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¿La fiesta en paz?

Tradición sin productos, compromiso ni imaginación // Hasta pronto, Paco Coello

S

obrestimaron su capacidad económica y abarataron una expresión cultural; ningunearon una tradición e improvisaron un pasatiempo; compraron voluntades sin entender un compromiso; se amistaron con famosos y desdeñaron al público; admiraron extranjeros y disminuyeron rivalidades; ampliaron una cantina y redujeron una deidad; pecaron de frívolos y esperaron milagros; hicieron lo que quisieron hasta que un día se los prohibieron.

A punto de cumplir 500 años de antigüedad en la Ciudad de México, de formar parte de las fiestas estacionales y religiosas en casi todos los rincones del país, y de haberse constituido como genuina y elocuente expresión identitaria, la tauromaquia o, mejor dicho, los metidos a promotores de ésta, comprueban, sin convencerse, que de unas décadas para acá esa tradición-espectáculo carece de lo más elemental: productos interesantes suficientemente atractivos, no sólo para que sea negocio sino para seguir dándole sentido, expresión y vigencia a una tradición mexicana de cinco siglos, no con pelotitas aprobadas por las cúpulas.

Este descuido político y cultural, empresarial y social, de los protagonistas y de la crítica taurina, fue oportuna y hábilmente aprovechado por sectores en teoría preocupados por ciertos fenómenos sociales, no por todos, con el propósito de cambiar algunos usos y costumbres que no encajaban en el mentiroso igualamiento de los seres sintientes del planeta. Esta falsa semejanza entre racionales e irracionales –mato verduras, no a mi suegra; como animales, no a humanos, etcétera– propició que ideologías confundidas, siguiendo directrices del pensamiento único anglosajón, cayeran en la trampa del animalismo falsamente protector –plazas de toros no, rastros sí– y, ante el descuido acumulado de taurinos y autoridades, de ignorante plumazo se prohibieron las corridas con sangre en la capital del país.

¡Cómo no va a haber producto taurino aquí!, tronó un aficionado positivo, es decir, sin posibilidad de cuestionar, y enumeró: Joselito Adame, Calita, Juan Pablo Sánchez, Isaac Fonseca, El Zapata, Sergio Flores, Artu… Oye, interrumpí, esos son profesionales del sistema. Yo estoy hablando de ídolos de los ruedos que llenen las plazas, de diestros capaces de generar pasión y partidarismos, de superar a los ases importados, de enfrentar por igual ganado exigente y comercial, en suma, de poder blindar la tradición taurina de México para que ningún legislador arribista la prohibiera. ¡No tenemos un solo ídolo ni el propósito de tener varios. Y de ver en el ruedo ganaderías exigentes, mejor ni hablar. A nuestra fiesta le sobró autorregulación y le faltó vigilancia responsable de autoridades enteradas, y a ambos sectores sensibilidad, compromiso y cultura!, grité al positivo.

Se nos adelantó –a usted también, estimado lector– Paco Coello (Celaya, Guanajuato, 1962-Ciudad de México, 2025), auténtico titán de la investigación historiográfica, acucioso autor de medio centenar de obras, la mayoría sobre el acontecer taurino, editor de cuatro valiosos devedés en la Filmoteca de la UNAM, erudito conferenciante y estudioso apasionado de la época colonial, de la ganadería de Atenco y del maestro Rodolfo Gaona, entre muchos otros temas.

Maricarmen Chávez Rivadeneyra escribió: “Hay días que marcan el calendario para siempre y nos visten de pasamanería. No sé cómo voy a poder seguir mi vida taurina y el día a día sin mi gran maestro y amigo entrañable el doctor José Francisco Coello Ugalde. Luz eterna a quien siempre, antes de sonar el teléfono, sabíamos que era él o yo. La tauromaquia está de duelo y te damos un homenaje con todos los honores que mereces en el paseíllo a la eternidad con una ferviente ovación en los medios y, a la vez, con un minuto de profundo y respetuoso silencio.

Gracias por nuestra amistad de más de 40 años y más… ¡Millares de claveles blancos y gracias infinitas en un olé que es saeta herida!”