gobierno, el arribo de López Obrador a la Presidencia de la República y el respaldo al proyecto que significó la elección de Claudia Sheinbaum, no dejan duda.

La gente por fin ha visto, con claridad, que el sendero abierto por los gobiernos de la 4T sí tiene que ver con las necesidades de la mayoría, y por eso responde con un gran apoyo a los proyectos que resulta a su favor. Negar la disminución de la pobreza y los esfuerzos constantes y continuos por insertar, con ejemplos tangibles, condiciones de vida tan trascedentes como la honestidad entre la sociedad, tampoco se pueden ignorar, aunque muchos resulten fallidos.

Pero la tarea está lejos de terminar. No hay varita mágica que logre cambiar, de un día para el otro, las malas costumbres y los vicios que se impusieron durante más de 30 años. La fiebre del mercado libre convirtió a la política y a todo lo que tocaba en una mercancía y muchos salieron bien protegidos de aquel largo momento en la historia del país.

El problema fue que la cobija sólo protegió a unos cuantos y los otros, las mayorías, cada vez más pobres, cada vez más necesitadas, decidieron no soportar más y rectificaron el rumbo. La necesidad, la carencia de labores como la escuela o el trabajo despeñaron a una juventud ociosa a episodios de violencia imposibles de sosegar con sólo la llegada de un nuevo régimen.

Bajo esa situación empezó el proyecto. La corrupción –mal de males, aún no resuelto del todo– brotaba por donde se quisiera caminar. Mejores salarios, asistencia social, programas de ayuda, casi todo lo posible para evitar que la gente arriesgue la vida para conseguir algo de dinero o romper el tedio.

Algo se ha logrado, arrancar del hambre a millones de mexicanos, hablar de una disminución de 25 por ciento en la violencia, implicar como nunca a la iniciativa privada en los programas de desarrollo que se han venido proyectando es algo que no se levanta con el tronar de los dedos.

Muchas cosas se podrán criticar del quehacer del gobierno, pero a nadie le debe quedar la duda de que el país, poco a poco y con vientos contrarios de todas partes, se va enderezando. Por eso, cuando se trata de menoscabar la fuerza popular de la administración a partir de la vida personal de algunos personajes, sin hacer la diferencia entre el proyecto político de país y las formas de existir de cada quien, hay que decir: no se vale.

De pasadita

El Congreso local, que tiene enfrente una serie interminable de asuntos urgentes, decidió ayer –suponemos que antes trabajaron durante muchos días y hasta noches– modificar el Código Civil de esta ciudad para resguardar el bienestar de las mascotas, o mejor dicho, de los perrhijos o g athijos, principalmente cuando de la separación de una pareja a la que pertenezcan, sucede.

El asunto se tornó, seguramente muy importante, porque 30 por ciento de los matrimonios que se celebran en esta ciudad terminan en divorcio y la manzana de la discordia son las mascotas. Hay que decir que lo que alguna vez se llamó unión libre hoy prolifera entre los jóvenes, quienes además rehúsan tener bebés, aunque tal vez, para aliviar la soledad con menos responsabilidades, adoptan un perro, un gato o cualquier otra mascota.

Luego, con la separación, los animales son base de disputas que ahora serán juzgadas por la ley. No cabe duda, el Congreso local se apuntó un 10, felicidades.