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Un tribunal para enjuiciar el negocio de la guerra
E

l Tribunal Russell fue creado desde la sociedad civil (1966) en respuesta crítica a la incapacidad de la ONU –la misma de hoy– para responder a su principal objetivo, que es mantener la paz entre las naciones, y al silencio cómplice o la participación activa de los gobiernos de algunas de ellas en actos lesivos de los derechos humanos. El tribunal cobró gran influencia en torno a los crímenes perpetrados por EU en el sudeste asiático durante la guerra de Vietnam.

La iniciativa del filósofo británico Bertrand Russell fue asumida por Jean-Paul Sartre y varios de los intelectuales, artistas, académicos, políticos y activistas más destacados de la época: Simone de Beauvoir, Noam Chomsky, Lelio Basso, Lázaro Cárdenas, Frantz Fanon, Léopold Sédar Senghor. Éstas y otras personalidades representativas de cuatro de los cinco continentes (no había ninguno de Australia) actuaron como jueces y testigos en diferentes casos de violación de derechos humanos; tuvo, por lo mismo, una vasta difusión.

El Tribunal Russell se actualizó en la fundación del Tribunal Permanente de los Pueblos (1979) y ante las atrocidades de las dictaduras en América Latina contra los derechos humanos y la ausencia de instancias oficiales para protegerlos, según la reseña de Magdalena Gómez para La Jornada (11/10/11).

Ante la probable inminencia de la tercera guerra mundial, urge la creación de un organismo similar al Tribunal Russell, que enjuicie al capitalismo de guerra, causa fundamental del armamentismo empresarial y su uso premeditado, alevoso, abusón, en suma criminal, por los gobiernos que hoy atizan lo que puede ser ese terrorífico y cruel neoholocausto de millones de seres humanos.

Las armas de efectos letales masivos no han tenido otro objetivo que enriquecer a los fabricantes de armamento y despojar a los países vencidos de su territorio y sus bienes. Nada más monstruoso –y hasta hoy impune, al menos en el plano de la conciencia moral de la humanidad–.

Es preciso, en ese sentido, recuperar la memoria de lo que significó la Segunda Guerra Mundial y el papel que en ella jugaron empresas alemanas (apoyadas por los medios corporativos) y sus beneficiarios y cómplices en el gobierno. Tyssen, Krupp, Siemens, Volkswagen, Flick, IG Farben y sus socias y subsidiarias (Bayer, Hoechst y Schering) fueron juzgadas y condenadas en los juicios de Nuremberg por crímenes contra la humanidad, esclavismo y participación en mengelescos experimentos biológicos con los prisioneros en los campos de concentración.

Salvo IG Farben, que fue disuelta, las otras empresas juzgadas apenas salieron raspadas, pues a quienes se enjuició con severidad fue a sus directivos. Como vemos, ellas continuaron en el mercado como si nada. No sería improbable que su capacidad y experiencia las volvieran a poner al servicio del abyecto ímpetu armamentista de Europa, para jugar un papel semejante al que jugaron con el régimen de la Alemania nazi.

En el banquillo de los acusados de Nuremberg estuvieron ausentes, por crímenes contra la humanidad, Union Carbide y DuPont, firmas participantes en la fabricación de las bombas ( Little Boy y Fat Man) lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Ausentes también estuvieron los responsables del proyecto: el científico J. Robert Oppenheimer y el militar Leslie Groves, general a cargo del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de EU. Y, por supuesto, Harry S. Truman, entonces presidente de esta potencia, quien dio la orden criminal de emplear las macrodestructivas bombas. Su ausencia sólo se explica por la etapa bárbara de la humanidad en la cual aún vivimos y a la cual se le sigue rindiendo culto con actos semejantes en nombre de la civilización.

Hoy son otras empresas las que cumplen un papel similar: Lockheed Martin, Raytheon, Northrop Grumman, General Dynamics, Boeing, sobre todo por su relación con el Congreso estadunidense.

Los gobernantes y las élites políticas de Occidente sabían que el régimen nazi se preparaba para hacer efectivo su proyecto de conquista, pero nada hicieron para impedirlo. Actuaron reactivamente cuando el afán conquistador era un hecho consumado. Así se inició la Segunda Guerra Mundial. Hoy es peor: las provocaciones, avances y destrucción humana y ecológica se muestran a la mirada de todo mundo en vivo.

El reservorio de ciertos valores que fue Europa se ha convertido en su opuesto: conductas cobardes, oportunistas y cómplices del genocidio de Israel en Gaza, y sometidas al dominio del capitalismo de guerra con epicentro en EU y sus guerras de agresión y rapiña anunciadas como show.

Los gobiernos del mundo, con muy honrosas excepciones, han sido incapaces de señalar siquiera los proyectos de conquista del eje malvado y genocida que hoy encabezan los nuevos Hitler y Mussolini de Occidente y Oriente. De aquí la urgencia de conformar un tribunal ciudadano que juzgue el negocio de la guerra. Si el capitalismo es ya un peligro en sí para la supervivencia del planeta y sus especies, el capitalismo de guerra implica que sus efectos sean más inminentes, aterradores y dolorosos.

Ese tribunal no requeriría inventar el agua tibia. Reunir documentos y testimonios de las empresas y gobiernos que se dedican a propiciar, publicitar, fabricar y usar armas de destrucción masiva será suficiente para enjuiciarlas y emprender una campaña permanente de información pública para crear una conciencia colectiva en todo el mundo sobre quiénes son y qué hacen quienes atentan contra la humanidad produciendo historias, narrativas, políticas y máquinas de guerra bajo el pretexto de defender su seguridad nacional.