na de mis calles favoritas para caminar por el Centro Histórico es Donceles, que conserva su nombre desde el siglo XVI, aunque algunos tramos tuvieron otros apelativos durante un tiempo.
Uno de sus atractivos son las librerías de viejo, como suele llamarse a las que venden libros usados y en las cuales los bibliófilos siempre tienen la esperanza de encontrar alguna obra excepcional, ya sea por la antigüedad, el autor, los grabados o ese ejemplar agotado que hace mucho que se busca; siempre algo se le pega.
En el recorrido nos encontramos con la sede del Congreso de la Ciudad de México, que ocupa un magnífico edificio neoclásico. Casi al lado, el soberbio Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, del que escribimos hace unas semanas.
En la siguiente esquina se encuentra una de las esculturas barrocas talladas en piedra más bellas de la capital –un niño de tamaño natural parado sobre la cabeza de un león y sosteniendo en la testa una canasta con frutas–, que es parte de la decoración del imponente palacio de los condes de Heras y Soto, sede del antiguo ayuntamiento capitalino.
Más adelante se encuentra la Academia Mexicana de la Lengua, que ocupa una bella casona del siglo XVIII que recientemente se remozó y quedó preciosa, con su generoso patio y excelente biblioteca.
En el siguiente tramo se va a hallar con una novedad: una mansión barroca muy bien restaurada, en cuyo patio hay mesas para tomar café. Es Casa Pétrea, un hotelito con unas cuantas habitaciones y una de las librerías de viejo más agradables. De paso, no puede dejar de admirar la fachada del antiguo Colegio de Cristo, pequeña réplica del de San Ildefonso.
Y finalmente la estrella de la vía: La Enseñanza, sin duda uno de los templos barrocos mas notables de la urbe que increíblemente se conservó intacto. Era parte del gran convento que diseñó en el siglo XVIII el arquitecto Ignacio Castera y que actualmente lo ocupa El Colegio Nacional.
En 1867 la enorme construcción pasó a manos gubernamentales por la aplicación de las Leyes de Reforma. Se convirtió en cárcel y poco después Benito Juárez instaló en ese lugar la Suprema Corte. Su siguiente destino fue la escuela para ciegos, compartido con una casa de estudiantes.
En 1943, la Secretaría de Educación Pública ocupó una parte y la otra se la repartían el Archivo de Notarías y el entonces recién nacido Colegio Nacional.
A esta institución se le otorgó toda esa área en 1988 y hasta 1992 se obtuvieron los permisos y recursos para su recuperación, que realizó el arquitecto Teodoro González de León, miembro del colegio.
Esta noble institución que continúa vigente se fundó en 1943 mediante un decreto del presidente Manuel Ávila Camacho con el objetivo de vigorizar la conciencia y la unidad nacionales, al reunir a representantes de la vida intelectual mexicana para que con absoluta libertad expresaran sus ideas, el resultado de sus investigaciones o de su creación artística. Esto queda plasmado en su lema: Libertad por el Saber
, que sintetiza dos temas centrales: libertad y educación.
Entre sus integrantes hay literatos, investigadores, artistas, científicos y críticos mexicanos. Basta mencionar a algunos de los miembros pasados y presentes: Diego Rivera, Octavio Paz, José Clemente Orozco, José Emilio Pacheco, Miguel León Portilla, Eduardo Matos, Mario Lavista, Mario Molina y José Sarukhán. En años recientes han ingresado nuevos talentos que vienen a refrescar la institución, entre otros: Vicente Quirarte, Concepción Company, Leonardo López Luján, Juan Villoro, Javier García Diego y Felipe Leal.
Cotidianamente imparten interesantes conferencias e invitan a especialistas en sus temas; esté pendiente porque se transmiten por la página en línea de El Colegio y si puede ir, ¡mejor!
Este es un buen lugar para terminar el paseo por Donceles. Hay que entrar a darse un agasajo con la vista de sus patios y pasar a su librería, que es excelente. Tiene las obras de sus miembros, lo que lo dice todo y a muy buenos precios.
De pilón, tiene un lindo cafetín donde además del reconfortante brebaje hay frappés, chocolate, tisanas y demás. El latte de crema irlandesa es delicioso; puede acompañar su bebida con un panqué, una chapata o ensalada, si cuida la línea. Me encanta sentarme en las mesitas del patio para hojear el libro que acabo de comprar, saborear mi cafecito y con suerte veo pasar a su adorable directora Tere Vicencio, que siempre está pendiente de todo.