En entrevista, el binomio artístico comparte sus experiencias al lado de Monsiváis

Domingo 6 de julio de 2025, p. 2
Con el escritor Carlos Monsiváis tuve el gran gusto de tratar a Marisa y a Arturo en alguna escapada nocturna a la que, honrosamente, fui requerida. También en un cumpleaños de Monsiváis se me concedió otro galardón inmerecido, recibir en mis brazos a un Monsi convertido en quinceañera y con él bailar el vals al pie de la escalera de mármol tal como figuraban en las películas de Alejandro Galindo. Ahora tengo el privilegio de platicar con Marisa Lara y Arturo Guerrero, artistas visuales agrupados bajo el sello Siameses Company, que Monsiváis celebró en todas sus correrías nocturnas. Por Margo Su, y gracias a Iván Restrepo, conocí el Blanquita y visité otros salones padrísimos en los que me sacaban a bailar los mejores bailarines de México, albañiles y fontaneros, que al regresarme a la mesa me decían con cariño inmerecido: Güerita, usted mueve bien el bote
.
En el Museo de El Estanquillo se exhibe Bipolaridad visual, exposición que consta de 300 piezas, entre dibujos, pinturas, esculturas, grabados y fotografías, que estos hermanos del arte presentan con el orgullo de cuatro décadas de entendimiento y complicidad.
–¿Desde cuándo se apasionaron por Carlos Monsiváis y lo volvieron la figura principal de sus creaciones?
(Estos siameses que de tanta convivencia parpadean al mismo tiempo y ríen al unísono.)
–Hace 40 años, Iván Restrepo y Margo Su nos presentaron con él, y como estábamos trabajando una exposición, para nosotros muy importante (somos egresados de La Esmeralda), hicimos una serie de obras dedicadas a los salones de baile, a la lucha libre, a los ídolos populares, y esa fue la aventura que nos conectó con Carlos Monsiváis.
“Ya habíamos leído a Monsi desde muy chavitos, desde que empezaron a circular sus primeros libros y sus primeros artículos en la revista Proceso; lo seguíamos porque estaba en el mismo canal de que nosotros: la relación de la ‘alta cultura y la cultura popular’ en nuestra vida cotidiana. Sentíamos que estaba en la misma situación emocional de cómo ver el arte en México y cómo insertarnos en el arte contemporáneo”, responde Arturo, apasionado, como Monsi, cuando descubría alguna reliquia en el mercado de La Lagunilla.
–En aquellos años, Elenita, nosotros habíamos construido toda una serie de pinturas, de dibujos alusivos al Pagano Adoratorio Colectivo.
–¿Qué es eso? –interrogo a Marisa, cuya mirada parece la de una sirena que cautiva al más avezado de los marineros.
–Los ídolos del pueblo, los luchadores, los cantantes, los boxeadores, los bailadores.
–Los espacios colectivos de fiesta, los salones de baile. En aquellos años, nos unió a Monsiváis, a Margo Su y a Iván Restrepo el gusto de disfrutar lo cotidiano como una verdadera acción colectiva, natural, espontánea, accesible a todos. Al mismo tiempo quisimos mantenernos muy conectados al teatro; conectar a Shakespeare con el bolero; la lucha libre con el teatro griego; conectar el Rigoletto de Verdi con el Rigolettito de Acerina, el danzonero cubano. Entonces fuimos el puente entre la alta cultura y la cultura colectiva, y eso nos unió a Monsiváis.
–Teníamos esa referencia de cómo Monsi analizaba la cultura desde un espectro muy complejo, con mucho humor, muy barroco; ahí nos dimos cuenta de que nuestro chiste dependía de cómo se crea la cultura en México y en el mundo. Lo que nos conectaba con Monsi es que los tres pensamos que la cultura contemporánea es una relación precisa, profunda e intensa entre las expresiones llamadas populares
, que son muy complejas y muy políticas y compiten con las expresiones de la alta cultura, la académica. Monsiváis hacía el análisis de la cultura relacionada con la vida real de las personas, y ahí está el chiste de su ingenio.
“Guillermo Bonfil Batalla también fue nuestro cómplice, el del México profundo.”
–Tuvimos el honor de que figuras como Raquel Tibol se fijaran en nuestro arte, lo desmenuzara analíticamente, nos mandara a la Bienal de Sao Paulo permitiéndonos dar el brinco a la internacionalización. Bonfil Batalla escribió nuestro primer catálogo. Carlos Monsiváis también nos regaló los primeros textos críticos con una frase muy bonita que acuñó como un neologismo: siamesitud.
Danzar en una corcholata
–¿Qué les escribió Carlos?
–“Queridos Arturo Guerrero y Marisa Lara, su siamesitud me asombra y me conmueve, y ganas me dan de bailar, abrazado con ustedes, un danzón sobre una corcholata.”
–Nos conocimos en 1987. Surgió la amistad y siguió porque a él le gustaba caminar la ciudad, descubrir de noche lugares muy especiales. Lo invitamos a una arena de lucha libre, donde todos lo festejaron. Había un lugar que durante la semana era un taller mecánico y el sábado y domingo lo transformaban en una arena de lucha libre. Era un negocio familiar: la abuelita vendía los boletos, el mecánico se convertía en luchador, la esposa vendía las máscaras y los hijos limpiaban las sillas y ponían unas luces muy fuertes, y se volvieron acomodadores de autos. Fuimos con Monsi y Alejandro Brito a pasarla bien en esta arena, porque era un espectáculo maravilloso ver a estos luchadores que vuelan como ángeles y caen de sopetón en el cuadrilátero haciéndonos creer que se van a reventar.
–¡Qué bonito! Yo era amiga de El Santo, vino a mi casa varias veces; a Blue Demon también lo entrevisté, a pesar de que eran rivales y advertían: Si usted invita a uno, no invite al otro
, pero recuerdo que a Octavio Paz le gustó mucho la plática con El Santo.
–En ese momento, Elena, empezamos a entender la complejidad cultural que implica el abrazo entre estos polos: lo rudo, lo técnico, lo que se considera alta cultura, lo popular, lo sórdido, lo sublime, lo individualista, lo colectivo; por eso nuestra exposición en El Estanquillo se llama Bipolaridad visual, porque son los polos opuestos que se atraen, como nosotros, que nos conocemos desde niños: tenemos 40 años de trabajar juntos y nos consideramos siameses. Trabajamos a cuatro manos la misma pieza, la montamos al mismo tiempo.
–Es un caso de patología severa porque trabajar la misma pieza a cuatro manos, durante 40 años es, verdaderamente, un delirio intelectual, ni los siquiatras más avezados, ni los brujos han podido ubicarnos, aunque estudiaron nuestra patología y les intriga vernos siempre iguales. A veces nos ponemos trajes de luchadores, porque somos luchadores por el arte; tenemos un traje rojo que forma un corazón, porque la vida tiene que sentirse de manera intensa a través de ese órgano. La emoción del intelecto está bien, pero si se rompe el corazón, todo se acaba. Por eso nos encanta leer a Schiller, porque dice que la inteligencia del corazón está vinculada con la razón y la emoción.
“Schiller fue muy amigo de Goethe en el siglo XVIII y por eso nosotros leímos su libro Las cartas sobre la educación estética. También conocemos a fondo a Dante Alighieri y a Borges, y desde luego somos fans de Monsiváis.”
–El arte trasciende todas las fronteras. A través de él uno puede entender muchas cosas, la diferencia de las igualdades y las igualdades en las diferencias.
–Pero, ¿cómo logran hacer una pieza juntos, a cuatro manos?
–Se dio de manera natural, inconsciente, nunca nos lo propusimos; surgió porque, antes que nada, la siamesa y yo somos grandes cuates, somos grandes amigos, entonces bailamos al mismo ritmo.